Di Tella en los medios
Diario Perfil
5/02/12

La violencia

La descontrolada violencia que estalló en un partido de fútbol en Egipto y costó decenas de vidas actualizó, en las conversaciones cotidianas, la vigencia del tema de la violencia en el fútbol; o, para ajustarse mejor a lo que se dice, el tema del fútbol como generador de violencia. Los argentinos sabemos demasiado bien de qué se habla.

 
El episodio de Egipto ha servido también para actualizar una asociación muy frecuente entre nosotros: las raíces políticas de la violencia en el fútbol. Es un combo perfecto para la proyección de estereotipos ante los cuales, dada la abundancia de información fáctica, es difícil argumentar para proponer explicaciones alternativas.

Hay un elemento constitutivo de la vida social que es la naturaleza violenta del ser humano. Se presenta bajo distintos ropajes justificatorios en cada circunstancia de la historia, pero está siempre presente. Las construcciones culturales y la estructuración de los vínculos societales logran, aunque en medida variable, internalizar en cada individuo y en cada comunidad mecanismos represivos de esa naturaleza violenta que a la vez favorecen el desarrollo de otros aspectos de las potencialidades humanas. Aun así, en toda sociedad aparecen situaciones que tienden a debilitar o neutralizar por completo esa capacidad de represión, desatando impulsos violentos. El fútbol es, en el mundo de nuestro tiempo, una de esas situaciones. En otros tiempos existieron otras; posiblemente la más universal, la más propicia para destrabar instintos feroces supuestamente en nombre de algunos propósitos superiores que le darían sentido, haya sido la guerra –particularmente la guerra en los tiempos en que casi no había tecnología y para imponerse sobre el enemigo era necesario derrotarlo cuerpo a cuerpo hasta la muerte–.

La guerra es una instancia interesante porque tiene un punto de contacto con la política: la existencia de un sentido, una razón por la cual ejercer la violencia. En el fútbol esa ‘causa’ parece absolutamente trivial e irrazonable. Hay otras instancias. Si uno en nuestros días se pregunta cómo fueron posibles las crueldades de los romanos contra sus enemigos, o la Inquisición en Europa, o las de la conquista de América o los crímenes nazis en el siglo XX entre otros, puede encontrar alguna luz en expresiones como esta de Santo Tomás de Aquino –que recojo ciertamente fuera de contexto, pero aun así con suficiente peso para mi argumento– de un texto de mi amigo Thomás M. Simpson, quien a su vez, remite al historiador católico Paul Johnson (Historia del Cristianismo): "Santo Tomás creía que el goce producido por la contemplación del dolor de los condenados es uno de los placeres del cielo... Paul Johnson agrega también una frase extraordinaria del predicador Thomas Burton: ‘Dios se reirá de su calamidad. La gente virtuosa del Cielo se regocijará y cantará mientras el humo se eleva eternamente’". Freud pone esto en boca de Heine: "Tengo la disposición más apacible que se pueda imaginar: una modesta choza, un techo de paja … manteca y leche bien frescas, algunos árboles hermosos ante la puerta… y si el buen Dios quiere hacerme completamente feliz, me concederá la alegría de ver colgados de estos árboles a unos seis o siete de mis enemigos" (en el libro publicado en castellano con el título El malestar en la cultura).

La política entra en esta constelación no solamente porque crea ámbitos propicios para las justificaciones más acabadas de la violencia, sino también porque ayuda a entender su matriz organizacional y comunicacional. La violencia anida, por así decirlo, en el alma de algunos seres humanos; la política la organiza, la socializa, la programa y propende a comunicarla para diseminar sus propósitos en cada circunstancia. Hoy, en Egipto, los analistas buscan conexiones entre los episodios en el estadio de Port Said y los actuales procesos políticos en ese país. En la Argentina esto es frecuente. Es distintivo de la política que la acción de quienes se mueven en el ámbito político responda normalmente a "ideas" –símbolos, propósitos, doctrinas– que no existen en el fútbol o en otros ámbitos donde suelen desatarse fuerzas violentas. Pero está claro que eso no impide que en la política tienda frecuentemente a hacerse uso de esas propensiones violentas de muchas personas.

No está claro, en cambio, que suprimiendo el fútbol desaparecería la violencia, que ésta no encontraría otras instancias propicias para desatarse por encima de los mecanismos de represión culturalmente institucionalizados. Cuando la violencia se desata más allá de episodios ocasionales y fugaces, generalmente es porque hay liderazgos grupales que la instigan o la incentivan. Posiblemente, el único camino para contrarrestarla a través de una cultura de la convivencia sea la existencia de otros liderazgos capaces de ofrecer y activar lazos sociales alternativos.

Manuel Mora y araujo
Profesor en la Universidad Torcuato Di Tella.

Publicado en:
Link: