Di Tella en los medios
La Nación
6/06/11

Las reglas del juego diplomático

Por Juan Gabriel Tokatlian. El autor es profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Di Tella

El incidente con el avión militar norteamericano sigue sin solución

Las crisis diplomáticas de cierta envergadura no suelen resolverse de modo rápido, sencillo o con fanfarria. Requieren oportunidades, tiempos, mecanismos y voluntades para su superación. Lo que ocurrió entre la Argentina y Estados Unidos en torno al avión militar norteamericano que ingresó en el país el 10 de febrero pasado ha sido una crisis de envergadura que amerita, a cuatro meses de su inicio, una solución.

Para que ello ocurra es clave tomar en cuenta elementos sustantivos y formales. Hay tres datos básicos: por un lado, es imperativo que las partes actúen de buena fe, lo que no significa contener las críticas o evitar la firmeza. Actuar de buena fe es procurar una salida viable, seria y decorosa. Por otro lado, resulta elemental bajar el perfil y la visibilidad de los principales protagonistas. La diplomacia a través de los medios de comunicación puede ser muy perjudicial. A través del micrófono se puede perder mucho de lo avanzado en privado. Por último, es fundamental que las partes abandonen, al menos tácitamente, sus pretensiones de máxima, lo que no implica renunciar a objetivos sensatos y alcanzables.

A partir de lo anterior se deben evaluar las oportunidades, los tiempos, los mecanismos y las voluntades. Respecto de lo primero, la determinación de un juez de cerrar la causa por no haberse cometido un delito, el señalamiento de parte de la Aduana de que se trató de una infracción y el bajo perfil mediático reciente desde el lado argentino pueden contribuir a facilitar los contactos diplomáticos.

A su vez, el hecho de que el Departamento de Estado -y no el Pentágono- haya asumido un mayor control del tema y el cúmulo de problemas externos monumentales que enfrenta hoy Estados Unidos ayudan a ubicar el incidente en un andarivel distinto.

En ambos países se presenta, al menos teóricamente, un ambiente propicio al diálogo: en la Argentina predomina la "despolitización" entendida como la independencia de la Justicia frente a un caso delicado y la ausencia de una postura obstruccionista de la oposición, y en Estados Unidos, la "politización" entendida como un avance del tacto diplomático por sobre el músculo militar.

La manifestación que hizo en su momento el presidente Barack Obama sobre el tema admite dos lecturas: o un intento de azuzar el problema o de hallar una solución próxima. La segunda alternativa parece más plausible. Desde hace muchos años -y después de experiencias traumáticas que incluyeron ejemplos de la relación argentino-estadounidense-,Washington no quiere ubicarse en el centro de una contienda electoral pues sabe que ello es, a mediano plazo, más costoso que benéfico. Baste recordar para el caso, el "aporte" que hizo en su momento el embajador de Estados Unidos en Bolivia para el primer triunfo de Evo Morales. Si hay algo que irrita a funcionarios responsables es que Estados Unidos sea objeto, muchas veces involuntario, de pugnas políticas en momentos de votación. Probablemente, Obama prefiere que la situación se aclare más pronto que tarde. Además, después de un periplo anodino por la región y en medio de tantas otras dificultades sería extraño que buscara más fricción con la Argentina.

En cuanto a los tiempos, hay un diktat ineludible que ambos deben reconocer: los problemas que no se resuelven no se evaporan, se degradan. Los dos gobiernos actuaron al comienzo con una impaciencia desmedida. La Argentina, pidiendo una "disculpa" inmediata; Estados Unidos, exigiendo la también inmediata "devolución" del material inspeccionado. En ese cruce de impaciencias ninguno logró lo que pretendía, lo que no habilita, sin embargo, a creer que se trata de una crisis que se puede extender según los cálculos individuales de cada parte. Los dos gobiernos pueden tener frente al otro su propio nivel de paciencia estratégica, esto es, contemplar el desarrollo de los acontecimientos de distinta índole que impactan sobre este incidente a la espera de que en un tiempo futuro se logre resolver el problema original.
En este caso, y para lo que está en juego, el exceso de prórroga temporal puede resultar disfuncional para ambos, pero en especial para la Argentina. En la medida en que se extiende la crisis, Washington dispone de más instrumentos y socios para lo que se denomina un "eslabonamiento temático negativo". Eso consiste en entrelazar, de hecho, una amplia gama de temas de la agenda bilateral y extrabilateral, de modo de generarle al otro (la Argentina) costos adicionales en diferentes frentes de su política interna e internacional.

