Di Tella en los medios
La Nación
23/10/21

El juego del calamar. La serie que cuestiona la vida laboral corporativa

Por Andrés Hatum

El profesor del MBA y Executive MBA analizó la relación entre El juego del calamar y las formas de trabajo en el capitalismo.


El juego del calamar es un misil al corazón del capitalismo, las formas en las que trabajamos (o no), y la dignidad de las personas. Netflix

El éxito de El juego del calamar, probablemente, no pase a la historia por el nivel de actuaciones; pero la tensión que genera el argumento mantiene cautivos a los televidentes. La serie también es un misil al corazón del capitalismo, las formas en las que trabajamos (o no), y la dignidad de las personas.

Los participantes del juego son desempleados, desesperados por un trabajo que les genere ingresos y por sentirse parte de la sociedad que los marginalizó. Pero mientras avanza el juego, los participantes van perdiendo toda la dignidad, si es que algo les quedaba.

La necesidad de trabajar y el nivel de desempleo tan alto en países como el nuestro hace que la gente termine agradeciendo el solo hecho de tener trabajo, sin importar si ese empleo genera valor para esa persona y para la sociedad. Muchos, simplemente, buscan ocupar su tiempo, aunque la paga sea magra.

La situación desesperante de la serie recuerda a un paper de Carl Benedikt Frey y Michael Osborne de la Oxford University en 2013. En ese trabajo se analizan a través de un algoritmo, 702 diferentes tipos de actividades y concluyeron que el 47% desaparecerían en manos de las máquinas en un lapso de diez a veinte años. El trabajo generó un gran impacto y, en muchos casos, desesperación. Pero, casi una década después de aquel reporte, mal que mal, seguimos trabajando. El problema es en qué trabajamos. No todos trabajan y, los que lo hacen, no son necesariamente felices con la tarea que realizan. Según la encuestadora Gallup, 21% de las personas que trabajan a nivel mundial están activamente no comprometidas con la organización donde trabajan. ¿Qué significa esto? Que esa gente es una bomba de tiempo organizacional más dispuesta a participar de El juego del calamar que a trabajar en la empresa donde lo están haciendo.

Lo que sí sucedió es la aceleración de muchos procesos e incorporación de nuevas tecnologías producto de la pandemia. Quién hubiera imaginado, antes de la pandemia, ir a un restaurante y ver el menú con un QR, por ejemplo. Una investigación del World Economic Forum The Future of Jobs Report (2020), confirma que para 2025 cloud computing, big-data analysis, internet of things artificial intelligence va a haber sido incorporados por más del 80% de las empresas encuestadas. La revolución está en la puerta de nuestras casas. Esto podría ser apocalíptico para muchos, como los integrantes de la serie, pero siempre que hubo revolución, se incorporaron nuevos conocimientos y, por ende, nuevos trabajos. En la Revolución Industrial, en Inglaterra, aparecieron los luditas, producto del rechazo a la incorporación tecnológica. Este grupo de terroristas industriales se dedicaba a romper las nuevas maquinarias: muerto el problema, no hay problema. Pero la ola expansiva que trajo la Revolución Industrial, pudo más que cualquier acción contra el cambio.

El problema son los rezagados, que, por su situación previa, no pueden subirse al cambio, sea esto por falta de competencias, capacidades o energía. Esos son los participantes de El juego del calamar.

Un segundo aspecto que muestra la serie es la forma en que la organización detrás del macabro juego está conformada. Como en una empresa, hay diferentes jerarquías. Por un lado, están los operarios, que en la serie son los que juegan y los únicos con la cabeza descubierta. Son los que ponen en riesgo sus vidas. También están los supervisores, divididos en tres categorías según tengan un triángulo, un redondel o un cuadrado en sus máscaras. Finalmente, hay un líder y accionistas. Mientras más arriba en la estructura, más horrible es la gente. La autoridad (o autoritarismo) de esa estructura jerárquica denigra a quien menos poder tiene. Pero los de abajo, los que arriesgan sus vidas, no se quedan atrás: esos pierden su dignidad por necesidad y, también, por ambición.

Estructura cuestionada

Por suerte, las estructuras reales de las organizaciones fueron cambiando mucho a lo largo del tiempo. La estructura que El juego de calamar retrata es más una estructura taylorista o fordista. En las viejas fábricas, la pirámide era la organización predominante donde lo que el jefe decía, se hacía. Marx estaría de parabienes con la estructura que presenta la serie: los accionistas tienen máscaras de animales y se comportan como tales, explotando a los operarios. Alienan a la plebe trabajadora, solo quieren divertirse a costa de la dignidad ajena sin crear valor. Son sanguijuelas con dinero. Los operarios, por otra parte, solo pierden la dignidad y la vida, nada más y nada menos. En esta vida de materialismo extremo, ni siquiera el policía que intenta generar que la situación cambie puede hacerlo: el contexto se lo lleva puesto.

La serie coreana cuestiona el sentido de pertenencia a una organización

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Finalmente, la serie cuestiona el sentido de pertenencia a una organización. También su misión y sus valores. En El juego del calamar, inicialmente, los participantes no saben a qué van, ni entienden el fin del juego. Van por ambición, por tratar de obtener un premio en dinero. Pero una vez adentro, los participantes entienden las reglas y tienen la posibilidad colectiva de dejar el juego. Hay una decisión ética al decidir seguir en el mismo. La serie permite un análisis moral sobre las decisiones que se toman en la vida personal y laboral y sus consecuencias. Por supuesto que nada justifica que el objetivo de la organización sea perverso: matar gente.

El juego del calamar es radical en todo sentido: en la descripción de la sociedad capitalista; en la pérdida de dignidad de la persona; en la forma en que un ser humano está dispuesto a llegar a perder su vida para obtener dinero; y, por supuesto, el juego de traiciones que el dinero permite. Por suerte no trabajamos, o la mayoría de nosotros no trabaja, en organizaciones como la que representa la serie. Pero, si en algún momento vemos algún jefe con alguna máscara de animal o la de figuras geométricas, hay que empezar a tener cuidado y a cuestionarse en qué tipo de empresas queremos trabajar.


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