Di Tella en los medios
Revista Clarín Pymes
15/11/11

Nosotros y la crisis global

Por Eduardo Levy Yeyati. Director de Elypsis y profesor de Economía y Finanzas de la UBA y la UTDT

En medio del pánico financiero global del 2009, cuando el producto de las economías desarrolladas se desaceleró un 4 por ciento, el frenazo en el mundo en desarrollo -excluyendo a China, que no para de crecer- fue mayor: del 5 por ciento en los países emergentes y, según números oficiales, del 6 por ciento en la Argentina.

Por eso, la pregunta relevante no es si una posible recesión mundial nos afectará -lo hará, inexorablemente-, sino qué tipo de recesión cabe esperar y qué espacio tienen el Gobierno y el sector privado para atenuar sus efectos. No obstante, hay que destacar dos diferencias con el 2009, una positiva y la otra no. La primera es que, hoy, la situación no toma a nadie por sorpresa. Los esfuerzos europeos por amortiguar el impacto de un default griego lo reflejan.
 La diferencia negativa se relaciona con el llamado "espacio fiscal": los gobiernos de países desarrollados, fuertemente endeudados para estimular al sector privado, enfrentan una economía fría con recursos escasos. Más gasto podría ser contraproducente, si genera temores sobre la sostenibilidad de sus deudas, cuando se empieza a dudar respecto de que Alemania quiera y pueda bancara resto de Europa o que Obama tenga margen para demorar un prematuro ajuste fiscal. El mundo desarrollado parece encaminarse no hacia una contracción profunda y breve, como en 2009, sino a un largo período de bajo crecimiento.

¿Cómo nos afectaría este escenario? Como en 2009, lo que debe preocuparnos no es un pánico financiero, sino un menor crecimiento. El riesgo externo viene de la mano de una caída de la demanda global y un estancamiento del precio de las commodities. El interno, de la llamada "paradoja de la frugalidad": una profecía autocumplida, en la que el temor a la recesión y el desempleo limita el gasto de las familias, restando recursos al mercado doméstico y llevando a una acumulación de stocks, recortes de producción y menores horas trabajadas que profundizan los temores iniciales. En el caso argentino, este círculo vicioso se combina con otro: el de la fuga hacia el dólar a la espera de una depreciación, lo que genera presión sobre las reservas y más expectativas al respecto.

¿Ayudaría una mayor flexibilidad cambiaría a atenuar el impacto en el crecimiento? Depende para qué. Con el mundo enfriado, un dólar alto difícilmente sume demanda externa cuando nuestros socios comerciales deprecian y ajustan a la baja su consumo. Pero una depreciación del peso puede contribuir a la actividad de las pymes mediante la sustitución de importaciones, protegida por el recurso parcial y transitorio de las licencias no automáticas. Y puede desalentar la fuga hacia el dólar, que resta fondos al consumo y la inversión.
No debe perderse de vista que el patrón de cuenta corriente positiva y la prescindencia de los mercados financieros de los últimos años no sólo llevaron a un desendeudamiento importante, sino a la acumulación de ahorros privados en el exterior, que hoy perciben rendimientos reales negativos. Su repatriación puede ser la llave para poner distancia entre la bonanza local y una larga crisis global.
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