Di Tella en los medios
La Nación
11/08/13

Buenos Aires: el campo de batalla electoral

El multiforme y dinámico peronismo no es la única originalidad política argentina. La otra es un territorio más grande que muchos países del mundo, superpoblado en buena parte y generoso en recursos, pero a la vez económicamente dependiente, con gobernantes vulnerables y políticas que en buena medida se definen fuera de sus límites.


Es la provincia de Buenos Aires, cuya combinación de tamaño enorme e identidad política débil la convierten en un eterno campo de batalla electoral, en el que hoy volverán a posarse los ojos del país para desentrañar, según los resultados de las elecciones primarias, quién gana y quién pierde de cara a las legislativas de octubre. Como sucede desde el retorno de la democracia, por obra y gracia de los desequilibrios del federalismo argentino, de las urnas bonaerenses depende el futuro político de quien quiera escalar en el poder nacional, viva allí o no.

En las razones para explicar esta preponderancia se mezclan la geografía, los legados históricos, la desigual coparticipación federal de impuestos y la presencia del peronismo en el gobierno bonaerense desde 1987.

También, algunos rasgos de la cultura política argentina, que suelen enfrentar a presidentes de la nación y gobernadores bonaerenses en una competencia de liderazgos que en general no termina bien para los segundos: el camino que va de La Plata a la Casa Rosada se ha mostrado imposible de transitar para todos ellos hasta ahora.

El kirchnerismo, que transformó tanto de la política argentina en esta década, casi no dejó su huella en esta conflictiva relación del gobierno central con la principal provincia del país. Y aunque tanto Néstor como Cristina Kirchner centralizaron poder, distribuyeron recursos a los intendentes y condujeron el armado de listas de candidatos bonaerenses, algo se mantuvo sin cambios: después de la tregua impulsada por el realineamiento de Daniel Scioli en el proyecto oficialista, es probable que la batalla final por la sucesión K se dé en tierras bonaerenses.

"Buenos Aires es una provincia electoral e institucionalmente poderosa, socialmente injusta como pocas y políticamente cautiva del poder central", sintetiza la politóloga María Matilde Ollier, decana de la Escuela de Política y Gobierno de la Universidad Nacional de San Martín. Y aclara: "Por la cantidad de diputados, intendentes y legisladores que elige, por su número de diputados nacionales y por su peso en la elección del presidente, es una provincia con fuerte repercusión institucional. Sin embargo, tiene grandes asimetrías sociales, y en ella contrastan sectores muy ricos con enormes bolsones de pobreza. Y carece de autonomía política frente al poder central".

Más allá de la visible superioridad de su tamaño en el mapa, otros números dan idea de las dimensiones bonaerenses: ocupa el 11% del territorio argentino, que incluye las tierras más fértiles y productivas; tiene unos 15.700.000 habitantes según el último censo nacional -casi 10 millones de ellos en el conurbano-, que representan el 38% de la población total del país, y es tan productora del 38,5% del PBI de la Argentina como de alarmantes índices de pobreza. Tiene, además, dos regiones bien diferenciadas -que algunos, incluso, han sugerido separar-: el Gran Buenos Aires, con 24 municipios y el 63% de la población provincial, y el interior, con los restantes 110 municipios. La provincia, además, tiene un récord mundial: es la unidad federada más hipertrofiada del mundo: las "provincias" más grandes de Alemania y Brasil (Renania del Norte-Westfalia y San Pablo, respectivamente) no superan el 25% de la población de esos países, y California no supera el 15% en los Estados Unidos.

Da estos últimos datos el politólogo Andrés Malamud, investigador del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa, y sostiene que esta megaprovincia es escenario de las principales batallas políticas por una combinación de dos razones: su enorme tamaño y su escasa identidad. "Un candidato nacional queda fuera de juego si no es competitivo en el distrito en el que viven dos argentinos de cada cinco. Al mismo tiempo, poco tiene en común un elector de La Matanza con uno de Tapalqué. A diferencia de provincias más chicas y homogéneas, como La Rioja o San Luis, Buenos Aires carece de una conducción centralizada que maneje discrecionalmente los recursos públicos y la unifique como entidad política, porque su diversidad socio-territorial es mucho mayor", agrega.

