¿Y ahora qué?
El profesor del Doctorado y la Maestría en Historia analizó el impacto de las últimas elecciones legislativas sobre el peronismo.
Ilustración: Mariano Vior
Es la pregunta del momento. Contra los intentos populistas de no reconocer la derrota, es claro que la coalición peronista-kirchnerista ha perdido con contundencia en todo el país. Mientras la oposición ganó en trece provincias, el Frente de Todos retuvo nueve, entre las cuales solamente se destaca, por su importancia y volumen, el Conurbano bonaerense.
Le quedan distritos pequeños y sobrerrepresentados: una mezcla de administración de la pobreza en una megalópolis con el tradicionalismo de provincias que siguen practicando el orden conservador; vale decir, la producción de sufragios de la mano del empleo público y de los subsidios (a lo que no fueron ajenas las intendencias oficialistas del Conurbano).
El fenómeno no deja de impactar. ¿Dónde se ha guardado el antiguo perfil de aquel peronismo incorporativo guiado por el “primer trabajador”? Es una respuesta que se irá formulando en los próximos años. Ahora, caben este par de comentarios complementarios a los análisis cuantitativos de los resultados. Ambos se refieren tanto al oficialismo como a la oposición.
Lo primero a tener en cuenta, es la importancia desmesurada que entre nosotros tiene la democracia electoral. Cuando se conocieron los resultados del 14 de noviembre, hubiese sido tal vez interesante que oficialistas y opositores fijaran algún camino a seguir luego de estos comicios intermedios.
Nada de eso: el asunto consistió en disfrazar la derrota, poner en evidencia las tensiones en el oficialismo, acelerar la agresión verbal a los medios (en esa atmósfera aconteció el repudiable atentado a este diario) y especular en torno a las candidaturas para las elecciones presidenciales de 2023.
Sube y baja de especulaciones, en particular en la fila de Juntos por el Cambio. Se olvida pues lo elemental: que tenemos por delante un par de años durísimos en cuyo transcurso se probará la gobernabilidad de que dispone nuestra frágil democracia institucional.
Es más sencillo hablar de elecciones y sus efectos que afrontar la carga de decisiones que impone nuestro histórico encadenamiento de crisis económicas.
Este contexto no da respiro debido a que la responsabilidad de la derrota del oficialismo recae sobre el montaje de autoridades que nos rige desde 2019.
El funcionamiento de un Poder Ejecutivo dividido entre una gran electora en ejercicio de la Vicepresidencia y un Presidente que, aun disponiendo de recursos, se niega a utilizarlos, es inconducente.
El montaje no soportó el auge de una pandemia que derriba gobiernos en todas partes, y careció de la capacidad necesaria para encarrilar una macroeconomía productora de inflación. Haciendo gala de privilegios ante una población que padecía confinamiento no fueron pilotos de tormenta. Por eso el voto castigo.
Este descalabro pone de nuevo en cuestión uno de los resortes de que se vale el populismo para perpetuarse en el poder: el control de la sucesión. El populismo sueña con el reeleccionismo perpetuo de un líder sobresaliente, pero si falla ese atributo siempre conviene tener a mano un sucesor adicto.
Esto es lo que buscó la Vicepresidenta, obteniendo hace dos años un robusto apoyo electoral y reservando para sí un puesto de control y de mando indirecto.
Erosionada por la derrota, esta base indispensable del poder populista (no hay, populismo sin una mayoría electoral que presumen adscripta para siempre), al gobierno en funciones no le queda más opción constructiva que unificar el proceso de decisiones y fijar un acuerdo con el FMI so pena de acrecentar el deterioro económico-social y ahondar los conflictos intestinos dentro de sus filas y en todo el país.
Para el oficialismo, este es el desafío del próximo bienio.
Desde luego, sin ser tan urgentes como los apremios del Gobierno, la coalición opositora de Juntos por el Cambio tiene también por delante un desafío de proporciones. Al respecto, conviene atender a la geografía electoral. Sin ser mayoritaria (recoge el 42% y no parece moverse de ese techo), es relevante la configuración de Juntos por el Cambio en el territorio nacional.
Está en el sur, menos en el norte, pero lo que más impresiona es su predominio en una franja que arranca en la Provincia de Buenos AIres sin contar el Conurbano, prosigue en La Pampa y, desde la Ciudad de Buenos Aires, enfila hacia el litoral (Entre Ríos y Corrientes) para moverse hacia el centro de la república, pasando por Santa Fe, Córdoba y San Luis, hasta recalar en Mendoza.
Nunca, ni aun contando la victoria de Alfonsín en 1983, se pudo advertir una configuración semejante. En cuanto a la Provincia de Buenos Aires, el cuadro es también significativo. Sustraído el Conurbano, la ventaja de Juntos por el Cambio en la provincia es abrumadora.
Es otra muestra de las profundas diferencias de dos espacios pertenecientes a una misma unidad política. Una contradicción que algún día habrá que resolver.
Esta franja, un corazón productivo y exportador, recoge el impulso modernizante que todavía persiste a despecho de políticas que bloquean el desarrollo a golpes de una presión fiscal insostenible y de un distribucionismo que, al cabo, solo aumenta la pobreza.
Confrontando este muro del atraso, el electorado de esta franja reveló la autonomía ciudadana cuando hay una sociedad civil capaz de respaldarla y formó espontáneamente una coalición socio-económica que demanda ser interpretada por una futura coalición de gobierno.
Esta coalición es la que ofertó con éxito Juntos por el Cambio. Por ende,debe mantener a rajatabla la unidad interna, conservar y reforzar los liderazgos en el Congreso y contener a los candidatos que, por fuera de la coalición, juegan a dividirla.
Esta es la meta a corto plazo: representar con un potente mensaje de gobernabilidad aquello que reclama ser representado. Juntos por el Cambio ha recibido voto de confianza. Acrecentarlo, enhebrando como recomendaba Madison en un antiguo texto el equilibrio de las ambiciones, es su cometido. Que el faccionalismo no lo defraude.
Natalio Botana es Politólogo e historiador. Profesor emérito Universidad Torcuato Di Tella.
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