Por ejemplo, suspender acuerdos vigentes en la provisión de asistencia, servicios, repuestos, preferencias o entrenamiento; entorpecer las posturas del país en negociaciones económicas o comerciales (Club de París, G-20); aislarlo en foros multilaterales y regionales. Llamativamente, hasta el momento Estados Unidos se ha refrenado de impulsar un activo y masivo eslabonamiento temático negativo. Washington parece más selectivo y gradual en su estrategia y menos ostensible en su demostración de poder: una conducta excesiva y prepotente puede resultarle contraproducente. Además, Buenos Aires puede disponer de contraestrategias para reducir algunos de los costos eventuales y denunciar, en ámbitos más afines, el potencial comportamiento agresivo y arrogante de Estados Unidos.

Sin embargo, las asimetrías de poder son demasiado elocuentes: en juegos diplomáticos muy largos no tienden a ganar los menos poderosos. En todo caso, lo que el país necesita es incrementar su poder relativo para no enfrentar hipotéticas crisis futuras de mayor significación con menos debilidad y con más capacidad negociadora.

Por esto, las dos administraciones deberían establecer una suerte de calendario informal para arribar a una solución legítima y eficaz. Fijar un horizonte temporal es, en sí mismo, un acto de confianza recíproca. Esto es, a su turno, una demostración de buena fe. Para pasar de un escenario de conflicto a uno de cooperación se necesita dar los pasos correspondientes. La cooperación no deviene por arte de magia ni se gesta en un instante; exige fases de mínima colaboración bilateral que conduzcan a un máximo de satisfacción mutua. Manejar bien los tiempos es esencial para concretar un final verificable a la crisis.

Respecto de los mecanismos es relevante tener claridad y precisión para evitar errores y confusiones. Es decir, las fórmulas para afrontar y resolver una situación crítica son variadas y se debe recurrir a aquellas que son más adecuadas para el tipo de crisis que se vive. Es posible diseñar un esquema compuesto por un conjunto de anuncios o medidas recíprocas en las que una parte da el primer paso y la otra le corresponde. Es también factible que cada parte anuncie un conjunto de acciones positivas, unilaterales y simultáneas, previamente acordado con cierto sigilo. Es asimismo viable convenir acerca de una secuencia de pequeños avances de cada uno, seguido de otros avances más sustantivos y de una serie final de compromisos.

Muchas veces las fórmulas genéricas -amplias y sencillas- son más útiles que las muy específicas -restringidas y detalladas-. En ciertas ocasiones, las fórmulas de acuerdo entre los ejecutivos se facilitan por gestiones discretas de legisladores o actores no estatales de alta credibilidad para cada contraparte. No es inusual que el actor más poderoso dé las primeras señales; no necesariamente porque haya sido el que se comportó con mayor imprudencia o yerro, sino porque la posesión de más poderío exige mayor responsabilidad y sabiduría. En este caso, cada parte debería ser consciente de lo que aportó, en términos de sustancia y forma, a la crisis y actuar en consecuencia para establecer la fórmula de solución más apropiada.

Por último, la cuestión de las voluntades es trascendental. Desde el nivel más bajo hasta el más alto de la jerarquía institucional se requieren personas que vayan tejiendo una alternativa política negociada. Eso exige talento, perseverancia y grandeza. Lo digno es encontrar una salida a un asunto difícil; lo deshonroso es fomentar un problema solucionable. Washington y Buenos Aires se equivocan si optan por la indiferencia recíproca, que reflejaría falta de visión estratégica en los dos países.

En breve, en los próximos días se pondrá en evidencia si una constelación de oportunidades, tiempos, mecanismos y voluntades se conjugan para solucionar uno de los momentos recientes más complicados de las relaciones entre la Argentina y Estados Unidos. © La Nacion

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