Di Tella en los medios
Clarín
13/03/23

La formación de profesionales creativos

Marcelo Rabossi, profesor de las Especializaciones y Maestrías en Educación, escribió sobre la importancia de estimular la creatividad de los estudiantes universitarios.


Ilustración: Daniel Roldán


En un ambiente propicio para el florecimiento de un ideario filosófico y político, en la Antigua Grecia las bellas artes encontraron un lugar destacado. En su escultura, que brilló representando a sus Dioses, se palpa la exploración por lo bello y perfecto.

Mientras tanto, la música tuvo un carácter divino. Se le concedieron cualidades mágicas y curativas y las atribuciones de un remedio capaz de modificar conductas. Las artes fueron parte fundamental en la formación de los helenos.

Si se busca la perfección artística, es necesario que el creador transite por la rigurosidad de un estudio reglado. En ese aspecto, ciencia y arte se encuentran. En ambos casos se parte de una idea objetivo, y un conjunto de reglas académicamente consensuadas definen un cierto orden con el fin de lograr el mejor resultado posible.

Sin embargo, el arte presenta excepciones. Tomemos como ejemplo a Luis Alberto Spinetta y “Artaud”, álbum que en octubre cumplirá 50 años y que con justicia es un triunfo del rock en castellano. Es difícil comprender el mensaje de “Artaud” sin leer al poeta maldito francés.

En su “Carta a los Rectores de las Universidades Europeas” los desafía espetándoles que “…el más pequeño acto de creación espontánea constituye un mundo más complejo y revelador que cualquier sistema metafísico”. Sin contar con formación académica alguna, en este caso el “Flaco” le da la razón al marsellés y no tanto a mí. Spinetta es un espontáneo.

Pero en el universo de la creación espontánea no abundan los Spinetta(s). Para la mayoría de nosotros el estudio sistemático y detallado, cualquiera sea la disciplina, es la herramienta ineluctable que nos guía a profundizar la forma que tomará el mensaje. Todo análisis riguroso que descanse en la ciencia y la teoría empujará límites y expandirá fronteras. En su “Tratado de la Pintura”, Leonardo da Vinci argumenta que ésta es una ciencia. El “Arte de la Composición Musical” de Hindemith, escrito en 1937, sigue siendo un referente para la música que hoy escuchamos. Lo riguroso perdura.

La rareza de toparnos con genios creativos como el niño Mozart es casi infinita, pero la creatividad se estimula y se aprende. Ser genial es un mero accidente que ocurre muy infrecuentemente. En definitiva y parafraseando libremente lo dicho por Artaud, no es fácil poner en jaque aquello abstracto y difícil de comprender sin un estudio sistemático del fenómeno a desafiar.

Si la danza es dominada por rusos y rusas, claramente es porque existe la Escuela del Bolshói. El CLAEM en el Instituto Di Tella nace en 1961 con el objetivo de “crear” músicos de vanguardia en una América Latina cuyas fronteras musicales habían quedado demodé. Escuelas y verdaderos maestros son ineludibles para formar seres rigurosos e imaginativos.

Actualmente vivimos jaqueados por fulminantes cambios tecnológicos capaces de dejar obsoletas rutinas ensayadas tan solo meses atrás. En ese mundo, la creatividad se convierte en un verdadero as de espadas. Como en la Antigua Grecia, la educación en las artes vuelve a ser relevante. La música, la literatura y la plástica no son solo herramientas para cultivar el espíritu.

La formación artística resulta fundamental en el despertar de las habilidades blandas de las personas. Tomemos en cuenta que, en el mercado actual, la lógica taylorista de acciones repetitivas y racionales va perdiendo espacio. En este nuevo mundo la curiosidad gana sentido.

Retratada por Nabokov, la curiosidad es insubordinación en su forma más pura. Los curiosos no transitan por zonas de confort. Ellos se expanden hacia nuevos territorios, les atrae la incertidumbre de lo desconocido. Los mercados laborales actuales son inciertos, la tecnología y su continuo avance los tornan imprevisibles, y esto aún más en un país como la Argentina, con instituciones poco sólidas, alta volatilidad económica y políticos que con sus acciones abonan aún más la incertidumbre.

Con carreras rígidas y programas de estudio donde escasamente se propicia la creatividad, la universidad ha perdido capacidad de dar respuesta a los nuevos desafíos de un futuro que recompensa la imaginación y la inventiva.

Necesitamos agilizar la formación de profesionales a partir de ciclos comunes iniciales en los cuales las bondades de las artes encuentren su sitio. Sin dejar de lado el rigor académico, el “aprendizaje lúdico”, por ejemplo, incorpora aspectos artísticos a partir de los cuales el estudiante “juega” a la vez que genera espacios con el fin de explorar nuevos territorios del conocimiento científico.

Una investigación llevada a cabo por Lisa Forbes, de la Universidad de Colorado, mostró que a partir del “juego” se lograba una mejora en el ambiente áulico universitario a la vez que los alumnos mostraban una mayor apertura y curiosidad hacia nuevos aprendizajes. Anne Goodyear, curadora del Smithsonian, nos recuerda que la misma curiosidad que guió a Miguel Ángel fue la que llevó a los ingenieros de la NASA a construir sus naves lunares.

Ante un universo cambiante, se impone dejar de lado los largos ciclos de una universidad profesionalista y transformarla en un sitio donde se estimulen el ingenio y las nuevas iniciativas, virtudes que deberán ser fomentadas ya desde los niveles iniciales de educación.

Estimular la creatividad a partir del contacto con el juego y las artes, independiente de la carrera elegida, permitirá ampliar las competencias creativas y expandir la imaginación. Ocurre que estos rasgos ya se han convertido en cualidades indispensables para triunfar en un futuro de aceleradas transformaciones.