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23/02/12

La onda B

Nace una nueva generación de empresas: Las B Corporations. Su objetivo no es el lucro, sino la contribución a la sociedad y el medio ambiente. En los Estados Unidos, redefinieron el concepto de RSE. Los casos locales

Por Carla Quiroga
Existen empresas cuyo fin primordial no es ganar dinero. Aunque suena fantasioso, es real. Tienen estructura, compiten, crecen y venden sus productos en un mundo dominado por el consumo compulsivo. Y, pese a que la motivación excede al afán de lucro, necesitan dinero para seguir promoviendo su principal objetivo: resolver problemas ambientales y sociales. Son las "empresas B", o "B Corporations", una vez legisladas.

En el mundo, ya se habla de un nuevo concepto de capitalismo, en el que los negocios dejan de ser donantes para repensar su misión en función de las sociedades y el medio ambiente. "Incorporan íntegramente a su ADN organizacional la atención de esas problemáticas y ejercen influencia sobre los stakeholders. Es decir, los beneficios que crean no se limitan a los accionistas, sino que incorporan a otros actores, como la comunidad, los empleados, los consumidores y el medioambiente", explica Ana Estenssoro, directora Ejecutiva de ENI Di Tella, espacio de la Universidad Torcuato Di Tella ( UTDT ) que busca subsanar el vacío entre la experiencia práctica y el estudio académico de los negocios inclusivos, trabajando con instituciones y empresas que quieren contribuir a los cambios en los modelos de negocios.

"Las formas societarias actuales no son lo suficientemente flexibles y amplias como para incorporar intereses ambientales, comunitarios y sociales en la toma de decisiones. Y, por otra parte, faltan estándares transparentes, lo que hace difícil distinguir entre una empresa responsable de la que no lo es. Por eso, se propone redefinir el rol que, tradicionalmente, cumplieron los negocios y repensar los estándares según los cuales se evalúa su performance", reconoce como obstáculo la especialista.

"El modelo empresario actual se está agotando. Este sistema económico post Revolución Industrial se creó para mejorar la calidad de vida de la gente y no lo está haciendo. Tenemos 1400 millones de pobres, un chico muere de hambre cada cinco minutos, 873 millones de personas no tienen acceso al agua potable", analiza Alan Gegenschatz, miembro del board de Equitas Ventures, un fondo de inversión que financia a emprendedores de alto impacto, no sólo económico, sino también social y ambiental. Gegenschatz está convencido de que el futuro de los negocios pasará por las green economies (la evolución hacia los sistemas sostenibles).

Un caso emblemático de empresa B es Guayaki, firma estadounidense que produce yerba mate y derivados, creada por cinco compañeros de la Universidad de San Luis Obispo (California) en 1996. Uno de ellos, un argentino: Alex Pryor.
"Mi propósito era fundar una compañía con un modelo de negocios de diferente bottom line. Una empresa de triple resultado, en la que lo económico
fuera un medio para cumplir un fin social y ambiental", explica Pryor. Guayaki, que, durante años, fue un híbrido entre una fundación y una corporación, generó una alternativa para producir yerba mate sin necesidad de deforestar. Esto implica la regeneración de ecosistemas a partir de la producción de yerba mate bajo sombra de especies nativas, actuando como corredores biológicos entre distintos parques y generando un sentido comunitario entre los indígenas, o en pequeños productores, que se juntan para formar cooperativas. "Estamos a 10 por ciento de nuestra misión, que es que, para 2020, se restauren 60.000 hectáreas de bosque atlántico interior (selva misionera) y proveer sentido comunitario e inclusión social en 1000 familias", detalla el entrepreneur, quien trabaja en los tres países de esa selva: Paraguay, la Argentina y el sur de Brasil.

"Ya restauramos 6000 hectáreas", agrega Pryor. Guayaki cerró 2011 con US$ 15 millones facturados, casi el doble que en 2008, y una penetración del 35 por ciento en las bocas del mercado de productos naturales en las inmediaciones de las universidades de los Estados Unidos.

