Manuel Mora y Araujo. Profesor de la Universidad Torcuato di Tella.
Tengo la impresión de que esta crisis internacional está encausando las ideas vigentes en el mundo hacia algunos nuevos consensos. Como suele suceder, los ciudadanos norteamericanos, los que elegirán dentro de algunas semanas al presidente más poderoso del mundo, marcan un rumbo; aferrados a sus valores tradicionales y al mismo tiempo abiertos como pocos otros pueblos a ir cambiando poco a poco, están diciendo más o menos
esto: para arreglar este tremendo lío económico, hay que escucharlo a Paul Ryan –no tanto a Romney, que es millonario y por lo tanto algo tiene que ver con las causas del lío–; pero para otros aspectos de la vida, mejor escucharlo a Obama –inclusive en los temas internacionales, en los que no ha brillado demasiado, pero la mantiene en el Departamento de Estado a Hillary Clinton, que es una buena timonel en esas aguas turbulentas y peligrosas–.
El planeta, en su mayor parte, hoy no adhiere a las ideas económicas de Ryan, pero el sentido común de los norteamericanos les dice que algo hay ahí que no deben perder de vista si quieren sostener tanto su estilo de vida como su nivel de vida. Muchas voces replican que ese nivel de vida esconde una creciente desigualdad distributiva; los norteamericanos siguen prefiriendo esa combinación a otra hipotéticamente más igualitaria pero más pobre. Con todo, hay dos cosas que Ryan no dice y sí dicen algunos economistas que apoyan a Obama. No dice que a los bancos y financieras hay que regularlos más. Está claro que no es concebible un mundo sin bancos; pero no por eso hay que permitirles hacer cualquier cosa con el dinero de los demás. Eso está bastante claro –hasta en Inglaterra–.
Tampoco habla de rediseñar la estructura impositiva.
Llamémoslo el "objetivo Buffet". Este hombre extremadamente rico dice: "mi secretaria paga una alícuota impositiva varias veces mayor que yo. Es escandaloso". Yo mismo pienso que, en mi país, pago una alícuota mayor que muchas otras personas que ostensiblemente son más ricas que yo, y no me gusta.
Esas cosas hay que arreglarlas. Fuera de eso, el mundo se acerca a nuevos consensos. Además, hay disensos, y hay dudas abismales. Los consensos son pocos pero claros. Primero, si las economías no son productivas no se genera riqueza; "vivir con lo nuestro" y "vivir con lo puesto" no son valores aceptables; el "modelo cubano" no va más. Segundo, para generar riqueza hay que mantener condiciones atractivas para los inversores; el "modelo argentino" tampoco va. Tercero, los gobiernos no pueden gastar más de lo que tienen; el "modelo español" o el "griego" (para mirar afuera de casa) no van. Cuarto, la productividad no puede basarse en la explotación inicua de la mano de obra desprotegida; el modelo "…" (mejor no nombrar a nadie) no va más. Quinto, cuando hay crisis, o recesión, y mucha gente no tiene trabajo, los gobiernos deben ocuparse de esa gente; otra cosa ya no va. Sexto, si demasiada gente no tiene acceso a la salud, los gobiernos deben proveerla y los contribuyentes –aun aquellos que no necesitan esa ayuda– deben aceptar pagarla; el modelo "EEUU antes de Obama" no va más. Esos son consensos. No es que resolverán los problemas actuales, pero posiblemente ayudarán a evitar que se repitan, al menos por un buen tiempo.
Los mayores disensos esencialmente dividen al mundo según la edad de la gente. Los temas candentes tienen que ver sobre todo con viejos valores "morales" que resisten los cambios: aborto, homosexualidad, marihuana. En Estados Unidos, por ejemplo, los jóvenes republicanos y los jóvenes demócratas piensan lo mismo sobre esas cosas; unos y otros piensan que sus padres y los candidatos son anticuados y no entienden el mundo en el que viven. Y por lo demás tampoco preguntan demasiado; simplemente, hacen lo que hacen, seguros de que dentro de una generación todos esos debates saldrán de la agenda. En América Latina es parecido.
Las dudas son más complicadas. De todas ellas hay una que debe preocupar y que persiste en no resolverse: mucha gente piensa que la existencia del planeta tiene plazo fijo y que el mayor problema es que a muchísima otra gente eso no le importa –especialmente a la mayoría de los políticos de todas partes–. Mi modesta opinión es que ese tema es más complicado que los anteriores y requiere que más inteligencia de toda la humanidad se vuelque en mayor medida a pensar en las soluciones. Porque en este tema hay pocos avances; sigue prevaleciendo una mirada de corto plazo que descuenta el futuro de manera incorrecta; y quienes piensan sólo en el futuro no ofrecen respuestas viables para el presente.
Todo lo demás tenderá a arreglarse con o sin las acciones de los gobiernos. Hasta la Argentina.