Di Tella en los medios
La Nación
6/09/23

Buenos Aires perdida: el palacio inspirado en las villas palladianas italianas que quedó fuera del proyecto de la ciudad moderna

Por Silvina Vitale

Fabio Grementieri, profesor de la Escuela de Arquitectura y coordinador del Programa en Preservación y Conservación del Patrimonio, fue consultado por La Nación sobre la historia del palacio Miró.



Inspirado en las villas palladianas de la región del Véneto en Italia, se emplazaba en el medio del verde, en el centro de la actual manzana comprendida por las calles Libertad, Viamonte, Talcahuano y la avenida Córdoba. El palacio Miró estaba estrechamente vinculado con la familia Dorrego, a pesar de que a pocos metros se levantó un monumento en homenaje a Juan Galo de Lavalle, quien diera nombre a la actual plaza, suceso que no fue bien visto por los habitantes del palacete quienes inmediatamente hicieron notar su descontento.

A todo lujo, había sido inaugurado en 1868 y pertenecía a Mariano Miró, comerciante y funcionario público, quien había comprado la manzana, según describe Elisa Casella de Calderón en la revista Buenos Aires nos cuenta, para construir una casa confortable para vivir junto a su esposa Felisa Gregoria Dorrego Indarte, hija de Luis Dorrego –uno de los hermanos de Manuel Dorrego, el caudillo federal– y de Inés Indarte. De acuerdo con la publicación de 1991, la obra estuvo a cargo del arquitecto italiano Nicolás Canale, quien junto a su hijo José, había llegado desde Génova en 1858 y levantó la monumental casona de acuerdo con lo que se denominaba el estilo italianizante.



El palacio se emplazaba en el medio del verde, en el centro de la actual manzana comprendida por las calles Libertad, Viamonte, Talcahuano y la avenida Córdoba


Según explica Fabio Grementieri, arquitecto especialista en Preservación de Patrimonio, a mediados del XIX, la arquitectura buscaba recrear al renacimiento italiano en distintas versiones. “Este estilo estuvo de moda en Estados Unidos, en todos los países de Europa, en algunos de América. Se trataba de volver a mirar la arquitectura del Renacimiento italiano, de Venecia, de Florencia, se tomaba como referencia el famoso palladio, esa casa de campo de los aristócratas del noreste italiano y se hacían distintas interpretaciones de ese estilo”, afirma el profesor de la Universidad Torcuato Di Tella ( UTDT ).

Esta versión modernizada de la villa palladiana tenía una estructura semicircular y constaba de dos plantas, con un vestíbulo central al que daban distintas habitaciones y una galería que recorría su perímetro, pero su gran atractivo era el mirador vidriado en hierro que otorgaba una iluminación formidable, una de las innovaciones que trajo el nuevo siglo en cuanto a construcción. Por otra parte, Grementieri asegura que en esa época, el palacio Miró salía de lo común porque era una casa suburbana construida en medio de un parque. Estaba rodeada por esculturas de leones y se habían plantado especies exóticas conformando un gran jardín. Su puerta principal daba sobre Viamonte, en ese momento llamada calle Del Temple. Muy próxima, donde hoy se ubica el Teatro Colón, estaba la estación del Parque, la primera estación ferroviaria de la Argentina, cabecera del Ferrocarril Oeste, inaugurada en 1857; mientras que, del otro lado, en el actual Palacio de los Tribunales estaba la Fábrica de Armas y Parque de Artillería.


Pasado tumultuoso

Miró falleció en 1872 y dejó como heredera de su palacio a su sobrina Ernestina Ortiz Basualdo, casada con Felipe Lavallol, porque de su matrimonio con Felisa no habían nacido hijos. Sin embargo, según detalla Buenos Aires nos cuenta, su esposa, continuó viviendo en el palacio. “Una mañana, el 25 de agosto de 1881, fue sorprendida por un hecho macabro que terminó siendo policial”, describe la publicación.

En efecto, según relata Marisa Vicentini, historiadora y creadora del podcast Magistra Vitae, Felisa recibió una carta extorsiva de un grupo mafioso que se hacía llamar Los Caballeros de la noche. En la misiva, esta banda le aseguraba que había sustraído el cadáver de su madre, Inés Dorrego Indart, del Cementerio de la Recoleta y que lo devolverían a cambio de dos millones de pesos.



El Palacio Miró tuvo un rol fundamental durante la Revolución del Parque de 1890.


“Los secuestradores dejaron una serie de instrucciones sobre cómo pagar el rescate, pero la familia le avisó a la policía y se inició una investigación. Cuando apareció quien pretendía cobrar se trataba de un muchacho que solo sabía qué tenía que ir a un lugar para que le dieran una caja”, explica la historiadora y aclara que la policía le pidió al joven que siguiera las instrucciones que le habían indicado para hallar a los responsables.

En su libro Cementerio de la Recoleta, 200 años de historia, Diego M. Zigiotto detalla el episodio y asegura que al joven se le había encomendado arrojar la caja desde un tren en movimiento a la altura del arroyo Maldonado y que la policía lo obligó cumplir el pedido y a tirarse junto con la caja.

