En los medios

La Nación
18/01/24

Financiamiento de la educación: ¿oportunismo o resultados?

Marcelo Rabossi, profesor de las Especializaciones y Maestrías en Educación, escribió sobre el financiamiento educativo en Argentina, en una nota con la economista Cynthia Moskovits.

Por Marcelo Rabossi y Cynthia Moskovits

Promulgada en 2005, la ley de financiamiento educativo aseguraba que, luego de un alza progresiva, a partir de 2010 un monto de fondos públicos no menor al 6% del PBI sería destinado al área. Como tantas promesas hechas al calor de la tribuna política, o peor , como tantas normas legales que imponen comportamientos al fisco (leyes de responsabilidad fiscal, de movilidad de prestaciones previsionales o de ajustes impositivos, o los presupuestos nacionales modificados innumerables veces vía decretos de necesidad y urgencia), este requerimiento legal solo fue cumplido en 2015. Así, en los 15 años que van de 2006 a 2020 la deuda del Estado con el sector educativo alcanzó el equivalente del 5% del PBI de 2020 (Argentinos por la Educación, 2023). Henry Cooke, ministro presbiteriano en la Irlanda del XIX, decía que un trabajo pesado es la acumulación de tareas livianas que no se hicieron a tiempo. Nos aguarda una ardua labor para reconstruir las escuelas e instituciones donde nos educamos.

A poco de finalizar su mandato presidencial, el gobierno de Alberto Fernández propuso una nueva ley de financiamiento. Del incumplido 6% vigente se llegaría a 8 puntos del PBI en 2030. Se aumentaría el presupuesto para educación en casi 2,5 puntos porcentuales (pp) en relación con los actuales valores. Un 6,5% se destinaría a cubrir la educación de bebés de 45 días a niños de 3 años, la actual educación obligatoria y la terciaria no universitaria. El restante 1,5% se destinaría a sostener a las más de 60 universidades nacionales con las que contamos. Para tener una idea: según el último informe de la OCDE (2023), con datos para el año 2020, en solo 3 de 43 países relevados, el gasto público en educación primaria a terciaria no universitaria fue mayor o igual al 6% del PBI: Noruega, Sudáfrica e Islandia. Ese año la Argentina dispuso de 4,5% del PBI para tal universo de gasto, resultando el 14º país de la muestra, por encima de Australia, Nueva Zelanda, Holanda, España, por nombrar apenas algunos. En América Latina solo Colombia y Brasil contaron con recursos similares a la Argentina (4,6% del PBI).

Asignar más fondos para educar es siempre alentador. Pero eso está lejos de significar que la política educativa sea adecuada. El proyecto de ley prevé que las universidades reciban un 100% de aumento (en relación con el PBI) respecto de su presupuesto actual. Mientras tanto, los niveles previos y obligatorios deberán contentarse con solo un 35% adicional. El desbalance es inquietante. En términos de equidad y eficiencia, se partiría de prioridades invertidas y sin rastros de alguna planificación estratégica. Ocurre que, sin graduados en los niveles primario y secundario que cuenten con conocimientos al menos satisfactorios para transitar exitosamente el ciclo universitario, seguiremos profundizando la brecha de conocimiento.

Si bien la cobertura en el nivel secundario fue en aumento, la calidad sigue siendo un tema pendiente. Apenas 16 de cada 100 niños que comienzan la primaria terminan la secundaria sin repetir y habiendo alcanzado niveles satisfactorios en lengua y matemática (Argentinos por la Educación, 2022). Dado que el único requisito para cursar estudios universitarios es haber aprobado el nivel secundario, esa baja proporción indefectiblemente tiene su consecuencia en la calidad y en la escasa cantidad de estudiantes que finalizan sus estudios. El 45% de la población de 25 a 54 años de países OCDE cuenta con educación superior (OCDE, 2021). En la Argentina, solo 24%, relación menor que en Chile y Costa Rica, cuando en la década de 1950 uno de cada tres estudiantes universitarios en América Latina cursaba en una universidad argentina. El proyecto que eleva del 6% al 8% los fondos para educación y que obtuvo un fuerte respaldo en la Comisión de Presupuesto y Hacienda de la Cámara de Diputados, es una clara muestra de que, para una porción de la política, la racionalidad presupuestaria y la eficiencia en el gasto no son parte relevante del menú.

La urgencia en equilibrar las cuentas fiscales como condición necesaria para evitar el desborde monetario que se traduce en niveles de inflación intolerables se torna inevitable para el nuevo gobierno. Ante escenarios de escasez presupuestaria, más que nunca debe tomarse en cuenta que los fondos son siempre un medio para conseguir un fin, el que debe ser abordado eficientemente y según prioridades.

La educación es sin duda prioridad y, como tal, no debe ser la variable de ajuste. La evaluación de PISA (2022) muestra una correlación positiva entre inversión y resultados de matemática hasta $75.000 dólares (ppa) acumulados por alumno entre 6 y 15 años. La Argentina invierte apenas $42.238. Reducirlos nos haría retroceder aún más. Por otro lado, como en gran parte de las reparticiones públicas, los recursos no fueron bien usados. Invertir sin un plan de desarrollo humano o hacerlo de manera ineficiente sin tomar en cuenta el costo de oportunidad de los recursos y su impacto en términos de resultados nos generó un daño irreparable. Años de desvarío educativo han provocado que el 73% de los alumnos de 15 años sea incapaz de resolver una operación matemática básica (PISA, 2022). Ante este escenario desolador, las palabras de John Dewey, pedagogo influyente en la construcción del modelo educativo argentino a principios del siglo XX, deberán ser la luz que indique el norte del Gobierno: “La educación no es preparación para la vida; la educación es la vida en sí misma”.