En los medios

90 líneas
19/03/23

¿Por qué hay una profunda crisis de los oficios tradicionales?

Marcelo Rabossi, profesor de las Especializaciones y Maestrías en Educación, fue consultado sobre la formación en oficios tradicionales en la Argentina.

Por Carlos Altavista



Herreros, zingueros, electricistas, plomeros, gasistas, carpinteros, techistas. En rigor, la lista podría ocupar toda esta nota. ¿De qué hablamos? De los oficios tradicionales. Faltan. Se necesitan. Y no se consiguen. ¿Por qué? Causas varias y algunas de larga data. La cuestión de fondo tiene que ver con los sistemas educativo y productivo del país. Pero ya iremos allí de la mano de dos entendidos en el tema.

En principio narraremos una situación que, directa o indirectamente, conocemos todos. Un chico o chica termina la escuela secundaria común. ¿Qué hace? Tiene que seguir la universidad. ¿Por qué? Porque la escuela no lo formó para el trabajo y, además, ir a la universidad es un mandato social. Entonces elegirá una carrera, aunque ninguna lo convenza del todo. Y como para empezar una carrera universitaria el único requisito es inscribirse, al año siguiente entrará en un universo total y absolutamente desconocido, porque no existe ningún puente entre el nivel medio y el superior de la enseñanza, pese a que esa grave falencia se viene marcando desde hace décadas.

Si nos atenemos a las estadísticas, entre primer y tercer año -de la carrera que sea- el 50% abandonará. Un altísimo porcentaje probará otra carrera. Y otro altísimo porcentaje también abandonará. Recién en ese momento habrá comprobado que lo que quería no era continuar una carrera universitaria. Tendrá 21/22 años y ninguna formación para el mundo del trabajo.

Los 90

Faltan personas capacitadas en oficios, ¿por qué? “Es un problema que no viene de ahora, y que se profundizó enormemente en la década de los 90”, dispara sin dudar Sergio Serrichio, Director de la Escuela Universitaria de Oficios de la UNLP, para ir al grano: “Cuando se implementó la reforma educativa (en 1994) y los colegios industriales nacionales fueron convertidos en escuelas provinciales, la calidad de la enseñanza se desmoronó. Ya nada fue igual desde entonces, al tiempo que hubo una suerte de fuga hacia los bachilleratos”.

“Creo que existe una falta de convicción e interés de la política para revertir esto, pero tampoco palpo una gran presión social para que un verdadero cambio ocurra” (Marcelo Rabossi, doctor en Educación y profesor e investigador de la Universidad Torcuato Di Tella)

Aún recuerdo a Jorge Mattia, el histórico director del colegio Albert Thomas, rememorando aquella nefasta reforma educativa en su amplio despacho. “Nos cambiaron dibujo técnico por dibujo artístico y nos vaciaron los talleres”, bramaba.

Está claro que en los 90 no se pensaba en un país industrial. Por el contrario, se aceleró a fondo el proceso de desindustrialización que había comenzado en 1976. Pero también se apuntó a precarizar la educación básica en general. ¿Cómo? Primarizándola. En eso consistió pasar de una primaria de 7 años y una secundaria de 5 a una Educación General Básica (EGB) de nueve: los chicos y chicas terminaban la etapa obligatoria a los 14 años, es decir, sin edad para trabajar y sin estar preparados para absolutamente nada.

El trauma de la frustración

“Al no conseguir trabajo porque la escuela, incluso la técnica, no lo preparaba, el chico sufría una frustración y se volvía reacio al oficio”, puntualizó Serrichio.

No obstante, pasó el tiempo y comenzaron a cambiar algunas cosas. El director de la Escuela de Oficios de la UNLP nos lleva hasta el año 2007 y nos cuenta que “el nuevo proceso de sustitución de importaciones hizo que creciera exponencialmente la demanda de mano de obra capacitada, la cual se había perdido desde los 90. Los comedores en los barrios se comenzaron a vaciar a raíz de la fuerte creación de empleo, y fue en esos espacios donde desde la Universidad comenzamos a dictar talleres de capacitación. Es decir que la escuela arrancó en el territorio”, comenta.

“Pero ese proceso, que convirtió a muchos chicos y no tan chicos que tenían una idea de electricidad en electricistas con el sello de la UNLP, por poner un ejemplo, lamentablemente no fue acompañado por las cámaras empresarias (de las distintas actividades económicas) ni por los municipios”, subraya. ¿Por qué? “Porque faltó una política de Estado”. Frase que hemos escuchado tantas veces que ya cansa. Pero habrá que seguir machacando si no nos dejan opción.

Entrega de diplomas a graduados de la Escuela Universitaria de Oficios de la UNLP

Increíble pero real: las universidades se hicieron cargo, el Estado no

Serrichio insiste: “La formación implica el 50% de la cuestión, del otro 50% se tienen que hacer cargo el empresariado y los municipios. Nosotros estamos funcionando hace años con una sede propia y con miles de alumnos y alumnas, sin embargo ninguna cámara empresaria ni ningún municipio nos vino a ver para firmar un convenio. ¿Qué pretenden? ¿Mano de obra calificada o barata?”.