La provincia es clave en las disputas nacionales por su peso electoral, pero a la vez es la más dependiente económica y políticamente del poder central que, además, suele ver en sus gobernadores a personajes incómodos, necesarios para conducir el país, pero siempre potenciales competidores por la presidencia.

Provincia descerebrada 
La debilidad política bonaerense -que algunos llaman también "cultural": todos podemos pensar en un tucumano, un porteño o un mendocino, pero ¿cómo es un bonaerense?- se fue construyendo en la historia, con un origen que se puede rastrear hasta el siglo XIX. "Entre la Revolución de Mayo y la organización nacional, Buenos Aires aspiró a ser la cabeza política de la nación. El punto de inflexión fue la federalización de la ciudad de Buenos Aires, cuando la capital de la provincia fue separada y convertida en sede de las autoridades federales. Eso dio lugar a una provincia híbrida, muy importante demográficamente, pero descerebrada, que no puede traducir su influencia ni cultural ni políticamente. No hay otro caso así en el país, en el que las decisiones más importantes sobre la provincia se toman en otro lado, con grupos dirigentes y elites que no están bien enraizados en su territorio", apunta el historiador Roy Hora, profesor de la Universidad Nacional de Quilmes e investigador del Conicet.

Y aunque el peronismo es un fenómeno a todas luces independiente de la provincia, también la historia los fue entrelazando hasta volverlos, a veces, inexplicables el uno sin la otra. De hecho, el peronismo gobierna Buenos Aires desde 1987, una hegemonía en la que sólo marcó una disonancia el triunfo en las elecciones legislativas de 1997 de Graciela Fernández Meijide.

"Ser la provincia más numerosa y estar gobernada por el PJ desde hace 26 años la transforman en el territorio en el que se dirime no sólo la supremacía política a nivel nacional, sino hacia adentro del conglomerado justicialista", apunta Ollier. Y cuando el gobierno tiene ese origen, como la mayoría de los gobernadores provinciales -incluido el bonaerense-, sus internas son casi indiscernibles de la política nacional. "Control del aparato estatal y planes sociales son dos caras de la polifacética modalidad que asume el conglomerado justicialista al momento de disputar el poder que hoy parece formar parte del ADN bonaerense", sintetiza la investigadora.

Aunque los resultados bonaerenses hoy por la noche ya anticipen ganadores y perdedores, ese poderío no se reflejará necesariamente en el Congreso. "Buenos Aires está fuertemente subrepresentada allí. En el Senado tiene 3 senadores, como todas las provincias y como dice la Constitución. Y en Diputados, por un decreto ley de Bignone de 1983, tiene el 27% de los representantes, cuando, si se respetara lo que dice la Constitución y se ajustara el número de diputados por el crecimiento de la población, la provincia tendría más del 30%", apunta el politólogo Carlos Gervasoni, profesor investigador de la Universidad Torcuato Di Tella.

Como afirma uno de los dogmas del kirchnerismo, sin dinero no se hace política. Y, en línea con lo que sucede hace décadas en el país, el Gobierno utilizó los desequilibrios del sistema de coparticipación federal para librar su batalla personal con el gobierno provincial de Buenos Aires, un distrito financieramente dependiente. "La provincia tiene el 40% de la población, pero recibe el 20% de la coparticipación federal. Es un sistema que nació en 1988, que refleja el poder político construido entonces desde 1983 y que perjudicó a las provincias más grandes, en particular a Buenos Aires. La provincia depende del gobierno central y para endeudarse tiene que recurrir a él", afirma la economista Luciana Díaz Frers, directora del Programa de Política fiscal de Cippec.

"Es una discriminación que tampoco tiene parangón internacional. Las provincias que más reciben, Tierra del Fuego o Santa Cruz, reciben 7 veces más que Buenos Aires. Todo esto deja al gobernador bonaerense en una situación fiscal estructuralmente complicada", describe Gervasoni.