“Esto puso en evidencia que el hijo de un aristócrata belga, que tenía problemas económicos y lideraba una banda mafiosa, era quien estaba detrás de la extorsión. Finalmente el cadáver de la mujer estaba en otra bóveda dentro del mismo cementerio. Y a pesar de ir a juicio y recibir una condena, esta luego se levantó porque, en ese momento, la figura del robo de cadáveres no existía en el Código Penal Argentino”, cuenta Vicentini.

Según refiere Zigiotto en su libro, poco después el Código Penal Argentino fue modificado incorporándose la sustracción de cadáveres como violencia moral para obtener una ventaja económica.

Años más tarde, la familia atravesó otro contratiempo por el que también estuvo en boca de todos y que el autor también incluye en su publicación. “El 19 de diciembre de 1887 quedó inaugurada casi frente al palacio Miró la estatua del general Juan Lavalle, quien había ordenado la muerte de Manuel Dorrego, tío abuelo de Felisa (en 1828). En señal de repudio, la familia decidió cerrar la puerta principal del palacio y sellar las ventanas de la casa que miraban hacia el monumento”, escribe Zigiotto. Según aclara Vicentini, nunca más se volvieron a abrir.

Los días del palacio se ensombrecieron aún más cuando en 1890 fue escenario de la llamada Revolución del Parque que comenzó el 26 de julio de ese año. La revuelta, que dio origen a la Unión Cívica y provocó la renuncia del entonces presidente Juárez Celman, determinó un gran deterioro en la casona porque según Buenos Aires nos cuenta, fue cantón revolucionario y llegó a albergar un centenar de combatientes. Sufrió una gran destrucción, del mirador de vidrio solo quedó el hierro y la enorme balaustrada sobre la calle Libertad quedó derruida, la balacera había alcanzado las ventanas y paredes internas. La capitulación se firmó allí mismo, el 29 de ese mes.


Ocaso y derrumbe

Unos años después, Felisa Dorrego de Miró falleció, exactamente el 4 de diciembre de 1896, y de acuerdo al informe de Elisa Casella de Calderón, la casa volvió a recuperar su esplendor recién durante la visita del presidente brasileño Manuel Ferraz de Campos Salles en el 1900, quien se hospedó en el palacio. Por otra parte, para 1910, con motivo de la celebración del centenario de la independencia argentina se realizó allí un gran festejo que tuvo como invitada a la Infanta Isabel, que asistió en representación del rey Alfonso XIII y el entonces presidente José Figueroa Alcorta. Para ese entonces ya se habían inaugurado el actual edificio del Teatro Colón (1908) y el Palacio de Tribunales (1910).

De a poco, el palacio de los Miró Dorrego perdió su esplendor y cayó en el abandono hasta que sobrevino su final abrupto cuando en 1937 la municipalidad de la ciudad de Buenos Aires lo expropió y ordenó su demolición inmediata. Vicentini sostiene que su desaparición se dio en un contexto particular, entre las décadas del 30 y del 40, cuando a partir de un pensamiento que promovía las ciudades abiertas, con circulación y grandes avenidas se demolieron muchos palacios y casonas.

Por ejemplo, la historiadora advierte que en esos años se inauguró el Obelisco (1936) que implicó la demolición de todo lo que había en la 9 de julio, incluyendo la Iglesia San Nicolás de Bari, que se construyó de nuevo a pocas cuadras sobre la avenida Santa Fe. “También se tiró abajo la quinta de Alzaga, que fuera el hogar de Felicitas Guerrero; el antiguo Teatro Coliseo, que tenía la forma del anfiteatro circular tal como una arena romana –en el mismo lugar se construyó el actual–; el edificio de rentas que era parte de la Aduana de Taylor, detrás de la Casa Rosada, a la vez que se concretó el ensanche de la avenida Corrientes”, añade.



La Plaza Lavalle, desde Córdoba y Talcahuano, en 1937


Por su parte Grementieri aclara que, particularmente, el palacio Miró se demolió para ensanchar la Plaza Lavalle. “En ese momento no existía la Ley de Monumentos Históricos ni la Comisión Nacional de Monumentos y lo que se asociaba como monumento histórico era lo colonial o los sitios de la independencia. Las construcciones recientes, de cincuenta o sesenta años, no se consideraban con un valor histórico”, explica. Aclara, además, que al ser el palacio Miró una construcción privada, no se le daba valor.

“Se dejaron los árboles, magnolias y gomeros, que actualmente forman parte del paisaje de la Plaza Lavalle y que pertenecían al palacio”, finaliza el arquitecto. Además de la arboleda, lo único que quedó en pie de aquellos años es el monumento en honor a Lavalle, obra del escultor italiano Pietro Costa y la única torre estatuaria de la ciudad que alcanza los 26 metros. Ese que tanto disgustó a Felisa y por el que cerró todas las ventanas que daban hacia la calle Viamonte.