Si bien el proyecto se gestó con un espíritu B, la acreditación llegó más tarde. Es que la certificación, a cargo de B Lab, una organización sin fines de lucro, recién surgió en 2007 en los Estados Unidos, 11 años después de la creación de Guayaki. Hoy, existen más de 500 empresas certificadas, de 60 industrias, desde alimentos hasta insumos para oficinas; más del 90 por ciento de las compañías son estadounidenses. Suman US$ 2500 millones de facturación. Todas lograron un puntaje mínimo de 80, dentro de 200, en la herramienta de evaluación (B Impact Rating System). "Ese score se compone de los cinco puntajes obtenidos en cada área de impacto, que son responsabilidad (accountability), personal empleado, consumidores, comunidad y medioambiente", enumera Estenssoro. Guayaki, por ejemplo, obtuvo un score de 122.
" Cualquier compañía puede evaluar su nivel gratuitamente", explica María Emilia Correa, una de las fundadoras de Sistemas B, organización que trabaja desde Chile en la misma línea que B Lab, pero para América del Sur. "Si bien la certificación es global, se adapta a los contextos locales", aclara Juan Pablo Larenas, uno de los fundadores chilenos. "Promovemos el surgimiento de una nueva figura comercial, alternativa a la SA y la SRL, que permita combinar, en su mismo ADN, la solución de problemas sociales y ambientales con la creación de valor económico en el desarrollo de una empresa", agrega Pedro Tarak, argentino y emprendedor social, también fundador de esta ONG.

"Esto termina con la dinámica de tener una fundación por un lado y un programa de RSE, por el otro", apunta Gonzalo Muñoz, fundador de Triciclos, compañía chilena de reciclaje creada en 2009, que crece a un ritmo de 400 por ciento anual y trabaja para lograr la certificación B. Su misión es propiciar el cambio cultural hacia la sustentabilidad, a través de la creación de soluciones efectivas que fortalezcan buenos hábitos en materia social y ambiental. Para conseguirlo, instaló "Puntos Limpios", donde recicla más de 20 materiales distintos. Así, van directamente de la mano del consumidor al molino del procesador, promoviendo que todos los actores de la cadena se cuestionen su rol y cambien.

"Los ciudadanos que nos visitan son personas motivadas con el reciclaje pero que no encuentran opciones para llevarlo a cabo. Damos una solución que los retroalimente con datos, certezas, educación y que los invite a generar menos residuos. Ellos se inspiran y 'viralizan' el servicio", detalla su negocio Muñoz, otro co-fundador de Sistema B. Reconoce que el camino no es sencillo. "Cuando planteamos nuestra propuesta, nos miran con recelo. A quienes forman parte del mundo de los negocios, les cuesta creer que el objetivo sea social y ambiental. Se dificulta luchar contra estos molinos pero creemos en la fuerza del mercado y no cedemos. En este sentido, la certificación ayuda y saca el manto de duda de que puede haber algo oculto", expone Correa, quien, además, invirtió fondos propios en Triciclos.
En la Argentina, la asociación sin fines de lucro Buenos Aires fue la encargada de presentar Sistema B ante 50 empresarios. "Es una oportunidad, no sólo para las nuevas empresas, sino también para las que están en marcha, ya que, modificando el estatuto, podrán alinearse", explica Gegenschatz, presidente de la asociación, que es uno de los nodos que conforman la Red Argentina de Responsabilidad Social Empresaria, con unas 400 firmas asociadas.

Las dudas sobre cómo bajar a tierra una meta, que, ante la primera impresión, suena idealista, genera dudas en un mundo en el que las empresas crecen sacándole share a su competencia. Con costos de producción más altos, cómo pueden subsistir sin trasladarlo a precio, cómo compiten en las góndolas, y cómo se posicionan y crecen, son los grandes interrogantes. La respuesta permite empezar a desentrañar la forma de trabajo de las compañías B.

La clave está en comprometer a todos los stakeholders del proceso: accionistas, proveedores y consumidores. "Si no le tengo que pagar intereses sobre el retorno de la inversión al accionista que invirtió hace 10 años no estoy exigido", explica Pryor. En Guayaki, por ejemplo, el costo del producto es 200 por ciento más alto que el de una empresa tradicional. En la góndola, sin embargo, la diferencia es de 100 por ciento: medio kilo de yerba se vende a US$ 9 contra US$ 4,50 de Cruz de Malta. "Por supuesto, si me fuera a trabajar a Cargill, ganaría más dinero. Pero no me importa lo material. Quiero que haya una mayor distribución de ganancia entre todos los actores ", reconoce Pryor, quien tiene 50 socios y sólo el 10 por ciento de las acciones. Cuando creó la empresa, poseía el 100. "Tampoco me preocupa ceder porque sé que, cuando menos tengo, más crece la compañía y mayor es mi share porque las acciones son más valiosas. La asociación es perfecta. El secreto de la empresa es que cada vez hay más cantidad de gente participando", explica el entrepreneur.
Escudo legal
El avance y el interés que despierta la "Empresa B" permitió que, a cuatro años de su existencia, estados como Vermont, Maryland, Virginia, Nueva Jersey, California y Nueva York incorporasen este tipo de sociedades en sus sistemas legales, lo que significó una protección institucional para las compañías certificadas. Gozan de todas las ventajas de una sociedad limitada normal pero con tres diferencias: pueden equiparar su misión social o ambiental a la económica en los mismos estatutos societarios, ser sujetas a la transparencia y la rendición de cuentas, y prever los efectos negativos ambientales y sociales en el largo plazo de sus decisiones corporativas. Y, siempre, ganando dinero como parte del negocio.