Pone un ejemplo muy concreto de lo que significa que la enseñanza de oficios tenga una instancia institucional sólida, como lo es una universidad nacional: “Cuando Y-TEC (YPF + Conicet) y la UNLP empiezan a levantar la primera fábrica de baterías de litio de Latinoamérica, surge la necesidad de mano de obra para ese nuevo proceso industrial. Entonces, juntos generamos el perfil profesional que se requiere, capacitamos a jóvenes interesados, y hoy tenemos a 15 que ya están participando en distintos aspectos de la fabricación de baterías de litio”, realza.

“La educación es un proceso continuo y acumulativo. Si falla la primaria, casi irremediablemente la secundaria estará en problemas. Y la universidad no hace milagros si el alumno no está preparado para transitar el rigor académico” (Marcelo Rabossi)

En ese sentido, Serrichio remarca que “las universidades sí tomaron el desafío, y actualmente tienen escuelas de oficios las 55 universidades públicas del país. Cada una con su propio perfil, pues los oficios deben adecuarse a las necesidades de cada región”. Pero, ¿saben qué? El Estado no reconoce oficios dictados por la Universidad pública. De locos.

La falacia de “no quieren trabajar”

“El oficio tiene que estar bien pago, de lo contrario la persona se buscará un trabajo de oficina u otra cosa”. ¿Y por qué hay poca gente capacitada y tan cara para el vecino de a pie? “Porque, como dije, se necesita una política de Estado que implique el compromiso del empresariado y los municipios. Si el trabajo está bien pago habrá mano de obra. Si se busca mano de obra barata, estamos hablando de otra cosa”.

Así, al haber poca oferta y mucha demanda, quienes tienen un oficio y se hacen un buen nombre “están dando turnos a 3 ó 6 meses, y son caros”, asegura una arquitecta consultada por 90 Líneas.

En tanto, Serrichio enfatiza que “se ha impuesto el falso discurso que dice ‘la gente no quiere trabajar’. Mentira. Este año tenemos 7.000 inscriptos en la Escuela. Y de acuerdo al seguimiento que hacemos a los egresados, el 54% mejoró su condición laboral tras obtener el título”.

“Existe un buen mercado laboral. Pero no está contenido. No se está fomentando el oficio”, dice. He allí una respuesta a aquella historia conocida de que el chico o chica termina la escuela y va a la universidad ‘por defecto’, sin saber bien porqué en muchos casos.

“Yo entré al industrial Albert Thomas a comienzos de los 70 y me recibí de técnico mecánico. De mi promoción, solamente dos fueron a la universidad, el resto vivió y vivió bien del oficio. Esa lógica cambió por completo”, apunta Sergio Serrichio.

“En Canadá, EEUU y Bélgica, por ejemplo, casi la mitad de los alumnos postsecundarios va al sector terciario no universitario, que es donde mayormente se capacitan en áreas técnicas. En Chile, un 40%. En Argentina, si excluyo aquellos que continúan la carrera docente, no llega al 20% (…) Ir a la universidad no está mal, pero es igualmente valioso un terciario. Debemos resolver el prejuicio de ‘universidad o el abismo’” (Marcelo Rabossi)

Milenio

-¿Hasta qué punto puede incidir en la preocupante falta de jóvenes capacitados en oficios el hecho de que la inmensa mayoría de quienes terminan la secundaria siguen la universidad?

“Es real que existe una cierta cultura de ‘universidad o el abismo’, pero pongamos todo en perspectiva sistémica”, propone Marcelo Rabossi, doctor en Educación y profesor e investigador de la Universidad Torcuato Di Tella. “Unos 400.000 alumnos se encuentran cursando carreras técnicas en el sector terciario no universitario. Por otro lado, también es cierto que en la universidad hay 2,5 millones de estudiantes, pero la gran mayoría no cursa carreras técnicas. Sí tomemos en cuenta que en la universidad aproximadamente uno de cada tres alumnos sigue una carrera de pregrado, lo que de alguna manera sería, dada la menor extensión y el perfil orientado al mercado laboral de salida rápida, un equivalente entre comillas de lo que ocurre en el mundo de los institutos terciarios. Tendrías entonces un ‘stock’ de más de un millón de estudiantes cursando este tipo de carreras. También deberíamos sumarles los centros de capacitación laboral que están por fuera del sistema de educación formal, que es donde se capacitan albañiles, mozos, amas de llaves, mecánicos, carpinteros, entre otros cientos de oficios. Lo que digo es que tenemos que mirar la foto en su totalidad”, dice por un lado.

Luego, apunta: “Ahora, dada la foto, lo que aquí sí deberíamos preguntarnos es en qué tipo de oficios estamos formando y graduando; si los programas están alineados a las verdaderas demandas del mercado de trabajo, y si las competencias que adquiere el graduado son pertinentes y de calidad. Por último, si es suficiente la cantidad de graduados dado que la deserción es relativamente alta. Si miro el mercado de trabajo y las quejas de los empleadores, diría que estamos fallando. Faltan graduados y mejor capacitados, lo cual se debe al deterioro general que atraviesa a la educación en todos sus niveles. La educación es un proceso continuo y acumulativo. Si falla la primaria, casi irremediablemente la secundaria estará en problemas. Y la universidad no hace milagros si el alumno no está preparado para transitar el rigor académico”.

