Di Tella en los medios
Clarín
25/02/23

La danza de los liderazgos

El profesor del Doctorado y la Maestría en Historia reflexionó sobre los nuevos liderazgos y la polarización en la política argentina.


Mariano Vior


Cuando despunta este año electoral persisten el faccionalismo y la polarización, un arrastre de actitudes muy complicado que estalló durante el año pasado. El faccionalismo, en efecto, ahora arrecia en las dos coaliciones que disputan el poder. Los candidatos se multiplican sin que surjan liderazgos unificantes capaces de suscitar amplias adhesiones. Por su parte, la polarización no da el brazo a torcer.

En nuestro país, y en general en el mundo de las democracias, declinan los liderazgos sobresalientes apoyados en partidos estables que, en circunstancias pasadas, encabezaron procesos de reconstrucción luego de guerras y dictaduras. Esta fusión del liderazgo democrático con el partido político que lo sustenta ahora estaría entrando en un crepúsculo.

Por este motivo, proliferan liderazgos de ocasión, propios de una democracia de candidatos que pugna por suceder a la democracia de partidos.

Estos liderazgos de ocasión son contestatarios (como veremos de inmediato) o bien, con más arraigo y experiencia, están acotados dentro de las coaliciones dominantes pues no logran trascender más allá de las fronteras de Juntos por el Cambio o del Frente de Todos; les cabe por consiguiente oscilar entre los papeles de gran elector, que es igual a designar candidatos sin competencia, intentar su propia candidatura con el riesgo que ello involucra, procurar inclinar la balanza, o hacer de árbitro neutral. Tales son los dilemas de Cristina Fernández y de Mauricio Macri.

A su vez, de la polarización no dejamos de hablar. Es un concepto que invade los análisis y reclama, para su mejor comprensión, un conjunto de adjetivos. Cada cual tiene los suyos (desde hace unos años el mio califica a una polarización excluyente). Estos fenómenos se repiten: el kirchnerismo y sus réplicas en la oposición activan una tradición polarizante que, en el último siglo, tuvo una abundante cosecha de agravios y represiones.

Como se deduce de su significado, la polarización es binaria y matriz de antinomias. Merced a un montaje rústico, enarbolando una dialéctica sin matices, el kirchnerismo condena el plan destructivo del macrismo; en la vereda de enfrente se responde con la misma munición señalando su desastre. Competencia agonista de catástrofes.

¿Qué ocurre empero si sobre esta escenografía del antagonismo irrumpe un tercero en discordia que pretende marcar el diseño de otra polarización?

Dado el faccionalismo en las dos grandes coaliciones, que induce a un combate en el vértice político mientras la sociedad padece los flagelos de la incertidumbre y el desencanto, no sorprende que haya surgido este “tercerismo” dispuesto a manifestar una contestación global a la denominada casta política. Esta rotunda presencia en el campo electoral busca abarcar y acrecentar una franja histórica que, aun aceptando los gruesos errores de las encuestas, oscila entre el 17% y el 20% de las intenciones de voto.

De tal suerte, el tercerismo retomaría algunos rasgos del bipartidismo imperfecto de las dos primeras décadas de nuestra democracia con nuevos y antiguos condimentos, entre ellos la protesta iracunda y la rebeldía junto con la primitiva recreación de una “ética de la convicción” que no atiende a las consecuencias de la emisión del voto. Solo basta esa catapulta de reproches para captar seguidores.

Por lo demás, la tradición hegemónica también hace de las suyas con estos liderazgos: personalismo exaltado, nula horizontalidad entre dirigentes y dirigidos; en fin, la versión siglo XXI de la antigua trama de los gobiernos de familia.

Resulta que de los matrimonios que comandan presidencias y gobernaciones hemos pasado a la conducción en forma de búnker de hermanos y hermanas. La difusión de esta clase de grupos primarios, basados en la desconfianza hacia los otros, es un síntoma de la declinación del espíritu asociativo, franco y abierto, que debería sustentar nuestra cultura política.

Éste cuadro de situación tiene brochazos confusos. Las líneas de discursos y acciones se entrelazan en exceso, la realidad es más opaca, la gente mira con indiferencia ese desaguisado.

¿Habrá que rendirse ante este montón de evidencia negativa? No tanto. La democracia, en su dimensión electoral y en todas las libertades que ello involucra, no ha sucumbido, y las instituciones por más defectos que tengan pueden abrir el camino para encauzar esas pasiones.

Por eso hoy se destacan las elecciones primarias, abiertas y obligatorias —PASO— concebidas, precisamente, para dirimir liderazgos en el seno de partidos y coaliciones.

Según se las mire, las PASO sirven de filtro en presencia de muchos candidatos como en Juntos por el Cambio o de mera excusa para aplicar el criterio del gran elector y prescindir de ellas.

En este caso hacen las veces de una encuesta para explorar apoyos y ratificar a los candidatos seleccionados. Ejemplos de ello: las candidaturas presidenciales que armó Cristina Fernández en 2015 y 2019 (dos fracasos por la derrota infligida en 2015 y por la pobre gestión gubernamental de este último trienio) a lo que se añade la oferta de Javier Milei, por lo visto candidato único y excluyente.

Se complican las cosas en el ámbito de Juntos por el Cambio. En él las PASO son decisivas debido al número de pretendientes y al rígido diseño de esta ley de primarias que exige presentar fórmulas cerradas de presidente y vicepresidente.

Lo opuesto en los Estados Unidos y Uruguay donde intervienen en las primarias solo candidatos a presidente y, una vez resuelta la competencia, el candidato elegido propone a la convención de su partido a quien habrá de acompañarlo.

Aquí, al contrario, la rigidez del sistema demanda desandar el camino de 2015, donde compitieron en Juntos por el Cambio fórmulas cerradas, y explorar el trayecto más flexible de las fórmulas combinadas entre los partidos que integran la coalición: una manera posible de sortear obstáculos y, al mismo tiempo, una oportunidad para ir trazando la gobernanza de una diagonal de centro capaz de amortiguar el faccionalismo y la polarización que nos siguen agobiando.