Tribuna.

El proceso de integración económica regional evidencia crecientes desajustes y desacuerdos. Un replanteo de la "asociación estratégica" con Brasil implica sincerar los temas, áreas e intereses, fijar los cursos de acción y crear la institucionalidad necesaria para tiempos de bonanza o turbulencia.

El Mercosur parece estar estancado en los temas centrales de la integración. En lo comercial, la agenda está desactualizada y los conflictos bilaterales abundan; desde trabas a productos específicos al reclamo más integral del déficit que Argentina tiene con Brasil. En lo financiero, se acumulan restricciones cambiarias, limitaciones al giro de dividendos al exterior, la suspensión del proyecto de la minera brasileña Vale en marzo y la rescisión de la concesión de los ferrocarriles a la también brasileña América Latina Logística.

Políticamente, las presidentas no pudieron destrabar los conflictos en la reunión que mantuvieron en abril pasado.

¿Qué balance hacer hoy de la "asociación estratégica" entre Argentina y Brasil? ¿Es central, necesaria, conveniente, inevitable? ¿Cuál es el estado de la asociación y cuánto tiene de verdaderamente estratégica? En los planos comercial, financiero, tecnológico, político, militar hay asuntos sobre los que habrá que tomar posición.

En esas áreas de interacción la política exterior decide si se actuará individualmente o en conjunto. Y en base a ello, cómo maximizar los beneficios de la cooperación o minimizar las pérdidas de la competencia.

Replantear la relación no quiere decir Argentina con o versus Brasil. Eso sólo sirve para el Mundial 2014. Quiere decir sincerar los temas, áreas e intereses, fijar los cursos de acción y crear las institucionalidad necesaria para hacer buen management de la relación, en tiempos de bonanza o turbulencia. Los tiempos actuales permiten estrategias pragmáticas de relacionamiento con socios, vecinos y hasta rivales. Se puede cooperar y competir, acordar y disentir; en múltiples foros y sobre temas superpuestos, entre los sectores público y privado. El ascenso de Brasil ha generado asimetrías de poder con nuestro país. Y en las relaciones asimétricas, siempre hay un lado más expuesto que el otro. Por otra parte, las tendencias pueden moderarse o revertirse en el largo plazo. Es posible un escenario donde Brasil es potencia regional y jugador global, pero también es necesario anticipar los posibles impactos si Brasil no lo logra. Así, se abren múltiples opciones de concertación y oposición, de acompañamiento y balance. Del lado argentino, no parece tenerse un modelo más allá de navegar el ciclo alcista de los commodities.

Con una manera diferente de redistribuir la renta no alcanza para el largo plazo. La confianza mutua construida cae presa de la dinámica política interna. Se pierde coherencia y seriedad, generando oscilaciones que causan incertidumbre y aprensión en los socios. El conjunto de alineamientos externos responde sí a las oportunidades del escenario internacional pero también a los modelos de desarrollo.

La inserción internacional en la economía global es función de las estructuras de economía política internas, a su vez base de las coaliciones políticas.

El poder en el mundo atraviesa una tendencia hacia la distribución (entre estados) y hacia la difusión (fuera de los estados, hacia organismos supranacionales y redes transnacionales).

La naturaleza del poder parece estar cambiando y con ella la estructura y dinámica de las relaciones internacionales.

El centro de gravedad de los asuntos globales se traslada a Asia y genera nuevas agrupaciones en todo el mundo, como en Latinoamérica la Alianza del Pacífico de Chile, Colombia, México y Perú. Ante esa realidad, ¿cuál es el lugar de un bloque con una mirada preeminentemente atlántica? Sin caer en antinomias geográficas facilistas que en realidad esconden ­no muy biencríticas superficiales a la política doméstica: ¿es posible, deseable o viable un acuerdo Mercosur-Alianza del Pacífico, que transformara a la región en un gran corredor bioceánico? Con un mundo que parece estar reconfigurándose con base en mega-bloques regionales, las líneas de fractura de la integración latinoamericana cobran una importancia crítica.

Argentina se debe un debate serio sobre su relación con Brasil. En un mundo cada vez más multipolar y competitivo, el mayor riesgo es la pérdida de relevancia. Repensar no es disputar, cuestionar no implica desafiar.

Pero los cambios en las condiciones globales, regionales y nacionales de ambos países hacen ineludible replantear los carriles estratégicos sobre los que se mueve la relación bilateral más importante del Cono Sur.