En los medios

La Voz del Interior
26/08/23

Libertarios: historia de un pensamiento por derecha y por izquierda

Luis Diego Fernández, profesor de las Licenciaturas en Historia y en Ciencias Sociales, describió en La Voz la ideología libertaria.

Por Rogelio Demarchi
Nuestro vocabulario político debe incorporar un nuevo término: libertario. No es lo mismo ser libertario que ser liberal, ni siquiera podríamos imaginar que ambos términos constituyan las estaciones de una misma línea de tren, y solo una de esas líneas tendría en su recorrido alguna parada que se denomine “neoliberal”… aunque las vías se crucen en algún punto, o en más de uno. Para precisar estas cuestiones e insertarlas en el panorama nacional, entrevistamos a Luis Diego Fernández, compilador de Utopía y mercado. Pasado, presente y futuro de las ideas libertarias , un interesantísimo libro de más de 600 páginas que recoge ensayos de los más destacados teóricos del libertarianismo, tanto de izquierda como de derecha. Porque, sí, esta es otra de las sorpresas que guarda esta (para nosotros) novedosa cultura política: así como tiene un ala de derecha, que pone el acento sobre cuestiones económicas, hay otra de izquierda que reivindica la libertad del ser humano para hacer lo que quiera, en el más amplio sentido. Sexo, pornografía, prostitución, drogas. “Los vicios no son delitos”, escribió Lysander Spooner, a fines del 1800. “El libertarismo no es una filosofía para débiles. No es light, es una doctrina radical y extrema”, escribe Fernández en nuestros días. Filosofía de la no interferencia.

–¿Cómo diferenciás liberalismo de neoliberalismo y de libertarianismo?
–El liberalismo clásico es una reacción al absolutismo monárquico en el 1700, y lo que se plantea es el famoso “dejar hacer”: que las personas interactúen libremente, sobre todo en lo comercial; y Adam Smith sería su referente intelectual más importante. El término “neoliberal” es muy complejo y derivó en un insulto o una descalificación, pero se origina hacia 1938 en un coloquio internacional que actualiza el liberalismo clásico porque el mundo había cambiado y había que abordar los problemas de esa época; por ejemplo, la pobreza, los monopolios. Entonces proponen un nuevo liberalismo (neo) que intervendría en ciertos aspectos sociales. O sea que un neoliberal es un liberal moderno, del siglo 20, que piensa cómo solucionar problemas de su época sin una intervención desmedida del Estado. En cambio, el libertarianismo es una filosofía estadounidense que nace después de la Segunda Guerra Mundial y busca diferenciarse del término liberal, que en Estados Unidos remite a los sectores progresistas del Partido Demócrata: Roosevelt y el New Deal, digamos. Y el liberal progresista no es un liberal clásico, es más intervencionista. La filosofía política del libertario retoma en lo económico al liberalismo clásico, pero en lo moral se apoya en el anarquismo individualista (Henry David Thoreau, digamos) y en lo político sigue la línea de la vieja derecha (Old Right), que era antiintervencionista, antibelicista y antiimperialista.

–Esa extraña mixtura da lugar a un gran movimiento cultural, y tiene un ala de izquierda y otra de derecha: la contracultura hippie, los derechos civiles, la oposición a la guerra de Vietnam. Y no es un Frankenstein…
–Esa síntesis, para mí, tiene un pegamento común: la no interferencia. El desarrollo del libertario se basa en la libertad negativa: el liberalismo económico no interviene en el mercado; el anarquismo individualista no interviene en la esfera moral; y la vieja derecha no intervenía en naciones extranjeras, era pacifista. Y el momento dorado de este pensamiento coincide con décadas explosivas en Estados Unidos, en múltiples sentidos: contracultura, rock, experimentación lisérgica, derechos civiles, Malcolm X, Luther King, feminismo, liberación sexual. Ahí, el libertarismo entra perfectamente. Por eso, en un principio, va hacia la izquierda. Murray Newton Rothbard, su gran teórico, en sus primeros textos, busca una alianza con la nueva izquierda porque había vasos comunicantes, como la crítica a la guerra de Vietnam y el servicio militar obligatorio. Él llega a decir en su manifiesto que el libertario es de izquierda en materia civil y de derecha en materia de libertades económicas. Esa alianza incluía una fuerte crítica a la socialdemocracia tradicional, que era muy estatista y burocrática. Hoy, tenemos la versión contraria: la paleolibertaria, Javier Milei, una corriente reaccionaria y ultraconservadora. El giro reaccionario y populista.

