Di Tella en los medios
Clarín
23/03/10

¿De quién son las escuelas?

Por Claudia Romero

Todos discuten hoy por las reservas del Banco Central, pero pocos advierten que las reservas fundamentales de un país son sus aulas. Dado que el Estado retrocedió hace décadas, es imprescindible encontrar respuestas, es decir, responsables.

Por Claudia Romero
DIRECTORA AREA EDUCACION Torcuato Di Tella

En momentos en que las reservas monetarias son asediadas, defendidas, codiciadas, resguardadas, puede ser interesante recordar que las más profundas reservas de un país son sus escuelas, sobre las cuales también hay disputas y tironeos y por eso vale la pregunta ¿de quién son las escuelas?

Recuerdo a menudo un lugar en el Gran Buenos Aires. Lo primero que se percibe al entrar, como un golpe a los sentidos, es un fuerte olor a comida, denso, rancio. Después, si es invierno, se siente frío. Enseguida, la mirada se detiene en lo que está adelante: tres largas mesas con largos bancos a cada lado, un comedor. Dos perros comen las migas que están en el piso. En la planta alta hay seis puertas ciegas alrededor de un hall que tiene una pequeña claraboya por donde entra luz, poca luz. Cada puerta tiene un candado que se cierra desde afuera. Todas las ventanas tienen rejas y también las puertas. Es una cárcel. No. Es una escuela. Tierra de nadie.

¿De quién son las escuelas? ¿Son del Estado que legisla y regula sobre todas? ¿Son del mercado que configura la oferta y la demanda? ¿Son de los sindicatos que deciden cuándo hay clases y cuándo no? ¿Son de las minorías religiosas? ¿Son del gobierno cuando hace sus anuncios? ¿Son de los especialistas en educación y sus explicaciones técnicas? ¿Son de los padres que las eligen? ¿Son de los alumnos, cuando las toman? ¿De quién son las 66.233 unidades educativas argentinas? ¿Quién tiene autoridad en ellas, quién toma las decisiones? ¿Quién se hace cargo, quien las cuida?

Hubo un tiempo en que estas preguntas hubieran resultado impertinentes. El enorme poder del Estado Educador de fines del siglo XIX acuñó la convicción de que las escuelas eran de la Nación Argentina, ese territorio común que tenía en las escuelas su principal estrategia de consolidación. Como un débil eco de aquellos tiempos inaugurales llega una respuesta: `las escuelas son de todos`. Podría ser una respuesta válida, porque todas las escuelas son públicas, independientemente de quién las gestione, de quién las habite y si son públicas, son de todos. Pero al decir todos, solemos diluir el compromiso concreto y en esta respuesta, políticamente correcta y alineada con nuestra tradición educativa, todos suele ser, a la vez, nadie.

¿En manos de quién vamos a poner las escuelas? Las escuelas son demasiado importantes como para dejarlas en manos de los funcionarios, o de los académicos, o de los sindicatos o de cualquier otro sector que se pretenda hegemónico. Es necesario pensar las escuelas como enclaves de un entramado social diverso y atravesado por múltiples intereses, que necesitan respuestas, es decir responsables. Otra respuesta es posible entonces: las escuelas son de la comunidad.

El filósofo italiano Roberto Esposito ofrece una interpretación novedosa del término `comunidad` (communitas) alejada del pensamiento fácil que tiende a asociarlo con algo (un atributo, una característica, un interés) que se tiene en común y que une a las personas de manera sustancial. Esposito nos informa que el sentido originario de communis era `quien comparte una carga`. Por lo tanto communitas es el conjunto de personas a las que une no una propiedad, una posesión, sino, por el contrario, un deber, un encargo.

La comunidad es lo que nos obliga, nos une en la deuda, lo común no es algo que todos tenemos sino lo que falta hacer. Las escuelas son de la comunidad pero no son espejos, cajas de resonancia, meras reproducciones. Las escuelas son de la comunidad su proyecto, la tarea por hacer, la obligación de dar. Una escuela es el lugar en el que se atesoran los sueños y se prepara el futuro.

Por eso para conocer cómo será un país, hay que mirar sus escuelas. Lo terrible en aquella tierra de nadie, lo que estremece a quien la recorre, es la sospecha de que nadie la sueña, que sólo queda el eterno retorno de lo mismo, la pesadilla del callejón sin salida, que esa estética carcelaria es el anuncio dramático de un futuro inexorable para muchos de esos chicos, que tienen ya a sus padres presos o muertos en enfrentamientos.

Salvo que, al salir de aquel lugar, de refilón, detrás de una puerta entornada, se ve a una maestra con un niño sentado en la falda. Ella le está cosiendo los botones de un guardapolvo, casi blanco. Porque las clases van a comenzar.

El concepto contrario al de comunidad -según Esposito- es el de `inmunidad` (inmunitas) que define a aquellos que están exentos de su carga. Es inmune aquel que está dispensado de las obligaciones y de los peligros que, en cambio, conciernen a todos los otros.

¿Quién puede ser inmune en cuestiones de educación? ¿Quién queda al margen, preservado del futuro? Sólo aquellos convencidos de que no hay reservas ni porvenir.

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