Di Tella en los medios
Clarín
18/06/8

El pueblo no es una esencia estática

Por Darío Roldán, politólogo, docente de la <STRONG><FONT color=#ff0000>Universidad Torcuato Di Tella e </FONT></STRONG>Investigador Conicet.

El conflicto con los productores agropecuarios hizo emerger el debate sobre la democracia, es decir, acerca de la figuración del pueblo; acerca de cómo constituir la representación del soberano.

Se trata de una discusión esencial pero aún tibiamente explorada en el proceso de consolidación democrática iniciado en 1983. El Gobierno presentó el conflicto como una disputa entre su política de redistribución del ingreso y la avaricia desmedida de un grupo que anteponía sus intereses egoístas al bienestar general.

Luego, radicalizó su postura y denunció un enfrentamiento en el que sectores golpistas amenazaban al gobierno nacional y popular. A lo largo del conflicto, moduló ambas ideas de maneras diferentes pero recurriendo al mismo bajo continuo.

Los argumentos utilizados revelan una lectura polarizada del conflicto que constituye algo más que una retórica política. Esa lectura se funda en la persistencia de una de las representaciones clásicas del pueblo: la figura del pueblo-esencia.

Tres notas bastan para caracterizarla: el pueblo-esencia exalta la unidad del pueblo y la nación, percibe al conflicto social como una insoportable pérdida de la concordia de la comunidad y se forja en una dinámica de ocultamiento de divisiones internas y de exacerbación de las diferencias con lo externo, designando esa exterioridad bajo la forma de "elites corruptas", "rentistas avaros", "cipayos", etc. Sí es novedoso, en cambio, que una parte de la sociedad ya no se reconoce en la polarización que sustenta la imagen del pueblo-esencia y encuentra que esa figura del pueblo es insatisfactoria para nombrar la representación democrática.

Esta insatisfacción se inscribe en un surco abierto por el resultado electoral de 1995, en el que el voto mayoritario apoyó un programa político y económico reñido con los principios de la tradición nacional y popular; por el triunfo de un partido de "derecha" en las recientes elecciones porteñas, y por la emergencia, en el paisaje electoral, de quienes Juan Carlos Torre ha llamado "los huérfanos de la política", es decir, las víctimas del extremo debilitamiento de los partidos políticos, excepción hecha del Partido Justicialista.

Precisamente por eso, la representación del pueblo-esencia no sólo es insatisfactoria; es, también, ineficaz. Ya no estructura el debate público con la eficacia de antaño; ya no posee la fuerza aglutinante y estructurante que arropó su éxito durante décadas. Esa insatisfacción revela la dificultad de asir al pueblo, de darle forma, de representarlo.

La persistencia de la figura del puebloesencia, reaparecida desde las profundidades de la historia, y la insatisfacción e ineficacia que la acompañan crean las condiciones para un debate social. Este debate puede conducir a reforzar la representación populista y desembocar en una polarización crispada de la coyuntura. Puede también encaminarse, como ha ocurrido en otras experiencias democráticas, a una reconceptualización pluralista del pueblo.

Para ello, no obstante, es preciso asumir la paradoja de la representación democrática: la democracia es un régimen fundado en la soberanía del pueblo pero el pueblo no existe. El pueblo no posee una materialización sociológica y su voluntad no es inmediata; sólo existe como producto de un proceso de desciframiento cuyo resultado está sujeto, cada vez más, a variaciones temporales que confieren volatilidad a ese desciframiento, que desafían la estabilidad del régimen político y que debilitan o refuerzan la perdurabilidad temporal que otorga la legitimidad electoral.

El pueblo no es una naturaleza, ni una esencia; no es siempre igual a sí mismo ni expresa una visión estática de la realidad. En democracia, la soberanía es un lugar vacío. "El Pueblo soy yo" no es más que la democratización de la fórmula típica del absolutismo "El Estado soy yo".

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