Di Tella en los medios
Diario Perfil
19/02/12

Malvinas: el conflicto emocional

Por Manuel Mora y Araujo. Sociólogo. Profesor de la Universidad Torcuato Di Tella.

Malvinas es un tema complejo y traumático para los argentinos. La complejidad proviene de las raíces del problema y de la aparente imposibilidad de resolverlo. Lo traumático tiene una raíz en la experiencia: una guerra, cientos de muertos; también son traumáticas muchas de las consecuencias del conflicto, dejando de lado la guerra.

La opinión informada está dividida. Desde que el tema volvió a un primer plano de la agenda, en las últimas semanas, se suceden comentarios variados cubriendo una amplia gama de puntos de vista, desde los exacerbadamente nacionalistas hasta los más moderados; desde los más analíticos hasta los vehementemente comprometidos (coincido con los puntos de vista de mis colegas Luis Alberto Romero y Vicente Palermo, en La Nación del 14 y del 16 de febrero, pero este no es hoy mi tema). Hay un debate sobre la naturaleza, y la vigencia de los derechos argentinos sobre las islas; hay otro debate sobre qué habría que hacer, y es manifiesto el apasionamiento que concita todo comentario publicado en una franja activa del público lector. 
En el plano de la política internacional, las Malvinas son un incordio para la mayor parte de los países, tanto los que respaldan a la Argentina, o se inclinan a hacerlo, como los que respaldan o de sienten apegados a Inglaterra. Casi ningún gobierno ve en este conflicto una oportunidad superadora; y ninguno atina a proponer vías de solución, excepto el vacuo llamado a que las partes se sienten a conversar. Ni siquiera hay consenso acerca de cuántas partes hay en juego: para algunos son dos, para otros son tres, incluyendo a los habitantes de las islas como un tercer actor. Las posiciones en juego parecen irreductibles.

Distintos actores involucrados, distintos planos desde los cuales abordar el problema, distintos intereses actuales y potenciales. Es evidente que para mucha gente todo lo simbólico relativo a la situación de las islas es lo más importante; para otros, las potencialidades económicas deberían estar en un primer plano; para una tercera franja de opinión, lo decisivo es minimizar conflictos. La política exterior argentina ha recogido esas distintas perspectivas en distintas circunstancias de nuestra historia. En el tema Malvinas ha predominado lo simbólico, muchas veces con una fuerte predisposición a tratar de capitalizarlo políticamente –como fue el caso cuando el gobierno militar decidió invadir las islas y afrontar una desatinada guerra–. En el diferendo del Beagle y en el caso de los Hielos Continentales, el país buscó despejar el horizonte de conflictos desgastantes e inconducentes; ese fue también el enfoque para Malvinas durante los años 90. Malvinas presenta aristas económicas más pronunciadas –potenciales riquezas de hidrocarburos, pesca– y ése podría ser un factor condicionante de otros enfoques. Podría serlo, pero está claro que no lo es para todos los argentinos. La periodista brasileña Sylvia Colombo expresó hace pocos días su opinión de que para la mayoría de sus compatriotas difícilmente podría existir un tema capaz de concitar tanta pasión nacional durante un período tan prolongado. Parece que para muchísimos argentinos, sí.

Una de las cosas que no están claras es qué piensan los argentinos cuya voz no se eleva demasiado sobre el conjunto. ¿Cuál es el estado de la opinión pública sobre Malvinas? Es obvio que no todos pensamos lo mismo, y que la mayoría vamos cambiando nuestros pensamientos a través del tiempo. Menos obvio es que muchos estamos internamente divididos, pensamos algunas cosas y otras distintas al mismo tiempo; y eso hace de Malvinas un tema espinoso, inconfortable. 
Cuando se produjo la invasión, aunque no había encuestas, prácticamente todos los que recuerdan ese momento coinciden en que el apoyo a la invasión era masivo. Cuando se firmó la rendición, el clima era bien otro. No había encuestas pero existen algunos datos elocuentes. Mi colega Raúl Hernández realizaba en esos tiempos estudios de mercado y reportó una brusca caída del consumo de productos ingleses en abril de 1982. Las ventas de chocolates Cadbury habían caído ese mes abismalmente; pero en julio de ese año ya habían recuperado su nivel anterior. Hay encuestas a partir de 1983. Las publicadas en PERFIL el domingo 12 de febrero muestran que en 1985, aunque ya predominaba en la opinión pública una posición favorable a negociar con Inglaterra, todavía más del 40 por ciento se mantenía en una postura intransigente (exigir la devolución de las islas sin negociar). Pero con el correr de los años, ese grupo se fue diluyendo; hacia 2003 no pasaba el 14 por ciento, mientras los favorables a negociar –incluidos los que aceptaban compartir la soberanía de las islas– llegaban casi al 80 por ciento. El vuelco de la opinión pública durante las dos décadas posteriores a la guerra fue formidable.

Como suele suceder alrededor de temas que mueven a que muchas voces comprometidas resuenen fuertemente, la opinión de las personas silenciosas resulta escurridiza. Sólo mediciones sistemáticas de opinión pueden captarla. Y si, como pienso, el hecho es que para muchísimos argentinos este es un tema que nos genera sentimientos mezclados –y, por lo tanto, opiniones confusas o autocontradictorias–, es posible que en los momentos de alta tensión se expresen algunas opiniones que tienden a diluirse cuando baja la tensión y las aguas se aquietan (como pasó en aquellos meses de 1982). Esta es una situación compleja propia de la vida social: hay símbolos que tocan fibras muy sensibles y profundas que, cuando se los amplifica y proyecta a situaciones límites, entran en conflicto con las reservas de sentido común y de percepción realista del mundo que tenemos la mayor parte de los seres humanos. Son conflictos en los que es difícil dirimir a cuál de esos dos lados de nuestros propios sentimientos debemos dar más credibilidad.


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