El derecho corporativo convencional establece que el deber de una compañía es maximizar los intereses de los accionistas, sin importar a costa de quién y si sólo beneficia a un grupo reducido de personas. Eso dificulta seguir una misión social porque expone al directorio al riesgo de ser demandado.

"Antes, si algún accionista planteaba, con un fuerte argumento, que consideraba que la empresa distribuía demasiados beneficios en los costos sociales y ambientales, podía hacerle un juicio. Ya no", detalla Pryor, quien espera que los beneficios impositivos sean la próxima etapa en la consolidación de esta categoría de empresa.
"La aspiración es que las empresas B se transformen en el gran referente de compañías del futuro. El motor económico funciona igual. La diferencia es el objetivo. Queremos la mejor empresa para el mundo y no la del mundo. Que esté al servicio de la sociedad y del planeta. Y que use las fuerzas del mercado para lograr ese objetivo", define Larenas.
En el día a día, quienes forman parte de este tipo de organización, trabajan con foco en el desarrollo inclusivo y con el actor social en el centro de los procesos de desarrollo. "La diferencia con el comercio justo es que lo que se certifica es la empresa, no el producto", explica Tarak. Además, buscan despegarse del green washing, acciones de marketing relacionadas con un lavado de cara que ciertas empresas utilizan para contrarrestar otras, que pudieran haber afectado al medio ambiente. De hecho, el marketing poco tiene para aportarles. Ni siquiera, deben invertir en él porque no necesitan mitigar los impactos comunitarios que generan por sus buenas prácticas. "Se venden solas", sintetiza Larenas. Tampoco, necesitan de las acciones de responsabilidad social empresaria. "La RSE es un canal paralelo e intenta resolver problemas negativos que generan las organizaciones. La B es una organización buena en su conjunto", distingue. "No se trata de evitar el impacto social y ambiental de la compañía, sino que ella misma resuelva los problemas a partir de la fuerza de las empresas. El producto es una consecuencia de ello", analiza Tarak. Tal es el avance que, en los Estados Unidos, existen universidades, como la Yale School of Management, que ofrecen a sus graduados que trabajan en B Corporations una reducción de los aranceles. También, hay empresas, como Salesforce.com, que otorgan descuentos en el precio de sus productos y servicios a firmas que acrediten su certificación.

"Además, hay grupos de inversores que ya las prefieren", agrega Tarak. Habla de los impact investors, dedicados a apoyar empresas con productos y servicios que no siguen la ruta de las compañías tradicionales. De hecho, B Lab creó un sistema de puntuación para ellos -Global Impact Investment Rating System (GIIRS)-, que determina el valor social de la empresa, al permitir ver el mix entre ingresos e impacto social. En América latina, uno de los más conocidos es el fondo mexicano Ignia, que destinó más de US$ 35 millones en diferentes negocios. Algunos de ellos son Agua Natural, fabricante de filtros de agua asequibles, y Primedic, que otorga seguros médicos a bajo costo.

En la Argentina, Gegenschafz, Esteban Corio, Diego Luzuriaga, Fernando Chuit y Margarita Carlés fundaron Equitas I, en diciembre de 2010. "Es el primer fondo sustentable que existe en el país. Es un modelo de negocios nuevo, que desarrollamos junto al Banco Columbia. Ya invertimos US$ 500.000 en cinco proyectos sustentables", comenta Luzuriaga, quien aclara que las compañías en las que apostaron no están certificadas. "Hay que tener en cuenta que Sistema B recién llega a la región", justifica.

Un caso en el que invirtió Equitas es Emprendimientos Tecnologías para la Vida (ETV), que recibió un préstamo de US$ 80.000 para aumentar la producción de bombas de soga, ruecas y escardadoras, y para consolidar su red de distribución. El producto principal de la empresa, que produce y comercializa tecnologías que mejoran la calidad de vida de las comunidades de bajos ingresos en zonas rurales, es la "bomba de soga de agua", que permite que familias que hoy obtienen de pozos, "con soga y balde" o con bombas de mano, el agua para beber y para usos sanitarios, puedan hacerlo de una forma más higiénica y reduzcan, sustancialmente, el esfuerzo físico. También, aumenta la productividad de pequeños agricultores que recurren a la extracción manual.

