De juegos y prótesis aniñadas

Sobre Po_otoreto, de Ayelén Coccoz, y El nacimiento de una mano, de Lucila Podestá, por Milagros Porta - Jornadas de cine-ensayo 2022


1.

En una pared, la imagen proyectada de dos banquetas blancas. Sobre la primera, una mujer sentada. Encima de la otra, una muñeca. Ambas, idénticas. Se miran, miran lo que hay de una en la otra y, de algún modo, parecen desearse: la representación quisiera ser y habitar lo representado; la mujer anhela esa concreción perfeccionada, estática, de su imagen. El espejismo, aludido por la disposición espacial de este sector de la instalación y performance site specific que ha dado en llamarse Po_otoreto, es el de estar viendo una muñeca que se percibe a sí misma en su dueña, y viceversa. Algo así como una doppelgänger miniatura.

Al frente, en el espacio del museo, se materializan las dos banquetas. La muñeca, ahora tridimensional, está sentada; el segundo banco solo tiene unos auriculares, donde suena la voz de quien, creemos, es la chica de la proyección. En susurros, responde un cuestionario sobre sucesos y preferencias que configuran su vida, su infancia, su temperamento. En la voz se condensan los elementos que constituyen su personalidad, como si Coccoz postulara, en esa grabación de audio, una segunda forma de retratarla.

Emplazados en un juego intermedial, valiéndose en simultáneo de proyecciones audiovisuales y de la intervención performática de sus dueños de carne y hueso, otros muñecos a escala, exactos y ligeramente perturbadores, pueblan la sala de exposiciones de la universidad Torcuato Di Tella. Ayelén Coccoz, escultora y artista detrás del proyecto, propone pensar su obra como una reinterpretación del género del retrato; pero ¿quién retrata a quién? ¿No hay en todo retrato una simbiosis, a su vez, entre retratada y retratista? Por fuera de la muñeca que duplica su imagen, podría pensarse que Coccoz también se replica a sí misma en cada uno de los po_otoretos, en tanto revela un universo de preocupaciones personales que atraviesa el animismo japonés, la cartomancia y la tradición occidental del retrato psicológico. 

Los distintos muñecos-retratos se organizan en cinco sectores, en convivencia interespecie con seres humanos que juegan y hablan con ellos, mientras los acompañan una serie de objetos como síntesis tentativa de la identidad de los retratados: un cajón lleno de ropa, un tablero de burako, un cuenco y sus respectivos palillos. La precisión de las caras de arcilla, en un claro ímpetu realista, contrasta con sus cuerpos y sus extremidades, donde se intercalan diversos materiales como plastilina, cera, resina poliéster, yeso, caucho de siliconas y madera.

La distribución de los objetos fetiche, por su parte, tironea hacia la idealización de un mundo íntimo. En cierto modo hace pensar en ritos de animismo, como si se estuviera alentando a estos muñecos a despertarse para traer revelaciones. Porque sus caritas, con pequeñas diferencias, traicionan la copia; traccionan algo más. Una rareza que se vuelve hipnótica. Un afecto, alojado en el vínculo entre sujeto retratado y obra. Un cuerpo que se extiende, se amplifica, en una versión miniatura de sí mismo, casi como si fuera una prótesis; idea que, reemplazando los po_otoretos por cierto objeto pequeño que nos resulta cada vez más familiar, se vuelve sumamente contemporánea: ¿no convivimos actualmente, para bien y para mal, con versiones miniatura de nosotros mismos? Como diría Paul B. Preciado: “En esta lógica de creciente conexión, el cuerpo parece fundirse con sus órganos prostéticos dando lugar a un nuevo nivel de organización y generando una continuidad (¿individual?, ¿transpersonal?) orgánica-inorgánica”. Esa continuidad podría ser uno de los ejes que configuran la instalación.

