Debate cultural: ¿por qué un Estado pobre debería financiar las artes?
Natalí Schejtman, Coordinadora de la Orientación en Comunicación y Periodismo de la Licenciatura en Ciencias Sociales, escribió sobre el debate de la financiación estatal de la cultura y entrevistó a Geraldine Davies Lenoble, directora de la carrera de Ciencias Sociales UTDT.
Después de su momentum durante la discusión en comisiones, cuando representantes del sector cultural participaron para criticar la primera versión de la Ley Ómnibus, los debates en torno a los institutos y modalidades de fomento del arte o la gestión de la propiedad intelectual se fueron diluyendo en la discusión en el recinto. Probablemente porque el acento se colocó en lo “verdaderamente importante” para la mayoría de los diputados y, también, porque en el fondo son muchos los que creen que la cultura no merece jerarquía en el debate de un país en alerta roja económica y social. O, incluso, porque como dijo hace un tiempo el escritor Martín Kohan, subyacen “planteos tramposos”, que suponen “una especie de extorsión de pensamiento mágico, como si deteniendo políticas culturales resolviéramos la pobreza”.
Sin embargo, expertos locales e internacionales vienen trabajando en el tandem cultura y desarrollo hace años y mientras recopilan experiencias nacionales e internacionales, tendencias mundiales de las industrias culturales y una mirada sobre la historia de la civilización, observan el capítulo cultural de la Ley Ómnibus con preocupación. ¿Un Estado pobre tiene que invertir en cultura? ¿Cómo? ¿Es la “economía naranja” –vinculada a las industrias creativas– la única vía de desarrollo posible?
“Es interesante ver casos de países con crisis económicas o sociales cuya apuesta fue la cultura: Medellín, Bogotá, la cuenca del Ruhr con la crisis del carbón o lo que hace Alemania para salir de la posguerra con los institutos Goethe”, señala Cynthia Edul, gestora cultural, dramaturga y directora de la Maestría en Gestión de la cultura en la Universidad de San Andrés. “Es al revés el ejercicio: sin obra pública, sin acceso a la salud y encima sin política cultural te perdiste tres generaciones de pibes. La política cultural es un tipo de intervención social: logra transformaciones del tejido social”. Mientras que no desmerece la mirada económica sobre la cultura, cree que no debe ser el único abordaje: “Creo que ir solo por ese lado te hace perder un montón de capas en el medio, prácticas que están en el medio, que están muchas veces en el territorio. Pero a la vez, vos podés cuantificar cuánto te mueve la cultura: qué te mueve el ticket de una persona en el teatro. El café, la pizza, el taxi. Pienso en la cultura desde lo identitario pero también podemos defender muy fuertemente qué impacto económico que tienen los consumos culturales”.
Coincide en parte con Héctor Schargorodsky, fundador del Observatorio Cultural de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires en 1997 y su director hasta septiembre del año que pasó. Su armado fue una tarea que le encomendaron en su rol de miembro del Cuerpo Agente Gubernamental (AG). Dentro de ese grupo que podría definirse como “especialistas en el Estado”, Schargorodsky se especializó en la gestión de la cultura, asesoró a diversos ministros, fue el primer director de los Espacios INCAA, director de Industrias Culturales, asesor de la UNESCO y profesor en universidades argentinas y europeas. Ante la pregunta de si un Estado empobrecido debe financiar la cultura es tajante: “Es una cuestión ideológica, de acuerdo al rol que le asignes al estado. Para mí, absolutamente sí. Estamos hablando de la identidad del país, de la expresión de la gente. Si no interviene el estado, solo se expresan los que tienen poder. El Estado es un regulador del poder, por eso nace. Pero esto está fuera de la posibilidad de compresión de gente que piensa profundamente de otra manera el Estado: son paradigmas distintos. Si el presidente dice que el estado es un pedófilo, no es un problema de pobreza o riqueza sino de concepción”. Pero además, agrega que se trata de una pregunta más profunda: “Se puede cuantificar el aporte de la cultura al desarrollo. Yo siempre he pensado que el Estado debería tener dos ventanillas: el sector mercantil o de las industrias culturales y la parte no mercantil, donde el rol del estado es fundamental. En definitiva, es un tema filosófico sobre lo que es ser humano. Si creés que es una máquina que se alimenta, duerme y procrea lo que están haciendo tiene sentido. Pero, desde mi visión del mundo, no. Casi no hay país que no invierta en su cultura: porque quiere que su población viva mejor, que disfrute de las producciones culturales y que pueda producir. Y además, tanto el teatro como el cine o la música pueden ser generadores de empleo”.
