Di Tella en los medios
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17/09/21

Mapamundi itinerante, las exposiciones universales

Paula Bruno, profesora de las Licenciaturas en Historia y en Ciencias Sociales, escribió sobre las exposiciones universales, que daban cuenta de artes, oficios, industrias y consumos cercanos y lejanos.


En la actualidad, frente a nuestros dispositivos podemos conocer y tener referencias sobre habitantes, productos y costumbres que tienen lugar en latitudes cercanas o remotas con una simple búsqueda en un explorador conectado a la World Wide Web. Si nos atrapan dudas sobre dónde se producen los tulipanes, cuál es el origen e la salsa tártara, por qué las baguettes y las boinas son símbolos de afrancesamiento, quién es el presidente de un país, o cuándo surgió la tradición del día de los inocentes, estamos en condiciones de encontrar referencias, al menos generales, en cuestión de segundos. La sensación de tener el mundo en nuestras manos, aunque ilusoria, es parte de nuestra experiencia cotidiana.

Afiche de la Exposición Universal de Génova de 1892.

Afiche de la Exposición Universal de Génova de 1892.

Sin embargo, durante siglos, ante la curiosidad que impulsaba a conocer el mundo, las alternativas disponibles eran acotadas. La primera eran los viajes, que impulsaron a aventureros, exploradores, científicos e inversores a emprender travesías en busca de paisajes, productos, riquezas e inspiración artística. La segunda era la lectura de los relatos surgidos de esos viajes: crónicas, memorias, informes científicos sobre geografías lejanas fueron fuentes de información para saciar el interés de quiénes, sin posibilidades de trasladarse, pudieran saber qué sucedía en otras latitudes.

A mediados del siglo XIX, estas posibilidades se vieron enriquecidas por una tercera vía de acceso al conocimiento del mundo. En 1851, en Londres, se realizó la primera Exposición Universal. A partir de entonces, las exposiciones internacionales comenzaron a replicarse en distintas ciudades europeas y americanas.

Conocer el mundo

Exhibir, mostrar y exponer no eran novedades para entonces -recordemos los llamados gabinetes de curiosidades, por ejemplo-, pero intentar da cuenta del mundo conocido en un espacio visitable y ponerlo a disposición de los curiosos fueron intenciones que rompieron el paradigma general para aquellos que tuvieran ganas de saber más sobre otras realidades.

Las exposiciones no eran una novedad en el siglo XIX. Tenían lugar algunas que se organizaban por área productiva (ganadería, industria) o rama creativa (artes decorativas, por ejemplo), pero la exposición de 1851 en Londres fue más allá e intentó dar cuenta de artes, oficios, industrias y consumos cercanos y lejanos.

Con el correr de las décadas el formato de las exposiciones universales se fue agigantando y se estandarizaron ciertas dinámicas. Así, las exposiciones devinieron maquetas del mundo conocido, pero también propiciaron nuevas formas de turismo, de ocio y de sociabilidad. Devinieron espacios en los que la industria, las ciencias y la literatura convivían con las atracciones y las rarezas, el peregrinaje y el ocio.

Algunas ciudades europeas y americanas que alojaron exposiciones universales se transformaron profundamente cuando estos eventos tuvieron lugar. El hecho de recibir visitantes, potenciales inversores, y representantes diplomáticos del resto del mundo alentó las ansias de exhibir progreso y modernidad.

Ciertas exposiciones ofrecieron a las ciudades que las alojaron la oportunidad de proyectar edificios, avenidas o monumentos que hoy forman parte de la fisonomía de las mismas. Para ello, se realizaron concursos en los que arquitectos, escultores e inversores competían para conseguir materializar sus planes y sueños.

El ejemplo más acabado en este sentido es el de la construcción de Torre Eiffel en Paris, que fue inaugurada en el marco de la Exposición Universal de París de 1889. También la construcción del Grand Palais y el Petit Palais se asocian a una exposición realizada en la capital francesa, la de 1900.

En un sentido más estructural, la Exposición Universal de Chicago de 1893 fue un evento que permitió a la ciudad reconstruir su traza urbana y su fisonomía, arrasada en el llamado gran incendio de la década de 1870; pero también tuvo entre sus objetivos reivindicar a la ciudad en la prensa internacional con la motivación de que se olvidara el trágico evento protagonizado por los “mártires de Chicago” en 1886 (cuyas acciones de lucha y resistencia obrera se conmemoran el 1 de mayo).

Competencias y rivalidades

Las exposiciones universales se replicaron a lo largo de las décadas y cada ciudad que devenía anfitriona intentaba superar las obras realizadas por la anterior. A su vez, comenzaron a surgir eventos asociados a ellas que pretendían captar al mismo público que convocaban. Esta coincidencia y superposición de eventos celebratorios encontró su punto máximo de despliegue en las exposiciones que coincidieron con celebraciones centenarias o efemérides nacionales.

