Seminario James Benning

Invitado al Programa de Cine 2017, recibimos del 8 al 11 de agosto al cineasta estadounidense James Benning, quien brindó un seminario intensivo para los participantes del programa y exhibió, en una presentación abierta al público, su más reciente film, measuring change (2016).


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James Benning inició su seminario del Programa de cine sin preámbulos. Se puso a dibujar figuras geométricas y anotar números en el pizarrón: media hora de cálculos y demostraciones. Los que nos encontrábamos en el aula, posiblemente, habíamos decidido dedicarnos al arte porque no entendíamos o nos aburría la matemática. Igualmente, con la boca abierta, seguimos cada paso de la argumentación límpida e hipnótica de Benning. El cineasta, formado como matemático, demostraba que la solución “elegante” –es decir, simple- de problemas complejos se aplica tanto al álgebra como al arte. A continuación, borró los cálculos del pizarrón y dibujó una línea: “Si el tiempo es una línea en la que se suceden los acontecimientos y el presente un punto sobre esa línea, podemos decir –pues el punto, por definición, carece de dimensiones– que el presente no existe.” Tras una breve pero intensa discusión sobre la naturaleza del tiempo y su expresión cinematográfica, volvió a borrar el pizarrón y dibujó un mapa de los Estados Unidos. A partir de sus desplazamientos por la geografía de país, narró con emoción su vida itinerante, desde que salió del barrio obrero de Milwaukee en que nació, hasta que empezó a hacer cine (recién) a los 33 años. (Después propuso que cada uno de los participantes del seminario hiciera su propio mapita, para reunir todos en 25 libritos, que serían como un atlas de la clase). Al terminar su biografía pre-cinematográfica, confesó que “dar clases”, para él, era una especie de performance, de la que los “alumnos” –rápidamente se dio cuenta de que no hay alumnos en el Programa de cine- tienen que extraer sus propias conclusiones, sumar dos más dos.

Hacer cine también es, para Benning, una especie de performance. Se planteó, de hecho, uno de sus primeros films como tal: ¿qué pasa si voy todos los días durante todo un año a filmar desde la misma orilla de un río? En uno de esos primeros proyectos, también dedicó dos meses a recorrer todos los lugares donde alguna vez vivió, y filmar el mismo plano, como registro de sus sensaciones de cada momento. La misma idea está presente en su obsesión con la mítica obra de land art de Robert Smithson, The Spiral Jetty, que introdujo en 1970 una equívoca presencia humana en la naturaleza, al construir un “espigón” o “muelle” en forma de espiral, con cinco mil toneladas de piedras, en una orilla del Great Salt Lake, en el desierto de Utah. Benning viajó repetidamente para filmar la obra, durante años: la primera vez fue en 1992, cuando en realidad creyó haberla filmado: durante muchos años, el muelle permaneció sumergido e invisible bajo las aguas del lago, ¡y Benning registró sin saberlo un sitio equivocado! En 2007, cuando las aguas habían vuelto a bajar, Benning volvió una y otra vez al Spiral Jetty, para hacer uno de sus últimos films en 16mm, casting a glance. La obra de Smithson muda según las estaciones: las piedras negras de basalto se tornan blancas en la medida que la sal del lago las cubre, y vuelven al negro en la temporada de lluvias. El hecho mismo de que el espigón hubiera “desaparecido” bajo el agua durante dos décadas puede ser concebido como parte de la obra. En su más reciente largometraje, measuring change (“midiendo el cambio”), presentado en el marco del seminario, Benning elige filmar The Spiral Jetty en alta definición digital y en sólo dos planos: dos prolongados, hipnóticos planos. Se podría pensar que lo que el cineasta registra no es solamente la obra de Smithson sino una especie de performance, la del propio cineasta solitario, recorriendo las rutas del país e instalando su cámara una y otra vez en los rincones más inhóspitos, como hace en buena parte de su obra. El viajero que llega hasta el medio del desierto para ver The Spiral Jetty también afecta la obra con su presencia; y, por supuesto, resulta transformado por su experiencia de la obra. Un detalle importante: Benning filma siempre solo. “Lo que me interesa es hacer la experiencia de algo. Hago películas para compartir esa experiencia. Pero no podría hacer estas películas si no estuviera solo. Tengo que vivir la experiencia, solo, para poder de alguna manera registrarla”. El espectador hará, pues, su propia experiencia solitaria al exponerse a las imágenes registradas por Benning, que funcionarían como una cámara de resonancia de la performance del cineasta solitario.

Esa performance implícita en las imágenes es la que, a nosotros cineastas, nos despierta el deseo de hacer algo equivalente. No hacer películas como las de Benning, imposibles de imitar, sino hacer cine como lo hace Benning, si se entiende la diferencia: exponiendo su propio cuerpo, poniendo en juego todo lo que uno ha experimentado, sintetizando problemas complejos con elegancia, haciendo del cine una máquina de pensar y generar experiencias en el espectador. Eso fue lo que nos pasó a todos ante la gigantesca muestra de libertad creativa que representan proyectos recientes como el de los “52 Films” del año pasado (uno por semana), o el de “31 amigos”, en el que hizo 31 obras para 31 amigos, o la sorprendente exposición de los materiales con que está construyendo su actual multi-proyecto de instalación y cine, en pleno proceso. ¡Hasta improvisó un nuevo film casi en el acto, a partir de unos fotogramas extraídos de una película protagonizada por una participante del programa! En ese mismo sentido, James Benning ha sido una fuente de inspiración para mí hace años, aunque las películas que yo hago no se parezcan en nada a las suyas. Mi idea al invitar a Benning para dar nuestro primer seminario internacional era precisamente poder compartir con los participantes del Programa de cine esa fuente de inspiración. Pensé que ya conocía algo la obra de Benning y su pensamiento. No imaginé que el seminario resultaría, también para mí, una nueva fuente de inspiración. Mi cabeza no dejó de carburar y estallar, como un motor a combustión, desde el principio hasta el final de los cinco días de James Benning en Buenos Aires.


Andrés Di Tella






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