“Es un poco preocupante que nos estemos cuestionando con este tipo de medidas el rol que la cultura tiene y ha tenido siempre en la historia y en el desarrollo de cualquier sociedad”, señala Geraldine Davies Lenoble, directora de la carrera de Ciencias Sociales de la Universidad Torcuato Di Tella y de su Orientación en Historia y Cultura. “Para cualquier gobierno la cultura cumple un rol fundamental especialmente en la salida o el intento de salida de una crisis. Históricamente, todas las sociedades –incluso civilizaciones sin Estado– han destinado recursos y personas para el desarrollo de la cultura porque se reconoce el valor fundamental que tiene en la construcción de una identidad, de una pertenencia a la comunidad y de cohesión social, además de bienestar. Lo que preocupa de la propuesta del gobierno con respecto a la cultura es la falta de un plan. Hasta ahora, no se han expresado respecto de cuál va a ser el lugar del desarrollo cultural en su gobierno y en el modelo de país que quieren llevar adelante, sino más bien pareciera que hay una mezcla de temas de funcionamiento burocrático de las instituciones sin tener una visión respecto del rol de la cultura en el desarrollo”. Davies Lenoble se detiene en la inversión que distintos países están haciendo, además, en el desarrollo de soluciones creativas e innovadoras de problemas complejos a partir de una formación vinculada a las artes. Justamente en relación a la educación, la historiadora se detiene en los recortes que restringen las actividades culturales en la que los niños también se forman y desarrollan sus habilidades, así como el trabajo con poblaciones vulnerables: “Hay una gran literatura y ejemplos de trabajos y proyectos culturales para trabajar con poblaciones vulnerables, con adicciones, o que están en situaciones de pobreza en donde se han hecho emprendimientos culturales que permitieron a esas poblaciones dar los primeros pasos para salir de esa situación”.
Cuestiones pendientes
En cuanto a detalles del funcionamiento cotidiano de la gestión cultural desde el Estado, Schargorodsky pone el ojo en la articulación con las provincias: “Yo creo que la mayoría de los municipios y las provincias tienen bastante claro a pesar de sus diferencias políticas qué puede hacer el estado para desarrollar la gestión cultural. El Estado Nacional no lo tiene tan claro, históricamente. Este gobierno directamente está muy lejos de entenderlo pero los otros tampoco”. De sus numerosos antecedentes por la gestión pública cultural, cree que el engranaje entre las provincias y la nación no está del todo articulado: “Las provincias no han cedido en la Nación sus políticas culturales. En cultura las provincias hacen lo suyo e históricamente lo que han hecho con la Nación es, principalmente, pedir plata. Pero están más cerca del ciudadano común y tienen claro cuáles son las necesidades y los lugares que tienen que intervenir. Al mismo tiempo te digo que en muchos casos sus presupuestos son bastante miserables. En general se manejan con presupuestos bajos pero dicen ”no me importa, yo no tengo presupuesto pero cuando tengo un proyecto lo veo al gobernador y saca algún lado“, bajándole el precio a tener un presupuesto. Eso es mala cultura presupuestaria y favorece la discrecionalidad”, señala.
La necesidad de una profesionalización de la gestión cultural va de la mano con las deudas pendientes que tiene el Estado con este sector en particular, como una Ley Nacional de Cultura que “fije incumbencias y responsabilidades”, explica Scharogodsky, para evitar las superposiciones que existen, más cargos concursados, y una eficiencia general. También con potenciar su inserción en el mundo. Davies Lenoble se detiene en este aspecto, que también implica reconocer y acentuar el posible y evidente rédito económico y político que tiene la cultura: “Pensemos simplemente en experiencias que tienen que ver con el desarrollo cultural y el turismo donde hay un rédito económico inmediato. La gente de todas partes del mundo viaja a México, por ejemplo, no solamente por sus playas sino por la cultura que México presenta en todas sus políticas turismo”.
Edul también pone el foco en el aspecto diplomático que tiene la cultura que nota especialmente cuando viaja: “No hay persona que no me hable de la argentina como una referencia por su arte y cultura y para mi el estado hizo mucho pero podría haber hecho mucho más. Hace poco tuve una beca en una institución basada en Tokio y había una cena y me tocó sentarme con agregados culturales de otros países. Y me decían que les parecía que los políticos argentinos no dimensionaban [el aporte que podía hacer la cultura]. ‘Tienen un arte genuino, natural, con solo invertir un poco en lo que los propios artistas mueven en el extranjeros cambiarían la imagen del país. En vez de estar en las tapas por las crisis económicas estarían con sus artistas’”. Respecto de la cultura argentina en el mundo, Scharogdosky involucra también una dimensión tributaria: “Una de las deudas pendientes es la inserción del cine argentino en mercados extranjeros. Escribí un libro con Octavio Getino sobre el cine argentino con los mercados externos donde decíamos que el Estado tiene que potenciar y controlar el cine argentino en los mercados externos”.
Con respecto a discusiones productivas para mejorar la gestión de la cultura, agrega una mejor asociación entre el audiovisual y el sistema educativo para formar a las próximas generaciones y también afinar los procedimientos para hacerlos más transparentes y mejor normados.
Para Edul, “sería bueno separar las lógicas del poder y las lógicas de la gestión”, pero subraya la necesidad de proteger el andamiaje legal construido hasta ahora: “La historia de estas leyes indica que fueron empujadas por los artistas a la salida de la dictadura, apoyadas con la política de Alfonsin. Cuando vos saques estas leyes solo van a poder hacer cultura los que tengan mucha espalda económica, nadie más. Estas leyes generaron acceso y democratización. Es una catástrofe decir ”no va más“ y dar de baja la pequeña construcción cotidiana. Tenemos que ir hacia una ampliación y a la gestión de las audiencias, a mirarlas de modo mucho más fino. No se entiende lo que significa tomar decisiones que rompen todo: no estamos muy lejos de eso”.
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