Así, tanto la Exposición de Filadelfia de 1876 (coincidente con el centenario de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos) como la de París 1889 (realizada el año en el que se conmemoraban los cien años de la Revolución Francesa) escenificaron la posibilidad casi paradójica de ser eventos universales que propiciaban la armonía y la convivencia entre naciones, a la vez que reforzaban los rasgos de sus propias identidades nacionales e intentaban mostrar modernidad, progreso y superioridad frente al resto.

Otro afiche de la Esposizione de Genova en 1892.

Otro afiche de la Esposizione de Genova en 1892.

Recordemos que estas exposiciones estaban encuadradas en un clima general de carrera imperialista a nivel mundial y que las disputas de las naciones europeas por el control de territorios en Asia y África y las intenciones expansionistas de Estados Unidos sobre el resto del continente americano acompasaban las disputas geopolíticas. Este hecho no es casual, la “edad de oro” de las exposiciones universales, como la consideran los historiadores, coincidió con las décadas finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX.

Durante estos años tuvo lugar una clara reconfiguración de la geopolítica mundial, por un lado; por otro, se trató de un momento histórico caracterizado (aunque con algunas diferencias en lo que concierne a cronologías) por el afianzamiento de las naciones y la invención de las identidades nacionales.

La era del imperialismo, la Guerra de 1898 entre España y Estados Unidos, las tensiones y competencias entre naciones de Europa, los efectos del expansionismo norteamericano, la Primera Guerra Mundial, por mencionar solamente algunos hitos destacados, fueron telón de fondo de las dinámicas de estas décadas.

A partir de este clima, las exposiciones universales devinieron también terrenos de disputas entre naciones. Las rivalidades nacionales y la competencia se vieron traducidos en los esfuerzos que distintas autoridades (locales, provinciales, nacionales) de los países que concurrían a las exposiciones a la hora de organizar y seleccionar qué productos o manufacturas enviarían para exhibir, qué libros u obras de arte decidían enviar, cómo mostrarían esos productos en los espacios destinados a mostrarse ante los diplomáticos de otras latitudes, los curiosos y los inversores.

Se pusieron en marcha distintas estrategias por parte de las naciones participantes que pretendían dar cuenta de sus costumbres y poderío por medio de productos naturales, manufacturas, piezas arqueológicas, artísticas y literarias, entre tantas otras.

Pabellones nacionales

Estas dinámicas se vieron maximizadas a partir de la Exposición de Chicago de 1893. Esta fue la exposición en la que, junto con los pabellones por artes y oficios, inauguró la tradición de la organización de pabellones nacionales (montados en grandes edificios), esto generó aún mayores esfuerzos de las naciones por mostrarse ante el mundo y dar cuenta de sus grandezas.

Estos eventos, entonces, oficiaron como espacios en los que se hacía explícita la competencia industrial capitalista entre naciones que intentaban mostrar sus logros industriales y tecnológicos, y su superioridad en armamentos. Pero, a la vez, los pabellones nacionales devinieron desafíos para los países “nuevos”, como los americanos, para exhibirse ante, por ejemplo, sus exmetrópolis.

Con estos objetivos, la preparación para las exposiciones fue motivo en cada país de una organización que llevaba meses y de la aprobación de presupuestos especiales para concurrir a estos eventos. Intelectuales, escritores y artistas fueron convocados (en ocasiones a través de concursos) por las autoridades estatales para producir libros, imágenes, informes, digestos, cartografías, álbumes, y lo que hoy denominaríamos folletería para poder contar con información actualizada sobre lo que sucedía en sus tierras.

De este modo, las exposiciones generaron también, al interior de cada país participante, una gran cantidad de dinámicas para traducir en imágenes y palabras lo que se consideraba en la época la “esencia” de la nación. En un contexto en el que los procesos de conformación y consolidación de identidad nacional estaba en pleno despliegue, las “ferias del mundo” (expresión que se utilizaba como traducción literal de World's fair en las crónicas de la época) propiciaron también la posibilidad de generar interpretaciones sobre cómo se podía definir la argentinidad, la españolidad, o la identidad alemana, entre otras.

ARCHIVO. Esta es una foto de 1887 de la Torre Eiffel en construcción en París, Francia, que se terminó en 1889 para la Exposición Universal de París. Eiffel esperaba unos 500.000 visitantes al año, este año atrajo a seis millones. [AP Photo, File].

ARCHIVO. Esta es una foto de 1887 de la Torre Eiffel en construcción en París, Francia, que se terminó en 1889 para la Exposición Universal de París. Eiffel esperaba unos 500.000 visitantes al año, este año atrajo a seis millones. [AP Photo, File].

De hecho, una gran cantidad de los materiales generados para las exposiciones, circulaban posteriormente en las legaciones diplomáticas de los distintos países para ser ofrecidos a quiénes solicitaban información para hacer viajes o inversiones; pero también esos materiales circulaban en el interior de los países y encontraban espacio en las escuelas como libros de lectura, en los almanaques generados para las efemérides patrias, y en otras representaciones identitarias.

