Di Tella en los medios
Clarín
3/03/11

EE.UU. y su síndrome crónico

Por Juan Gabriel Tokatlian, Profesor de Relaciones Internacionales, Universidad Torcuato Di Tella.

Tribuna : Desde hace mucho tiempo, Washington concibe a América latina no como enemiga, sino como una contraparte inmadura y dependiente. Habrá que evaluar los hechos y no las intenciones de la visita de Obama para saber si esa mirada cambió.

E l próximo periplo del presidente Barack Obama por 3 países (Brasil, Chile y El Salvador) de Latinoamérica -el primero con visitas bilaterales desde el viaje del ex presidente George W. Bush a Brasil, Colombia, Guatemala, México y Uruguay en 2007- puede ser el comienzo de un gradual giro en la mirada de Estados Unidos hacia el área o la continuidad matizada de un tipo de vinculación arraigada.

Desde que Estados Unidos devino un protagonista central de la política mundial su comportamiento efectivo hacia América latina ha estado signado por lo que llamo el "síndrome de la superpotencia frustrada".

El síndrome puede ser expresado con este patrón familiar: un grupo de países, o una región, es considerada escasamente prioritaria por una potencia porque es identificada como "segura" o no es vista como una amenaza. La región también puede ser poco significativa debido a prejuicios culturales y/o su relativa insignificancia en términos materiales. Como resultado de lo anterior, dicha región es percibida de manera simplista, recibe una atención intermitente de parte de los tomadores de decisión y es objeto de interés/curiosidad de pocos actores domésticos en el país más poderoso.

En el caso de América latina, Washington no la concibe de un modo necesariamente negativo; la región no es vista como un enemigo sino como una contraparte inmadura y dependiente. Las políticas burocráticas en torno a áreas de bajo valor se caracterizan por la recurrencia y la invariabilidad. Ocasionalmente surge, en la gran potencia, la expectativa de una "transformación" madura y responsable en la región; madurez y responsabilidad que se entienden como consonantes con los objetivos primordiales de Washington en el área. Pero la desilusión reemerge: países turbulentos, mandatarios díscolos, políticas inconsistentes y retos inesperados conducen, primero, a la sorpresa y después el desengaño. Sin embargo, nada de ello lleva a alterar la estrategia hacia la región.

Se instala la frustración.
En realidad, la superpotencia no tiene la voluntad y disposición para repensar y reorientar las relaciones con la región. Así, de facto, empieza un nuevo ciclo que preanuncia otra frustración en el futuro.
Nada indica, al menos hasta ahora, que en la primera parte de su mandato la administración Obama haya logrado desterrar este síndrome. Los cables de Wikileaks develaron cuán hondo es el síndrome: la inmensa mayoría de los términos usados respecto a los presidentes de América latina son peyorativos, las dinámicas políticas internas son presentadas de modo caricaturesco y los prejuicios de diversa índole abundan en las descripciones de los países.
La obstinación en profundizar la militarización de la "guerra contra las drogas" en toda Latinoamérica con las mismas políticas ineficaces que han fracasado confirman que poco ha cambiado en los departamentos de Estado, Justicia y Defensa.
Los anuncios hechos en Washington antes del periplo de marzo se han centrado en las metas de Estados Unidos en la región (buscar más negocios en el área ante la presencia creciente de China), sus necesidades (en materia energética) y sus símbolos (el viaje va a coincidir con el 50 aniversario de la Alianza para el Progreso del presidente John F. Kennedy). Es apenas natural que Washington -como lo haría cualquier otro país- promueva y defienda sus intereses. Sin embargo, el mapa cognitivo con el que sigue funcionado Estados Unidos frente a la región no parece haber sido alterado.

En política internacional hay tres aproximaciones posibles frente a las intenciones: ser creyente, ateo o agnóstico.
Esto es; sostener que las intenciones son altamente significativas e inciden decisivamente; descreer completamente de la gravitación de las intenciones; o aceptar que las intenciones pueden influir relativamente pero que lo más relevante es lo que los países efectivamente hacen. La visita de Obama a la región habrá que evaluarla en términos agnósticos: los hechos, más que las intenciones, serán los que muestren la vigencia o el abandono del síndrome de la superpotencia frustrada.

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