Di Tella en los medios
Clarín
6/07/21

La ecuación auto-destructiva

El profesor de la Especialización y la Maestría en Políticas Educativas escribió sobre el impacto de la pobreza en la educación.


Vior

Entre los principales factores que definen nuestro destino como personas, la malnutrición se arroga un sitio fundamental y condicionante. Una deficiente alimentación de la madre durante el embarazo y los primeros dos años de vida, provocará en el niño consecuencias en su desarrollo físico y cerebral difíciles de revertir.

Diversos trabajos de investigación demuestran que la desnutrición a edad temprana afecta de manera directa el crecimiento del cerebro, limitando el desarrollo cognitivo y por lo tanto, el bajo desempeño escolar.

Existe evidencia científica que revela que los niños sometidos a la presión de la pobreza y malnutrición, ingresan al colegio de manera tardía y abandonan los estudios más tempranamente. Como consecuencia, se reducen sus posibilidades futuras de inserción laboral en actividades de alta productividad.

A su vez, la probabilidad de que queden desempleados será mayor y los días de ausentismo laboral se incrementarán debido a una mayor propensión a contraer enfermedades. En definitiva, la malnutrición debida a la pobreza, atrapa al niño impidiendo que pueda escaparle a un destino que parece sellado desde la propia cuna.

Los intolerables índices de pobreza e indigencia informados por el INDEC para el último trimestre de 2020, nos llevan a imaginar un futuro aún más desolador que el actual. Hoy, más del 70% de los menores de 14 años del Conurbano bonaerense viven en un medioambiente que los margina y los nutre deficientemente.

Para que resulte aún más evidente, 3 de cada 4 niños ven limitado el acceso a un plato caliente de comida todos los días.

Queda claro que si más de la mitad de nuestros niños no se nutre correctamente y abandonan sus estudios de manera temprana, difícilmente podrán desarrollar las habilidades y competencias que requiere la actual economía. En términos concretos, las personas que desde su niñez han sido sometidas a una dieta escasa e inapropiada, revelarán falta de memoria, déficit de atención y verán limitada su función motora.

Así, su inserción al mundo laboral moderno, el que requiere no solo de conocimientos técnicos sino de habilidades para trabajar en equipo, capacidad de liderazgo y creatividad, se verá altamente limitada.

Para combatir este flagelo, nuestros dirigentes, de manera obsesiva, aplican medidas que han demostrado su fracaso una y mil veces. Las políticas para escaparle a este infierno, basadas casi exclusivamente en el reparto de planes sociales sin contraprestación real alguna, solo han acentuado el problema.

La paradoja, mientras el gasto público en 2007 representaba el 28% del PBI y el 29% de la población era pobre, hoy supera el 41% y la pobreza ya suma al 42% de las personas.

Que el asistencialismo “a la argentina” ha fracasado ya no existen dudas. La “solución” es la que genera el problema. Si la ayuda que distribuye el Estado no se asocia al mercado de trabajo y al educativo, por ejemplo, el resultado será siempre el mismo: un país que se achica mientras crece la marginalidad.

Para salir de este círculo vicioso, sitio en el que ingresamos por decisión propia -nos gobiernan aquellos que elegimos- es condición necesaria, no del todo suficiente, agrandar la cantidad y la calidad de nuestro stock de capital humano.

Esto significa aumentar el número de graduados secundarios y universitarios dentro de un plan estratégico de país. Sin embargo, las políticas actuales nos condicionan. Haber mantenido las escuelas cerradas durante un año y medio sin evidencia científica que lo justificara, tendrá consecuencias irreversibles.

Un estudio de Alejandro Artopoulos evidencia que casi el 20% de los niños del país que cursan el último año de la primaria, no tiene en su hogar acceso a Internet. En provincias como Santiago del Estero y Formosa, dicho porcentaje se acerca al 40%. Para ellos, el contrato con la escuela se quebró. Asimismo, la actual suspensión de las pruebas Aprender, aquella que evalúa lo que saben los alumnos de nuestras escuelas, da cuenta de lo poco que cotiza la educación para el actual gobierno.

Arturo Pérez Reverte, escritor español y periodista alguna vez, nos recordaba que “la gente se mueve por hambre, la historia de la humanidad la hace el hambre. En España había mucha miseria y América se presentaba como un mundo de oportunidad”. Argentina recibió a dos de los cuatro millones de españoles que dejaron su país desde 1880 a 1920. Hoy, pareciera ocurrir lo contrario.

Una encuesta realizada en 21 países a principios de este año por la Consultora Yonder, revela que el 76% de los estudiantes universitarios argentinos ve al país como un peor lugar para vivir en comparación a cinco años atrás. Confirmando la tendencia, un estudio llevado a cabo por Randstad, muestra que el 84% de los encuestados consideraría emigrar para mejorar su posición laboral.

Paradójicamente, España se encuentra al tope de las preferencias a la hora de buscar un nuevo destino. Las cifras de pobreza y desánimo que nos atraviesan son alarmantes.

Si nuestra clase dirigente no cambia rápidamente la ecuación autodestructiva que ha puesto en práctica de manera paranoica desde hace décadas, aquella donde la educación y el estimulo a la inversión privada no forma parte de sus agendas prioritarias, habrá sellado más rápidamente de lo pensado el destino del país, uno de rostro humillado y que viste los harapos que va dejando la pobreza y la marginalidad.


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