Equitas I también invirtió en RedActivos, empresa que comercializa la producción de talleres protegidos que emplean a personas con capacidades diferentes, y en Cegin, una organización que ofrece, a muy bajo costo, un servicio médico ginecológico a mujeres de la base de la pirámide, en Jujuy. Tiene 20.000 afiliadas, que, por una cuota anual de $ 12, obtienen una prestación de primera calidad.
Ahora, Luzuriaga, Chuit y Carlés, co-fundadores de Equitas Ventures, firma administradora del Fideicomiso Equitas I, trabajan en la estructuración y búsqueda de inversiones para otras empresas, bajo la misma filosofía. Mira negocios inclusivos, de salud inclusiva, vivienda social y de comercio justo, compañías en formación o desprendimientos de ONGs. "Se trata de compañías y proyectos que requieren entre US$ 500.000 y US$ 3 millones de inversión",
explica Luzuriaga. Por otra parte, sondea al mercado para ver la posibilidad de conformar otro fondo pero, específicamente, verde y especializado en empresas regeneradoras de vida.

Un nuevo paradigma
Larenas habla de un cambio de paradigma: "A diferencia de cualquier otra certificación, en la que, en general, la competencia no quiere que accedas, este tipo de compañías quieren ser parte de una comunidad cada vez más grande y robusta, que comparte los mismos valores de sustentabilidad". Una especie de sistema de alianzas y consensos, en el que las multinacionales también tienen responsabilidad. "Ellas son las que tienen que incorporar a este tipo de empresas a su cadena de proveedores con algún tipo de ventaja o preferencia", opina Correa. "Lo genial de esto es que une la capacidad empresarial de lograr resultados con un propósito público, que va más allá del lucro", agrega Tarak.

No por nada, los emprendedores sociales son la elite más mimada en Harvard. De a poco, una nueva forma de hacer negocios avanza. Excede a la pérdida de biodiversidad y a los riesgos del recalentamiento global. Pone en el centro de la escena al ser humano y la forma en la que desea seguir viviendo.
"Queremos controlar todo: proyectamos, analizamos el pasado, nos enroscamos. En mi caso, vendí acciones de Guayaki porque descubrí que, desde el momento en el que empiezo a compartir, soy cada vez más libre y, paradójicamente, tengo más oportunidades de negocios", confiesa Pryor. Reconoce que todo tiene precio "pero pocas cosas, valor".
No hay dudas: algo está cambiando. Antes, se fundaban ONGs para solucionar los problemas actuales. Ahora, también, se crean empresas.

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De primer mundo
In Every Language: da
servicios de traducción e interpretación pero de una forma diferente, en Kentucky. Contrata traductores de comunidades de bajos niveles socioeconómicos y emplea a mujeres de comunidades originarias a las que, ni siquiera, les está permitido salir de sus hogares. Drip Tech Inc.: en Mountan View, California, produce sistemas de irrigación por goteo para pequeños productores agrícolas. Creó un sistema, 50 por ciento más económico, que permite recuperar la inversión inicial en menos de seis meses. Aumentar la producción en un plazo de tres a cinco años y mejorar el rendimiento de sus cultivos entre un 20 y 50 por ciento requiere menor desembolso en mano de obra y en energía, y consume un tercio del agua que se emplea usando riego por inundación. Runa en Brooklyn, Nueva York, comercializa productos derivados de la guayasu. Trabaja con las comunidades indígenas productoras de la planta, para promover un desarrollo sustentable, a través de tres áreas: gestión medioambiental, desarrollo económico y empoderamiento social. Gestiona cinco viveros de especies forestales en peligro de extinción.

Farmland: de San Francisco, es un fondo de inversión que ofrece mayores rendimientos a través de la adquisición y conversión de tierras cultivables convencionales en granjas orgánicas, usando prácticas de agricultura sostenible.
Fuente: ENI Di Tella.

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Alex Pryor, fundador de la B Corporation Guayaki. La compañía produce yerba mate y derivados, con objetivos sociales y
medioambientales.

Gonzalo Muñoz, María Emilia Correa, Pedro Tarak y Juan Pablo Larenas, fundadores de Sistemas B, ONG que trabaja en "bajar" la certificación a América latina.

De izquierda a derecha: Diego Luzuriaga, Esteban Corio, Alan Gegenschatz, Santiago Ardissone, Margarita Carlés y Fernando Chuit, fundadores de Equitas I.
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