Di Tella en los medios
Juanele Ar
2/08/11

Recuerdos de Belleza y Felicidad

Organizada por el Departamento de Arte de la Universidad Torcuato Di Tella, el sábado pasado se realizó la charla “Belleza y Felicidad: dos conversaciones”.

La idea original era ofrecer dos charlas por separado, una sobre el costado literario del espacio y otra más centrada en la parte artística. Finalmente esa charla dividida se vuelve una sola -algo que parece más lógico-. La propuesta del Di Tella es escuchar el relato, la historia de Belleza y Felicidad, y luego observar.

Primero viene la mesa redonda, luego pasaremos a la sala donde se proyectan instantáneas de la galería y donde todas las paredes están cubiertas de flyers -¿cómo se llamaban en ese entonces?- o invitaciones a la galería, pequeñas tarjetas, los carteles de cartulina que usaban para publicitar las publicaciones, incluyendo hasta hojas sueltas de libros contables con las ventas de cuadros y obra… Y por supuesto, las publicaciones: la revista y los libritos. Los objetos como soporte de la charla-mesa redonda.

La manera en que todo ocurría en B y F me resulta tan lejana en el tiempo… y sin embargo, ¿qué significan 10 años, 11 años para pensar un movimiento artístico y de poesía, un espacio, en retrospectiva? El encuentro que propone la institución se trata justamente de eso, una charla en retrospectiva. En la mesa rodeada de gradas están Fernanda Laguna, Cecilia Pavón, Francisco Garamona y Javier Villa. A modo de introducción y para romper un poco el hielo, Cecilia empieza a leer un poema que habla de la época de B y F. “Qué lindo es escribir y sentirme estallar”, dice en un momento el poema, revelando la espontaneidad y el entusiasmo, del acto de escritura pero también del modo en que funcionaba la misma galería. Fernanda lee Salvador Bahía, Ella y yo y de alguna forma podemos situarnos en la dinámica de B y F.

Lo casero, el recorte, la fotocopia, lo improvisado, el azar. “Se escribía a la mañana y se publicaba a la tarde”, cuenta Pavón. Inmediatez absoluta en la escritura, la producción, la distribución. Ellas mencionan una idea pre-Facebook ahí, donde en vez de publicar un comentario o una foto ponían en circulación un poema. Hay algo que ocurría en la B y F que tenía que ver con la sociabilidad, la mezcla. Cecilia dice que se trataba de crear algo nuevo, “inventar un contexto para que se diera un arte así”. B y F era un espacio de encuentro real.

El proyecto que tiene mucho de los ’90 y que remó la crisis del 2001 sobreviviendo a pesar de todos los contratiempos. Todo era a pulmón: vivían de la venta de materiales para artistas -vale la pena el librito Poesía Proletaria, de Fernanda que habla de los recorridos en estas ventas-, hacían remates de obra. Y el espacio estuvo siempre ligado a la indefinición, un lugar “de ficción y realidad”, dicen ellas. “La gente, confundida, pensaba ‘no estoy en una galería, estoy en un local, ¿soy artista o soy comprador?’”, dice Fernanda. Es que B y F era al mismo tiempo una regalería (en el sentido de bazaar, vendían objetos y chucherías de Once), galería de arte, centro cultural, editorial, librería, y terminó convirtiéndose en un vivero.

Fernanda cuenta una anécdota. Su hijo le dijo que le gustaría vivir adentro de la televisión para estar con los dibujitos. “Yo quiero vivir en la fantasía. Otro mundo en el mundo”, dice ella. Me parece una buena definición para pensar B y F como espacio. Me pregunto hoy, con un mundo tan distinto, si es posible pensar en esos términos. O si es más necesario que nunca.
 

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