Di Tella en los medios
La Nación
20/07/11

Actuar antes de que sea tarde

Por José Luis Machinea. Economista, director de la Escuela de Gobierno de la Universidad Di Tella y ex ministro de la Alianza

A comienzos de 2001, el entonces recién nombrado secretario del Tesoro de Estados Unidos, Paul O'Neill, pronunció la que se convertiría en una frase famosa: los carpinteros y los plomeros norteamericanos no tenían por qué sostener a los países y los bancos que hacían locuras. Como en ese entonces, hoy la canciller alemana, Angela Merkel, y su ministro de Hacienda, Wolfgang Schäuble, piensan algo similar en relación con los intentos de rescate financiero de Grecia. En ambos casos, los dirigentes expresan el sentir de una parte mayoritaria del electorado de esos países. O sea, la preferencia por una negociación de las naciones en dificultades con sus acreedores que debe conducir a una quita de lo adeudado, en lugar de un financiamiento de los países desarrollados de forma directa o a través de los organismos internacionales o regionales.

Esta propuesta, que podríamos designar como "los acreedores se hacen cargo", es compartida por una gran mayoría de los ciudadanos de Grecia y posiblemente de otros países europeos altamente endeudados. Es también el clamor de grupos de "indignados" por toda Europa. Además, parece lo más razonable desde el punto de vista de la equidad: los acreedores se hacen cargo de una parte de la deuda, lo que reduce el peso agobiante de sucesivos ajustes por el que están pasando varios países de Europa, y se evita así que el costo sea pagado por los contribuyentes, en especial de los países que colaboran con el rescate. Si ésa es la pretensión de los gobernantes alemanes y de una gran mayoría de los ciudadanos europeos, ¿qué es lo que impide hacerles caso y avanzar en una reprogramación de la deuda?

Posiblemente muchos dirían que un factor por registrar es la presión de los acreedores en general y de los bancos en particular. Teniendo en cuenta que los bancos alemanes son, junto con los franceses, los principales acreedores externos de las naciones en dificultades, la presión de los acreedores debiera ser de especial relevancia en esos países. Sin embargo, la posición de las autoridades alemanas a favor de la participación del sector privado en la reestructuración de la deuda pareciera mostrar que éste no constituiría un problema político de envergadura. ¿Y entonces?

Creemos que la razón para no avanzar en la reestructuración de la deuda no es otra que el miedo al riesgo sistémico, o sea el miedo al contagio. Después de la primera reestructuración, seguramente habría corrida contra la deuda de otros países en dificultades y corrida contra los bancos que son acreedores, y luego sobre aquellos que no son acreedores directos, pero que les prestaron a los que tienen una parte de la deuda. Y luego, "por si acaso", sobre el resto de los bancos. Vale la pena recordar el pánico que la liquidación del banco de inversión Lehman Brothers generó en 2008, para no hablar de la crisis de 1931 en Estados Unidos.

Si ésa fuera la respuesta al interrogante que nos planteamos previamente, caben dos preguntas adicionales. La primera es por qué los políticos que podríamos definir de derecha en los países desarrollados (republicanos en Estados Unidos, los demócratas cristianos en Europa) son los que usualmente impulsan una posición de este tipo. La respuesta no es sencilla y puede ser que ella dependa de qué sectores económicos estén respaldando a los gobiernos de turno. Sin embargo, en nuestra opinión, la posición de estos gobiernos se explica, básicamente, por la creencia en la capacidad del mercado para resolver esta situación. Ello significa que la convocatoria de acreedores, de la misma manera que lo hace con una empresa no financiera, debiera definir el futuro del banco. Si dada la situación, la alternativa es la liquidación de la entidad, los acreedores, incluidos los ahorristas, recibirían lo que resta de esa liquidación. Así se eliminaría "el riesgo moral" de los que tomaron demasiado riesgo pensando que alguien los salvaría de perder sus activos. La experiencia de siglos de crisis financieras nos enseña que, como resultado de los problemas de contagio entre entidades, ésa es una solución con grandes costos en términos de producción y empleo. O sea, en el intento de evitar el riesgo moral se puede caer en el riesgo sistémico, que usualmente genera una crisis financiera.

Entonces, pareciera que la ausencia de adecuadas regulaciones previas no se arregla intentando disciplinar al mercado financiero en medio de una crisis. Pero, en ese caso, la segunda pregunta sería si se puede hacer algo para que aquellos que prestaron de forma irresponsable a gobiernos con serios problemas de solvencia compartan el costo de la crisis. La respuesta es afirmativa, en la medida en que el costo recaiga básicamente en los accionistas y los responsables del manejo de los bancos, y no en los ahorristas, o sea, el banco puede quebrar, pero si se quiere evitar el pánico en un contexto de incertidumbre, lo aconsejable es que se pague a los acreedores. Ahora bien, dado que esa quita sería insuficiente, la participación del sector privado, como algunos sugieren en Europa, no podría ser una "solución" al problema. Si se intentara convertirla en solución, la consecuencia sería una profundización y generalización de la crisis a varios de los países europeos.

En síntesis, si no es conveniente que las "soluciones de mercado" sean la respuesta en medio de una crisis, me temo, señora canciller Merkel, que una parte importante del rescate tiene que venir básicamente de recursos de la UE. Me temo también que es preciso actuar antes de que sea demasiado tarde. Como nos enseñan las múltiples corridas bancarias, el costo de la inacción puede ser descomunal. Europa está al borde de entender el significado de este adjetivo.

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