Plan
Taller de Arquitectura. Período de entregas. Fuente: Archivo EAEU.
Hacer Escuela
En los últimos veinte años, el escenario de la educación arquitectónica ha visto reducido su rol como medio generador de ideas genuinamente renovadoras de los paradigmas que la disciplina construye para estar en consonancia con las nuevas cosmovisiones sensibles de la cultura global del siglo XXI. Numerosas escuelas de arquitectura de vocación global han relegado el objetivo central de construir discursos y métodos hegemónicos, refugiándose en nichos de intereses especializados, idiosincrasias regionales, perfiles populistas, y audiencias segmentadas, soslayando de ese modo toda voluntad de influencia de espectro amplio y largo alcance, y en cambio enfocando en objetivos inmediatos (es decir, no mediados), rentables en el corto plazo. Centradas en la construcción de identidades rápidamente consumibles, en la producción acelerada de investigaciones que se lanzan al mercado antes de alcanzar su maduración, o en la promoción de actividades auto-celebratorias, las escuelas han devenido máquinas de estilización, apenas capaces de desplegar avances sustanciales del conocimiento y de nutrir a la arquitectura que vendrá.
Buenos Aires se ha beneficiado por su distancia frente a este fenómeno de exacerbación de idiosincrasias y consolidación de identidades localistas que afecta a gran parte de la disciplina en la actualidad, sin por ello evitar ser víctima de su propio provincialismo, que la lleva, desde hace décadas, a encerrarse en un loop de escasa exterioridad. Apoyado en premisas obsoletas que se perpetúan mediante su repetición en circuitos cerrados, un segmento establecido de la arquitectura local se ha replegado hacia un profesionalismo infecundo, o bien se ha escudado en la ilusión de un supuesto librepensamiento que, por atado a sus propias certidumbres, resulta igualmente ineficaz. Buenos Aires, en tanto metrópolis global, se pregunta, desde hace décadas, cómo volver productiva nuevamente su ambigua e inestable relación con el mundo, simultáneamente caracterizada por el aislamiento y el metropolitanismo: esa plataforma desde la que, desde dentro y desde fuera, se puede desarrollar un proyecto capaz de interpretar la extrema diversificación de estos tiempos según patrones, matices y tendencias que la sinteticen.
La Escuela de Arquitectura y Estudios Urbanos procura, en este contexto, constituir un nodo de atracción para la formación de arquitectos con capacidades técnicas y destrezas proyectuales de excelencia y alcance global, generando una cultura que se proyecte tanto con fuerza y vehemencia como con autoconsciencia y autocrítica. Con el objeto de formar arquitectos relevantes y audaces, pero también medios prolíficos y culturas influyentes, la Escuela, al tiempo local y extranjera, intenta extremar los beneficios derivados de la globalización y explotar las libertades de la distancia, multiplicando sus vínculos y fomentando la generación de un modelo de exterioridad internalizada. Desde esa posición, la Escuela construye su acervo para desplegarlo en tiempo real y conformar una memoria en vivo, conduciendo la dinámica intangible de las relaciones entre profesores y alumnos, e integrándola en ideas e imágenes que, enriquecidas, viajan con ellos y entre ellos. Su dinámica, dadas estas relaciones, promueve la confusión de rasgos locales y globales, al tiempo que singulariza las diferencias y delinea progresivamente formas de síntesis.
La Escuela de Arquitectura y Estudios Urbanos integra inteligencias disímiles con el objeto de desarrollar ideas singulares y consistentes que puedan proyectarse sobre el mundo contemporáneo. Su política de la pluralidad, superadora de la simple diversidad heterogénea, prolifera las fuerzas hasta hacer emerger tipos refinados, variaciones robustas, y expresiones delicadas, lanzándose a una danza en que los problemas, antes que resolverse, engendran ideas superadoras. Esta política de singularización y consistencia se asienta en una sistematicidad de base que las reúne, consolidando la durabilidad de las ideas resultantes. La Escuela es una máquina creadora de formatos o infraestructuras procedimentales que habilitan el conocimiento, no como resultado de incandescencias aisladas, sino de series consistentes que generan valencias a partir de una ética de la diferencia y de una estética del rigor. Modalidades operativas rítmicas y sistemáticas, salpicadas de saltos cualitativos que, antes que impuestos, se fundan en la acumulación de pequeños pasos y avances paulatinos, hacen de la mirada atenta su modus operandi, reformulando premisas, acumulando masa crítica, y encarnando el avance de la forma como organización, y no como ocurrencia.
Hacer Escuela desde Buenos Aires implica atravesar y sistematizar la diferencia, no meramente para encontrar mecanismos para su instrumentación diestra, no para celebrar su supuestamente indómita apariencia o para proclamar la belleza de su disparidad, sino para hacer surgir de ella lo verdaderamente nuevo, lo extraordinario, lo singular. Una Escuela que forma arquitectos comprometidos con la arquitectura y con el mundo debe no tanto indicar como resolver problemas uno a uno como apuntar a construir y lanzar medios transformadores, medios que habiliten capacidades abiertas y profundas, medios que creen sus propias audiencias, una serie de inéditas especificidades, medios apoyados en una ética instigadora que, por fuerza propia, sea capaz de cargar de realidad a lo inesperado.