–Pero, en medio de esa liberalidad radical, hay un quiebre dramático: Ronald Reagan pasa de ser la gran esperanza a encarnar la gran decepción, ya que tira el ancla por derecha y amputa el ala izquierda.
–El republicano Reagan, un conservador, capta el clima de época, antiestatista, y muchos libertarios, es verdad, ven el proceso con buenos ojos. En un primer momento, porque después se advierte su fuerte veta conservadora. Rothbard dice que Reagan es la decepción profunda. Y desata una gran discusión: por el izquierdismo cultural que imperaba en Estados Unidos, la sociedad veía a los libertarios como unos loquitos, hippies, yonquis, hedonistas, libertinos, ¿qué hacía falta para que esas ideas tuvieran consistencia política? Rothbard respondió que había que aliarse con la extrema derecha porque Estados Unidos tiene una cultura muy religiosa; y si el libertarismo quería crecer, no podía defender causas minoritarias (estilos de vida alternativos, ateísmo, libertinismo, etcétera): la cultura americana es conservadora, cree en Dios y en la familia (con una mirada evangélica, protestantista). Con ese giro reaccionario, surgen los paleolibertarios, que no se ubican contra la autoridad del padre, sino contra la autoridad del Estado. Ese giro implica un populismo de derecha. Está en un texto de 1992. Si lo leés hoy, encontrás la hoja de ruta de toda la extrema derecha que explotó después de Trump. Es un programa de ocho puntos que está en Milei: reducción drástica de impuestos, cerrar el Banco Central, mano dura frente al crimen, defensa de los valores familiares, quitar o bajar los privilegios…

–¿Por qué Milei, entonces, en este momento y no antes? Si el programa y la táctica es de los ‘90, ¿qué pasó, por qué tarda en aparecer y triunfar?

–Porque en los ‘90 ese texto queda a contracorriente: está Clinton, un par de años de Bush y después Obama. Hay un establishment progresista. Acá pasó algo parecido, tuvimos una hegemonía progresista populista, el kirchnerismo. Un progresismo que tendría que hacer su autocrítica y analizar esa deriva endogámica que le hace perder su base electoral, porque el trabajador es dejado de lado para adoptar la lógica de la minoría, lo que implica una desconexión con la agenda cotidiana, que se suma a la política de la cancelación y una política punitivista, que es lo contrario de los ‘70, cuando la izquierda era libertina. Ahora es moralista, pontificadora, canceladora, incluso puritana. Ahí tenés el caldo de cultivo que explica que la reacción venga por derecha. Entonces, aquel manifiesto encuentra actualidad en las condiciones de recepción actuales. De los ‘80 a los ‘20.

–Es curioso: si no Argentina, Buenos Aires tuvo en los ‘80 alfonsinistas un momento libertario cultural de izquierda. El Parakultural, la revista “Cerdos y Peces”, con Enrique Symns, el “todo preso es político” de los Redondos, campañas para despenalizar las drogas y el aborto cuando no había ni divorcio. Justo cuando la izquierda libertaria estadounidense vivía su gran decepción con Reagan. Y ahora, casi a 40 años de todo aquello, emerge esta versión paleolibertaria…
–Si querés, podríamos contraponer el progresismo de los ‘80 contra el actual, y la derecha de los ‘80 contra la actual. Me parece que hay un juego de espejos. En el destape alfonsinista, claramente el progresismo tenía un temperamento libertario: antiestatalista, autogestivo. Tus ejemplos van en esa dirección, promovían la experimentación en todos los campos. Y el progresismo actual demanda la intervención del Estado y tiene una mirada moralista, canceladora; es lo contrario. La derecha de los ‘80 era religiosa, censuradora, puritana. Paradójicamente, la derecha actual parece más osada, tiene una actitud disruptiva. El modo de vida de Milei, que es el emblema de ese discurso, no tiene nada que ver con alguien de derecha. La derecha de los ‘80 era “Tradición, Familia y Propiedad”, estaba casado, era católico y tenía 50 hijos. Milei no está casado, no tiene hijos, vive con sus perros, tiene una vida muy extraña…

–¿Qué ves en Milei, qué proyección le imaginás? ¿Por qué pensás que cautiva por igual tanto a sectores altos como a sectores bajos de la sociedad?

–Me parece que la pregunta es más para un sociólogo o un antropólogo. Me parece que los 30 puntos de Milei responden a una modificación del sistema político. Llevamos 20 años de una hegemonía progresista y la mayoría de los votantes son jóvenes que nacieron con el kirchnerismo. Es lo único que conocen, es lo establecido, lo dado, y Juntos por el Cambio no fue una variante demasiado innovadora. Entonces, Milei captó una modificación, más que política, sociológica o antropológica, porque todo lo que tiene que ver con el auge de la nueva economía, las plataformas digitales, las criptomonedas, el laburo autónomo, representa una lógica que no tiene nada que ver con la lógica sindical. Algo similar se puede decir de la economía popular y de los sectores bajos, que no tienen cobertura estatal y laburan hasta la noche, en una lógica que no se basa en pedirle cosas al Estado, sino en vivir al margen del Estado. Milei captó que la Argentina de hoy es otro país, mientras que el peronismo sigue atado a una visión muy anticuada y muy asistencial, y Juntos por el Cambio sigue encerrado en los sectores medios y altos.