Di Tella en los medios
Clarín
17/01/23

La democracia argentina, 40 años: memoria y balance

El director de las Licenciaturas en Ciencia Política y Gobierno y en Estudios Internacionales analizó el estado de la democracia argentina a 40 años del final de la última dictadura militar.


Mariano Vior


Este 2023 se cumplen cuarenta años ininterrumpidos de gobiernos democráticos en la Argentina. Para un país que durante casi todo el siglo XX se acostumbró a la inestabilidad política crónica, este es un logro excepcional.

Aunque Borges se quejaba de la importancia que le otorgamos al sistema métrico decimal, lo cierto es que estos aniversarios “redondos” son siempre propicios para los balances. ¿Cómo se encuentra la democracia argentina?

Una democracia no puede considerarse consolidada a menos que sus fuerzas armadas estén firmemente bajo control civil. En este sentido, el primer gran logro de la democracia argentina es la nula influencia del poder militar en la política. Con observar nuestro pasado vemos lo excepcional de este hito. Aún más, muchos de nuestros vecinos no lograron aún hoy desprenderse de esa influencia.

En América Latina los militares muchas veces comandaron los tiempos y condiciones de la transición democrática, como es el caso de Brasil y Chile. El hecho de que los militares controlaran las transiciones generaron una serie de condiciones favorables para la continuidad de las prerrogativas militares en esos países, de maneras que serían impensadas hoy en la Argentina. Un ejemplo es Chile, que sigue regido por una constitución sancionada durante la dictadura.

Incluso hoy en día en varios países de la región las fuerzas armadas son utilizadas como una herramienta política en conflictos entre el oficialismo y la oposición, sobre todo en contextos de crisis social.

En Perú, Bolivia, Ecuador y Chile, en años recientes, los Presidentes jaqueados por protestas se apoyaron en los militares, ya sea haciendo anuncios políticos con ellos detrás o contando con ellos para declarar el estado de sitio. En Brasil vastos sectores de la administración pública se mantienen como feudos militares.

Además, tienen un rol importante en la política interna, y hasta dan opiniones políticas (en 2020, por ejemplo, el general Villas-Bôas amenazó con sacar tanques a la calle si el Supremo Tribunal Federal fallaba en contra de la detención de Lula). Ni hablar de los casos de Nicaragua y Venezuela, donde se han creado regímenes autoritarios cívico-militares.

Todo esto involucra a los militares en la política cotidiana, presionándolos para que tomen partido. Además, refuerza las percepciones de que son los militares quienes en última instancia deciden. Nada de esto ocurre en la Argentina, donde el control civil sobre las fuerzas armadas está firmemente establecido. Los militares no hacen declaraciones amenazando el funcionamiento de la democracia, ni son aliados de los líderes políticos durante las disputas políticas.

En segundo lugar, otro aspecto positivo de la democracia argentina es la vitalidad de los actores sociales. Nuestro país posee una sociedad civil robusta, con grupos y movimientos sociales que pueden canalizar una gran variedad de demandas ciudadanas.

En muchos países de la región, los partidos políticos tradicionales han colapsado y han sido reemplazados por frágiles sellos electorales, líderes mesiánicos y antisistema que ponen en jaque al sistema democrático. Casos como los de Pedro Castillo en Perú o Jair Bolsonaro en Brasil muestran cómo, por izquierda o derecha, los líderes antisistema pueden ser extremadamente peligrosos para la continuidad de la democracia.

En nuestro país estas opciones han sido históricamente marginales. Aunque en los últimos años ha aumentado la popularidad de los candidatos antisistema, están lejos de ser tan centrales como en otros países.

Por último, la Argentina ha mostrado una muy alta capacidad de resolver crisis graves sin salirse del cauce democrático. En 2001 los actores políticos lograron timonear lo que fue un evento políticamente muy sensible, que en otro momento de nuestra historia seguramente hubiese terminado con la democracia.

Asimismo, mientras varios de nuestros vecinos latinoamericanos sufrieron erupciones de protestas violentas, en un contexto económico incluso peor la Argentina las evitó. Esto habla de la capacidad de resiliencia de nuestro sistema político.

Pero si bien estos son logros importantes que no debemos minimizar y de los que podemos alegrarnos, estos cuarenta años también deben servir para analizar críticamente dónde estamos y en qué debemos mejorar como sociedad.

Lo más evidente es la imposibilidad crónica de nuestra democracia de encontrar un modelo de desarrollo. La democracia argentina ha tenido un desempeño económico muy malo, lo que ha llevado al deterioro de varios indicadores sociales, a la experiencia diaria de vivir de crisis en crisis y a un empobrecimiento generalizado que hoy se ve en el éxodo de varios compatriotas, que no ven un futuro.

Lo que es peor, este estancamiento económico pone en jaque los demás logros. Las democracias son más duraderas cuando son más prósperas.

Hasta ahora la Argentina ha mostrado una resiliencia notable, pero ¿cuánto pueden durar los consensos democráticos en un país que se empobrece? Le estamos pidiendo mucho a los argentinos si seguimos esperando que apoyen a la democracia sin dejarse ganar por la frustración y encomendarse a liderazgos menos democráticos pero que ofrezcan soluciones mágicas.

Vamos solamente cuarenta años. Estamos a tiempo.