Nelson Mandela -Madiba, como lo llaman los sudafricanos- ha cumplido los 95 años, contra todos los pronósticos que ya lo daban yéndose de este mundo. Y si bien la celebración es de Sudáfrica, sus lecciones son para el mundo entero.

Mandela mismo se convirtió en símbolo de unidad y reconciliación. No solamente por virtud humana sino por virtud política: estimó que su victoria política lo catapultaba a una situación de relativa fragilidad y debilidad. Luego de casi seis décadas de apartheid, los Afrikaaners blancos -a pesar de no ser más del 10% de la población- controlaban los resortes principales del sector público y privado del país. De hecho, el momento simbólico de mayor unidad se da cuando Mandela decide usar la camiseta de los Springboks, el equipo de rugby nacional prohibido de las competencias internacionales como boicot. A pesar de ser un símbolo de la opresión blanca, Mandela lo adopta, lo hace suyo y lo resignifica: un equipo, un país.

A pesar de haber comandado unidades de resistencia armada -el ANC y Mandela fueron removidos de la lista de terroristas de los EE.UU. por George W. Bush en 2008- Mandela juzgó que para ser el presidente de una Sudáfrica unida no era necesario hacer reivindicación de la lucha armada. Se estableció una comisión para la Verdad y la Reconciliación. Memoria y verdad, pero no para polarizar el pasado politizando el presente sino para construir desde el presente un puente al futuro. No entre dos generaciones de una misma raza, proyecto o partido, sino a través y por medio de la solidez institucional. Mandela dejó el poder luego de un término, aunque la Constitución lo autorizaba a buscar su reelección y su legitimidad y apoyo le hubieran permitido obtenerla fácilmente. Con esa acción dejó otra lección al país: su renuncia a eternizarse buscó ser garantía de institucionalización de los principios de alternancia y soberanía popular.

Muchos recuerdan que Mandela recibió el Nobel de la Paz por el fin pacífico del régimen del apartheid y por sentar las bases para una nueva Sudáfrica democrática. Pero pocos saben que el premio fue compartido con el presidente Frederik Willem de Klerk, el séptimo y último presidente de la era del apartheid. Esa capacidad de transformar y trascender es acaso el mensaje más poderoso de Mandela.

Buscó crear un sistema en el que los niveles de enfrentamiento y polarización se redujeran, donde la crispación entre enemigos se volviera competencia entre candidatos, donde se reemplazaran balas por votos, donde los odios raciales no desaparecen pero dejan de estar institucionalizados. El poder no como fuerza divisiva, sino como punto focal en donde la unidad constituye la fuerza. El poder como servicio y responsabilidad más que como privilegio e inmunidad.