“Falta interés en revertir la situación”

“Creo que existe una falta de convicción e interés de la política para revertir esto -enfatiza Marcelo Rabossi-, mientras que, por otra parte, no palpo una gran presión social para que un verdadero cambio ocurra. En Argentina nadie evalúa seriamente qué saben nuestros estudiantes en el día a día. Al final, casi todo el mundo pasa de grado o año. Nadie se planta seriamente para saber dónde estamos parados. Prácticamente nadie habla sobre poner en práctica un examen general obligatorio de finalización de secundario e ingreso a la universidad. No tenemos una idea fina, seria y acabada de la calidad del capital humano que estamos formando. Sumémosle a esto los planes de finalización express de secundario para mostrar la estadística de que estamos graduando más jóvenes, pero luego sufrimos las consecuencias de la baja calidad. La mayoría de nuestros estudiantes presenta serios problemas para comprender un texto no muy complejo o resolver operaciones matemáticas simples o sacar un porcentaje. Y tanto la universidad y el mercado de trabajo te pasan una tremenda factura por esto. Y lo peor es que dicha factura la pagan los mismos de siempre, los sectores más vulnerables”, sentencia.

“También hay quienes se conforman diciendo que hay otros países de la región que están peor que nosotros. Es cierto si miro la foto de hoy, pero me preocupa la tendencia hacia la baja. Si en la ‘competencia’ estábamos con dos vueltas de ventaja sobre el resto, hoy miro por el retrovisor y tengo varios países pegados a la cola a punto de pasarnos, ¡y algunos ya nos pasaron! Y no es cuestión de mera competencia. Es que somos parte de un sistema globalizado en el cual interactuamos todos con todos. Exportamos para conseguir divisas que nos sirvan para comprar desde vacunas hasta autopartes para seguir fabricando automóviles. Y cuanto más baja la calidad del graduado, o menos graduados en áreas técnicas estratégicas, menor el valor agregado de lo que terminaremos exportando, lo que se traduce en menos dólares de ingreso para el país”, puntualiza el catedrático.

-¿A qué se debe el persistente fenómeno ‘termino la secundaria-voy a la universidad’ a pesar de que entre primer y segundo año la deserción no baja del 40 por ciento?

“Es cultural e histórico -remarca Rabossi-. Siempre insisto con el concepto de ‘M’hijo el dotor’, la obra de Florencio Sánchez que, aunque escrita en 1903, en algún punto se mantiene vigente como ideario. Derecho y medicina siguen siendo carreras favoritas, y allí tenés que ir sí o sí a la universidad. Para ponerlo en términos comparativos a lo que ocurre en el mundo, en Canadá, USA y Bélgica, por ejemplo, casi la mitad de los alumnos post-secundarios va al sector terciario no universitario, que es donde mayormente se capacitan en áreas técnicas. En Chile, un 40%. En Argentina, si excluyo aquellos que continúan la carrera docente, no llega al 20%. En este sentido, las estadísticas son claras en cuanto a la preferencia de la población Argentina en seguir la universidad, lo que en sí no está ni bien ni mal. Sí está bien que quieran continuar capacitándose, estudiando, pero es tan valioso un terciario como la universidad. Debemos resolver dicho prejuicio de universidad o nada”, puntualiza.

“Siendo sincero y analizando en profundidad el discurso político y el de la sociedad en general, la educación no es valorada en los niveles que debería serlo. Y eso es un problema mayúsculo ya que sin educación de calidad y para todos, no hay futuro posible” (Marcelo Rabossi)

“Por otro lado, los institutos terciarios no universitarios están devaluados como opción en el imaginario colectivo. Es cierto que la calidad es variopinta y tirando a baja, y que el Estado hace poco o nada por cambiar dicha realidad. Digo, ponerlos en valor, y esto implica no sólo reconocerlos como una real alternativa y controlar su calidad sino, asimismo, integrarlos dentro del sistema de educación superior en su totalidad. Si por ejemplo hiciste una carrera de dos años en un terciario como técnico en alimentos, deberías validar las materias y poder continuar la licenciatura en alimentos en la universidad sin tener que volver a cursar. Pero para eso necesitás alinear las calidades de los institutos a la realidad universitaria, más cierta coherencia curricular y un plan integral de educación que aún no tenemos. Pero esto requiere que previamente tengamos un plan de desarrollo a nivel país, que por ahora sigue brillando por su ausencia. Siendo sincero y analizando en profundidad el discurso político y el de la sociedad en general, la educación no es valorada en los niveles que debería serlo. Y eso es un problema mayúsculo ya que sin educación de calidad y para todos, no hay futuro posible. No hay brotes verdes ni revolución productiva sin una verdadera revolución educativa, y un país no puede vivir solo de eslóganes de campaña. Hace más de 80 años José Ortega y Gasset, el filósofo español, nos decía: ‘argentinos, a las cosas’. Lo triste es que las cosas importantes siguen esperando”, concluye el experto.