Ayelén Coccoz está sentada en una esquina, en su escritorio. Tiene una cabeza de muñeco en la mano. Lo mira a través de una lupa. Trabaja, y su estar trabajando forma parte de la muestra: señala el carácter de obra en perpetua producción, interminable. Po_otoreto ensaya una serie de retratos donde la subjetividad del retratado, involucrada en el proceso creativo a través de preguntas y cuestionarios, funciona como indicio de una coautoría; del mismo modo, Coccoz es tan parte de la obra como los dueños de po_otoretos que pululan por la instalación. En tiempos de atención fragmentaria y digitalidad llevada al extremo, el acto repetitivo de la artesanía se vuelve digno de ser enfatizado. Po_otoreto aún no ha terminado; habrá tantos muñecos como dueños pueda haber.  


2.

En lugar de las clásicas postales que suelen repartirse en ocasiones como esta, Lucila Podestá abre el evento de proyección de su cortometraje repartiendo stickers. Una mano hecha en un programa digital. Otra, dibujada. Algunas onomatopeyas sueltas: “¡ahh!”, “jajajaja”. Cada uno contiene, de alguna manera, el ánimo del cortometraje, pero también da cuenta de un núcleo de sentido donde radica su vínculo inesperado con la instalación y performance de Ayelén Coccoz: cierta forma lúdica, inocente, de pensar las peripecias del yo autoficcional; en otras palabras, el juego.

Desde el registro infantilizado de la voz de enunciación, que lleva adelante el recorrido y aglutina materiales de diversas procedencias, pasando por radiografías, videos relevados de plataformas digitales, diseños en un software de creación de gráficos digitales y conversaciones ficcionalizadas, hasta el tratamiento de la banda sonora donde el foley se permite un uso expresivo de sonidos mínimos como el clic-clac de un cortauñas, El nacimiento de una mano es el relato de una primera persona femenina —pero siempre en fuera de campo— que, tras encontrar su mano accidentada, pareciera estar ensayando una vuelta a la infancia.

En un spot realizado para el Programa Impulso Cazadores, donde se habría desarrollado su proyecto durante el 2021, Ayelén Coccoz describe Po_otoreto como "una pieza que en realidad se sigue modificando con el tiempo. Sigue envejeciendo y siendo modificada por otras manos (...). Tiene que ver con esto de lo artesanal, donde se corre un poco la idea del artista o autor único”. Una tentativa similar, que tal vez sea una marca de época, recorre El nacimiento de una mano. Muchas veces hablamos metonímicamente de las voces de los artistas para hablar de su estilo, impronta o temperamento. Podestá plantea una alternativa a esa imagen cristalizada, lugar común del discurso crítico: en su cortometraje, lo que nace no es la voz, o la capacidad de enunciar, sino la mano, la capacidad de hacer; hay un interés por establecer cierta intimidad con los materiales propios o de archivo desde una praxis artesanal, despreocupada, con los aciertos y los percances propios de cualquier enunciación balbuceante. El hecho de que la poco frecuente voz en off se vea subordinada a un juego de intertítulos, con texto escrito presuntamente a mano pero intervenido digitalmente, fortalece esta lectura. Porque, y valdría retomar a Preciado, “la prótesis no reemplaza solamente un órgano ausente; es también la modificación y el desarrollo de un órgano vivo con la ayuda de un suplemento tecnológico” (y, en este caso, cinematográfico). 

Podestá y Coccoz, como también lo dije sobre el último largometraje de Jonathan Perel en otro texto escrito para estas jornadas, parecerían inscribirse en un giro hacia la “intimidad inofensiva” que ha tenido lugar en las últimas décadas de producción artística en Argentina. El espacio doméstico aparece en primer plano, ya sea en las vicisitudes de un accidente mínimo o en el cotidiano de una serie de personas representadas desde una modalidad posible de retrato. En el cortometraje de Podestá, la enunciación aniñada subraya este aspecto, y recuerda el monólogo susurrado a través de los auriculares instalados en la obra de Coccoz. Mujeres que hablan de lo íntimo; aproximaciones juguetonas al problema de ser (y tener) un cuerpo.


-Milagros Porta
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