Colecciones y canónes nacionales de arte, múscia y literatura, en suma, muchas veces fueron generados para exhibirse en exposiciones universales y luego se replicaron en el interior de las naciones. Así, el impulso y el presupuesto que cada país volcaba para mostrarse ante el mundo, encontraba un lado B en cómo se representaba a sí mismo en los ámbitos de construcción de ciudadanía nacional (como las escuelas y los museos).

A su vez, mientras que cada nación intentaba hacer gala de sus logros y su progreso y se evidenciaban las rivalidades imperiales, las exhibiciones fueron también motivo de celebración y reforzamiento, incluso de “invención” de otras identidades. Este hecho se puede ver incluso en las nomenclaturas de algunos de estos eventos: mientras que internacional o universal eran las denominaciones más corrientes, surgieron en paralelo exposiciones que se presentaba como “Internacional-Americanista”, “Internacional-Panamericana”, “Universal Italo-Americana”, entre otras opciones, lo que ponía en evidencia que esos espacios de representación propiciaban también la puesta en escena de identidades que se pretendían transnacionales o regionales, como la panamericana, o la hispanoamericana.

Lucir la colonización

También se manifestaban en las nomenclaturas de las exposiciones las intenciones de mostrar imperios coloniales y se escenificaban relaciones de opresión de las potencias europeas sobre otros territorios. Las nociones eurocénticas sobre civilización, progreso y atraso, se replicaban en estas ocasiones en representaciones que bajo formas del exotismo y el romanticismo, articulaban y naturalizaban relaciones de dominación y explotación.

Este rasgo se manifestó con claridad, por ejemplo, en la Exposición Colonial de Marsella de 1906, y la Exposición Universal Colonial de París de 1931. En esta última, de hecho, se montaron pabellones de antiguas y nuevas colonias.

Estas superposiciones y tensiones identitarias se vieron también reforzadas en eventos en los que se celebró alguna efeméride que evocaba procesos coloniales pretéritos. Por ejemplo, en las exposiciones que entre 1892 y 1893 se celebraron con motivo del IV Centenario de la llegada de Colón a tierras americanas en Madrid, Génova y Chicago.

Con distintas modulaciones, estas exposiciones, fueron terreno de exhibiciones gloriosas del pasado colonial, pero también ámbitos en los que desde los países latinoamericanos (recordemos que la mayoría de los procesos de independencia de excolonias españolas desplegaron entre 1810 y 1824) se intentó mostrar que ese pasado estaba superado y que nuevos proyectos nacionales se estaban desplegando vigorosamente.

Por otra parte, en estas mismas exposiciones se mostraron tensiones entre las apropiaciones de la figura de Cristóbal Colón y los procesos de colonización y conquista. La apropiación de esta controvertida figura por italianos y españoles, que se replicaba en los grupos de inmigrantes de estas naciones instalados en tierras americanas, generó tensiones y controversias que replica, hasta nuestros días.

Así, en la actualidad, las celebraciones del Columbus Day en Estados Unidos y las nomenclaturas utilizadas para dar cuenta de qué se celebra en distintos territorios el 12 de octubre (por décadas se utilizó la noción de “día de la raza”, en 1992 se propuso la noción de “encuentro entre dos mundos”, en algunos países se pasó a denominar “día de la diversidad cultural”, y en España se celebra como “Fiesta Nacional”) sigue siendo arena de disputa.

La Torre Eiffel y la Exposición Universal de París 1889.

La Torre Eiffel y la Exposición Universal de París 1889.

Inversores privados

Junto con las intenciones y proyectos de los estados, los intereses privados no tardaron en desplegarse en las exposiciones. Por un lado, se abrió un terreno fértil para generar circuitos turísticos asociados a los eventos. El hecho de que grandes cantidades de públicos ávidos de conocimientos y atracciones (solamente por mencionar un dato como indicador, se calcula que, a la Exposición de Chicago de 1893, desplegada entre mayo y octubre de ese año, concurrieron 27 millones de visitantes) se congregaran en una ciudad, habilitó el surgimiento de emprendimientos.

Organización y venta de excursiones, apertura de cadenas gastronómicas en las que se vendían “comidas típicas” de cada lugar, impresión de guías turísticas para vender a quiénes concurrian e las exposiciones, apertura y mejora de infraestructura hotelera, proliferación de producción de lo que hoy denominaríamos memorabilia (postales, álbumes de fotos, monedas y medallas que recordaban el evento), fueron solo algunos.

Por otro, encontraron un terreno propicio los inversores que se lanzaron a desplegar todo tipo de espectáculos visuales, que fueron unas de las mayores atracciones de algunas exposiciones: dioramas, panoramas, expresiones cinematográficas. De este modo, ciencia, arte y tracciones, intenciones estatales e intereses privados, generan representaciones del universo conocido y producían lo que Eva Canel (una escritora de origen asturiano que desplegó su trayectoria en América Latina) ha denominado de manera precisa: “mundos abreviados”.

Paula Bruno Historiadora y Directora del Grupo Interuniversitario de Estudios sobre Diplomacias y Culturas (GIEDyC)