Si esta vulnerabilidad financiera se combina con poca capacidad de resolver las disputas políticas internas, el resultado es difícil de sostener. "Algunas provincias tienen capacidad de movilización bastante independiente de la popularidad del presidente a pesar de su dependencia fiscal, como Formosa o La Rioja. Otras tienen máxima fortaleza electoral y una situación fiscal ordenada, como San Luis, pero Buenos Aires combina falta de autonomía electoral sin una situación fiscal cómoda", señala el politólogo Marcelo Leiras, profesor de la Universidad de San Andrés. "Un gobernador de la provincia es comparativamente débil, pero es necesario para la movilización electoral, en particular en el conurbano", agrega.

Allí, en ese territorio de unos 10.000.000 de habitantes, donde se concentra la mayor riqueza y la mayor exclusión de este distrito que lo tiene todo, está también el corazón de las dificultades de un gobernador. "El gobernador debe lidiar con actores poderosos, los intendentes, que muchas veces administran distritos que son más importantes que algunas provincias, y los problemas sociales lo colocan frente a un escenario en el que es difícil mostrar gestiones exitosas. Es difícil convertir eso en una plataforma para la proyección nacional", apunta Gervasoni.
Aliado incómodo 
¿Qué cambió el kirchnerismo en este escenario? Poco, casi nada. Quizá se deba a que el conflicto que tradicionalmente opone al presidente y al gobernador bonaerense es estructural y está enraizado en las características de nuestro federalismo desequilibrado: como dice Malamud, "el gobernador de Buenos Aires es un aliado incómodo del presidente y aspira a sucederlo, por lo que el presidente procede a serrucharlo. Lo mismo ocurrió entre Perón y Mercante, y entre Menem y Duhalde, aunque esta tensión nación-provincia antecede al peronismo por más de un siglo".

"En la Argentina hay siempre 24 candidatos a presidente, uno por provincia, con campañas más o menos visibles (pensemos hoy en Urribarri, Capitanich, Urtubey, Macri, Scioli). El gobernador de Buenos Aires tiene, además, peso y visibilidad, porque está en el centro del poder argentino. Scioli, como antes Duhalde, tiene la oposición del líder de su partido. El personalismo de los partidos políticos argentinos y su falta de institucionalidad hace que se dé entre ellos una competencia de liderazgos muy intensa, sin forma clara de encarrilarse", afirma Gervasoni.

Para algunos, el kirchnerismo tuvo, sin embargo, una estrategia en este campo: centralizó poder, distribuyó recursos directamente a los intendentes, benefició a algunos con obra pública por sobre otros y, ahora, con candidaturas. "Se dio un cambio estructural. Néstor y Cristina han puesto ellos mismos a los candidatos en las listas legislativas bonaerenses, algo en lo que intervenía el gobernador. Pasó en 2005, en 2007, en 2009 y hoy no hay casi ningún sciolista en una lista de 35 candidatos", sostiene Gervasoni.

Otros disienten. "Esa intención ya la había tenido Menem y hay gobernadores de relativamente poco peso político desde Duhalde, como Ruckauf y Solá. Lo atribuiría más a las características de la provincia: Buenos Aires no se puede controlar firmemente como La Rioja, Salta o Tucumán. Tiene la escala y la complejidad de un país y es difícil controlarla, para el gobernador y para el presidente", dice Leiras.

"La estructura política y social de Buenos Aires está conformada a imagen y semejanza del conglomerado justicialista. Poderío electoral, riqueza productiva y grandes bolsones de pobreza estructural configuran rasgos sobresalientes de Buenos Aires", dice Ollier. Un extendido mito local asegura que sólo el peronismo puede gobernar la Argentina. ¿Será, quizás, porque sólo el peronismo parece poder gobernar, más allá de la eficacia de sus gestiones, la provincia de Buenos Aires?.
Raquel San Martín
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