La exaltación y la serenidad
El profesor del Doctorado y la Maestría en Historia opinó sobre las tensiones institucionales entre la CABA y la Provincia de Buenos Aires.
Ilustración: Mariano Vior
La interpretación de los hechos suele recurrir a metáforas. Se dice que la propagación de la pandemia es un espejo en el que se refleja lo mejor y lo peor del planeta. Por nuestra parte, preferimos apuntar que la pandemia es un acelerador del cambio tecnológico y también de las herencias del pasado y de las continuidades incrustadas en el presente.
Este disparador determina nuestra circunstancia. Dos ejemplos urticantes: un sector de nuestra población se mantiene activo al compás de la comunicación digital, el Zoom es su divisa, mientras otra porción, la más numerosa, vegeta ajena a estos medios. Incorporación o exclusión de la niñez; acentuación, por consiguiente, de la pobreza y la desigualdad.
Estos rasgos calan más hondo si observamos la pandemia como un acelerador de la declinación que nos aqueja desde hace medio siglo o, según una perspectiva de corto plazo, como un acelerador de la polarización política y de una gobernanza sujeta a la ineficiencia del oficialismo y a un estilo anacrónico que, en lugar de convocar al consenso, incrementa el conflicto.
En este contexto, donde impera la incongruencia entre los dichos y los hechos, la pobreza aumenta y se achica la clase media (signos de la declinación histórica), y reaparecen antiguos conflictos, propios de un orden federal históricamente desarticulado.
La pandemia acelera este trance con el agravante de la ineficiencia del oficialismo asociada con la matriz ideológica que parece guiar la política sanitaria. Esta combinación ha generado una sociedad con escasez de vacunas que ocupa el cuarto lugar en la tabla de vacunación de América del Sur detrás de Chile, Uruguay y Brasil.
Tal la situación a medida que avanza esta segunda ola de contagios y mortalidad. Dado nuestro desequilibrio demográfico, el estallido de esta olla a presión se ha producido en la megalópolis bonaerense (hoy llamada AMBA) que integran la Ciudad de Buenos Aires y el masivo conurbano que la rodea. Hace un año la pandemia se disparó desde este espacio; ahora lo está sometiendo a otra prueba aún más rigurosa que la anterior.
La característica principal de esta megalópolis consiste en que conforma una unidad urbano-sociológica con una fragmentación institucional entre la CABA y la Provincia de Buenos Aires. Cualquier mirada razonable indicaría que semejante distorsión debería resolverse mediante la cooperación, lo que sin duda se hizo al principio de la pandemia.
Ilusiones vanas: la aceleración del ánimo polarizante y los residuos en el Gobierno de pasiones hegemónicas, como si soñaran que todavía tienen poder para alcanzar esa meta, han instalado en el corazón de la megalópolis otra versión del conflicto federal.
Esta versión tiene al menos tres componentes. Primero, de cara a las elecciones intermedias de este año, el miedo que corroe las decisiones del Gobierno al paso de esta pandemia con escasez de vacunas y del azote de la economía. Segundo, el antagonismo entre la Provincia y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con un Gobierno Nacional que protege a la primera y una Corte Suprema que tendrá que formular la última palabra. Tercero, el recrudecimiento de la dialéctica amigo-enemigo ubicada, esta vez, en el centro de la megalópolis.
Si la escasez de vacunas persiste y la economía no reacciona, es posible que el miedo prospere dentro del Gobierno y que en la sociedad ese ánimo perturbado se convierta en indignación. Sin rumbo, envuelto en un proceso decisorio incoherente no es pues descartable que en el Gobierno la arbitrariedad cunda, el miedo viene a ser por tanto, recíproco: teme el Gobierno los resultados de sus decisiones y de las elecciones intermedias, y se difunde el temor por los embates autoritarios del oficialismo.
Al mismo tiempo, el rechazo a las vacunas estadounidenses ha dejado al país a merced de vacunas rusas (pocas pero buenas), de vacunas chinas de eficacia discutible y de una vacuna europea que no deja de tener inconvenientes. Este otro condimento, que agobia a quienes mandan, los arroja en busca de chivos expiatorios para tapar esa inclemencia. Por eso se ha incentivado la opción entre confinamiento excesivo y confinamiento mitigado.
De esta opción y de la intensidad de la pandemia en la megalópolis deriva el enfrentamiento provocado por el Gobernador de la Provincia de Buenos Aires con el Jefe de Gobierno porteño. La discrepancia se ha centrado en la presencialidad en las escuelas, en la respuesta mediante recurso judicial del Gobierno porteño para preservar su autonomía en materia de educación, en el litigio constitucional que conlleva esta intromisión sobre competencias no delegadas y, por fin, en la reacción de la sociedad civil en defensa del derecho a la educación (me figuro la satisfacción de Sarmiento).
Además, aunque el conflicto federal eche raíces en la megalópolis, su trascendencia es nacional pues una mayoría de provincias mantiene la presencialidad en las aulas. El mapa es sugestivo: dos provincias súbditas del Gobierno Nacional, Formosa y Santa Cruz, junto con Catamarca y La Rioja, adhieren al confinamiento educativo, una reproducción fidedigna del séquito que se ha formado en el Senado conducido por la Vicepresidenta.
La disputa aceleró la dialéctica amigo-enemigo. Este vínculo también responde al temor. La imagen del Jefe de Gobierno porteño crece, la del Gobierno Nacional y la del Gobernador bonaerense disminuye y rápidamente, para contrarrestar esas tendencias, el oficialismo transforma al adversario en un enemigo al cual combatir.
Recordemos, por fin, lo elemental: para que esta dialéctica funcione son necesarios dos enemigos cuando, en rigor, parecería que falta uno. Mientras en efecto el oficialismo ataca en caliente, el presunto enemigo responde en frío, no asumiendo tal condición.
De este modo, hay dos liderazgos en presencia: un liderazgo de colisión que pretende excluir, apostando a la polarización, y un liderazgo de consenso que procura incluir, recreando el centro político del régimen democrático. La exaltación contra la serenidad. Con estos estilos, que suponen visiones contrapuestas, despunta la carrera de los liderazgos en el territorio inhóspito de la pandemia.
Natalio R. Botana es politólogo e historiador. Profesor emérito de la Universidad Torcuato Di Tella.
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