Di Tella en los medios
ARQ de Clarín
23/08/11

Adiós a un teórico y crítico brillante

Por Jorge F. Liernur y Claudia Shmidt. Especial Para Clarín

Sorpresivamente, Francisco “Franz” Bullrich falleció en la mañana del pasado miércoles 10 de agosto. Había nacido en Buenos Aires en 1929 y por sus lazos familiares creció en el ambiente de las llamadas “familias tradicionales” de nuestro país: su nombre completo era Francisco Jorge Bullrich Ocampo Lezica Alvear Santamarina. A pesar de ese origen conservador, aún antes de graduarse como arquitecto, en 1952 ya había decidido integrar junto con Horacio Baliero, Juan Manuel Borthagaray, Jorge Grisetti, Eduardo Polledo, Carmen Córdova, Gerardo Clusellas, Alberto Casares Ocampo y Jorge Goldenberg el mítico grupo de jóvenes rebeldes, que se autobautizaron la “Organización para la Arquitectura Moderna” (OAM).

La aparente contradicción entre alcurnia familiar y vanguardismo no era tal. Francisco Bullrich fue consistente con esa vocación intelectual crítica, aunque los golpes personales –como el prematuro fallecimiento de su primera esposa, Alicia Cazzaniga–, los desengaños intelectuales y políticos o las fuerzas de la realidad fueron horadando ese espíritu con el andar de los años.

Pero fue esa vocación la que lo llevó a cursar estudios de posgrado en la Hochschule fur Gestaltung de Ulm, siguiendo con entusiasmo los pasos de Tomás Maldonado, quien había inspirado los comienzos de OAM. Su permanencia en esa Escuela no fue indiferente, y le permitió comprobar en directo las aporías de los muy diversos enunciados que se ocultaban tras la aparente unidad de su programa. De esa experiencia, trajo de vuelta a Argentina la necesidad de desarrollar la prefabricación para solucionar los problemas de vivienda, habiéndose frustrado una fugaz oportunidad de participar en la solución del problema que la Comisión Nacional de la Vivienda intentó llevar a cabo luego de 1955.

Para entonces, ya había comenzado a sentirse atraído por el enfoque “socialdemócrata” de la historia de la Arquitectura Moderna que encabezaba Nikolaus Pevsner, presidido por la idea de un modernismo y una austeridad arquitectónica que se basaran en la necesidad de producir soluciones masivas a las necesidades de las crecientes poblaciones urbanas.

Con estas ideas, en conjunto con figuras como Jorge Enrique Hardoy, Juan Manuel Borthagaray, y Carlos Mendez Mosquera, Bullrich procuró contribuir a la construcción de una nueva forma de enseñanza de la Arquitectura en la Argentina, que llevaría el nombre de Escuela de Arquitectura y Planeamiento de Universidad Nacional de Rosario.

Aunque, al poco tiempo, esos profesores llegados de Buenos Aires dejaron esa experiencia en manos locales, lo hecho sirvió como base para la consiguiente y exitosísima renovación de la Facultad de Arquitectura de la UBA. El compromiso de Bullrich con esta nueva iniciativa lo llevó a ser miembro del Consejo Directivo de la Facultad en 1960, e incluso a integrar el Consejo Superior de la UBA en 1962.

Sus ideas, cuya consistencia y sutil entramado demandarían mucho mayor espacio para poder ser analizadas en profundidad, tuvieron en 1963 su primera expresión con la publicación de Arquitectura Argentina Contemporánea. El libro ha tenido tan larga y profunda incidencia en la formación de una primera imagen mental acerca de cómo se había construido la cultura moderna de la profesión, que los conceptos elaborados en él por Bullrich fueron asumiendo incluso la difuminada pero inconmovible condición del sentido común.

Para entonces había ganado (con Clorindo Testa y Alicia Cazzaniga) el concurso de la Biblioteca Nacional, y construido también con Testa la sede del glamoroso y escandaloso Instituto Di Tella en la calle Florida, así que Bullrich ya era además un reconocido arquitecto practicante.
En busca de la identidad

Desde 1963 emprendió varios viajes por distintos países de América Latina, y entre 1966 y 1967 dictó cursos y conferencias en la Universidad de Yale. En 1967, Pevsner le confió la revisión de la segunda edición en castellano de su ampliamente difundido Esquema de la Arquitectura Europea. Ese trabajo fue realizado al mismo tiempo en que Francisco preparaba un panorama de la arquitectura moderna y contemporánea latinoamericana.

Las ideas de Pevsner marcaron en parte su mirada respecto de la complejidad de conformar una perspectiva, en este caso “latinoamericana”, que se ve reflejada en sus trabajos inmediatamente posteriores: Nuevos caminos de la arquitectura latinoamericana, y su libro de mayor impacto internacional: Arquitectura Latinoamericana (1930-1970). Contra las versiones nacionalistas y esencialistas, estos trabajos recogen ideas ya anticipadas en diversos artículos en la revista Summa, en los que cuestionaba las pretensiones de encontrar una identidad a través de destinos predeterminados, atendiendo en cambio a las tradiciones culturales, pero fundamentalmente a las condiciones en que la modernidad se desenvolvió en cada uno de nuestros países.

En las últimas décadas de su vida, Bullrich había dejado paulatinamente sus actividades directamente vinculadas a la arquitectura, o más bien cabría decir que continuó realizando distintos proyectos y trabajos, pero con un descreimiento creciente en las posibilidades de la disciplina para modificar el mundo de manera consistente.

Aún así, no dejó de contribuir a su desarrollo. Quienes hemos tenido el privilegio de compartir con él un tramo de su largo compromiso con la tradición “ditelliana” pudimos disfrutar a lo largo de estos años de su inteligencia, sus conocimientos, su humor irónico, su generosidad y su lucidez, por lo que su ausencia nos deja un enorme vacío.

Pero no somos los únicos que hemos perdido con su partida. Para el conjunto de la cultura arquitectónica de la Argentina, e incluso para la cultura arquitectónica a secas, se han ido para siempre una voz y una mirada crítica que nos ayudaban a comprendernos mejor en nuestras debilidades y en nuestras fortalezas. Nos quedan sus libros y sus obras, para recordarlo y para que nos siga enriqueciendo, aunque él ya no esté entre nosotros.
 

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