Di Tella en los medios
Forbes
21/04/21

Por qué para Eduardo Levy Yeyati "al Gobierno no le creen y con eso pierde la capacidad de hacer política pública"

Por Florencia Radici

El decano de la Escuela de Gobierno y profesor de la Maestría en Políticas Públicas, fue entrevistado sobre la economía y el mercado laboral argentino a propósito de la publicación de su nuevo libro, Dinosaurios & Marmotas.


"Cuando despertó, el dinosaurio todavía seguía allí”. El cuento más corto del mundo, escrito por Augusto Monterroso, inspiró la mitad del título del nuevo libro del economista Eduardo Levy Yeyati, Dinosaurios y marmotas. En busca del desarrollo perdido. “El libro habla de nuestro subdesarrollo. Pasa el tiempo y de pronto volvés a mirar y seguimos en el mismo lugar. El dinosaurio es nuestra situación económica, porque nos vamos quedando rezagados”, explica el también director del Centro para la Evaluación de Políticas basadas en la Evidencia (CEPE) de la Universidad Torcuato Di Tella ( UTDT ).

La marmota, por su parte, proviene de El día de la marmota, la película con Bill Murray en la que el protagonista se ve obligado a vivir una y otra vez el mismo día. “Suele decirse que de Argentina te vas por tres meses y cambiaron muchas cosas, pero si te vas cinco años y volvés está todo más o menos igual. Hoy estamos discutiendo temas de hace 40 años. Y pasa algo interesante: si te especializás en la Argentina, es como el campo de economía que se llamó 'economías en transición', después de la caída del bloque soviético, que luego desapareció porque esos países transicionaron. Pero si estudiás a la Argentina no lo podés explicar en casi ninguna parte del mundo, porque nuestros problemas o han sido abandonados o son distintos. En ese sentido somos bastante particulares, no por únicos, sino porque somos como una foto del pasado”, explica. 

¿Cuáles son los problemas del 'dinosaurio del subdesarrollo'?

Dos que se interrelacionan. Nuestra incapacidad para exportar, ya sea porque no somos competitivos o porque no tenemos exportador, y nuestra falta de moneda, en el sentido tradicional de que la gente no ahorra en pesos. Eso genera círculos viciosos. Si no exportás, cuando crecés con el déficit a contracorriente, para no crecer poco tenés que financiarlo con deuda. Cada dos por tres nos quedamos sin dinero para pagar la deuda, viene una crisis, volvemos para atrás. Esa volatilidad hace que nadie quiera invertir en pesos, porque se atrasa durante un tiempo y se corrige rápidamente. Entonces no hay inversiones en pesos, nos endeudamos en dólares y volvemos a provocar las crisis. Sin moneda es difícil financiar el crecimiento. Al no poder financiarlo de manera estable destruís la moneda con volatilidad. Eso es viejo. Pero en los últimos años tenemos un serio problema doble.

¿Cuál?

De exclusión social, y sobre todo laboral, porque hay mucha precarización del empleo y no creamos empleo formal desde hace más de una década. Eso solo va a empeorar con la pandemia. Esa exclusión genera una polarización entre quienes trabajan y producen, y quienes tienen problemas, las víctimas del fracaso del estado de bienestar, a las cuales no podés ignorar. Entonces el Gobierno grava a la producción para transferir, pero al gravarla la achica. Esa “pobreza inclusiva” genera una implosión, y así es que tenemos un PBI bastante menor que hace 10 o 15 años. Todo esto se retroalimenta. Las crisis reducen la inversión; sin inversión no podés crecer mucho; la volatilidad hace que ciertas actividades no sean viables o se abandonan, entre ellas las exportadoras. Es como un auto que acelerás pero está carbonizado y empieza a corcovear. Esa es nuestra economía. A eso se le suma un punto nuevo, que tiene que ver con la falta de credibilidad de las políticas, en particular con la temporalidad de las políticas.

¿En qué sentido?

Para bajar la inflación tenés que informar una meta y que la gente te crea y ajuste sus expectativas. Si no te creen, no hay manera de que el BCRA pueda bajar la inflación. No la hay. Salvo con una recesión muy fuerte, pero es políticamente inviable. Para invertir, tendrías que decirles a los empresarios: “Bueno, vamos a tener estos incentivos fiscales y vamos a reducir un poco la carga de las nuevas inversiones a futuro”. Si el empresario no te cree, no invierte. Y, si no invierte, en algún momento tenés que subir los gravámenes para fondear el gasto fiscal asociado a la crisis. Hoy al Gobierno no le creen. Y esto significa que perdés los instrumentos para hacer política, porque están basados en respuestas del sector privado a medidas o anuncios del Gobierno, y eso es terrible, es como perder el control de un avión.

¿Hay manera de solucionar esto?

La salida existe y es improbable. Lo más probable es que a futuro estemos peor. Pero existe. En parte, porque Argentina no tiene problemas irresolubles. La solución pasa por dos conceptos. Uno es desandar los errores. Cuando uno inicia un recorrido que no está dando los resultados previstos, lo mejor que puede hacer es ir para atrás sobre los pasos. Muchas medidas, sobre todo el último año pero en el pasado también, fueron errores y hay que admitirlo y desandarlo. No es suficiente, pero es una condición necesaria.

¿Y el otro concepto?

Lo segundo que tenés que hacer es resolver el problema de la temporalidad de las políticas. Eso se hace con negociación entre partidos y espacios políticos que garantice la no reversión de las políticas. Y el ejemplo no es la Moncloa, sino el pase de Fernando Henrique Cardoso a Lula en 2002. Cuando es evidente en las encuestas que Lula va a ganar, el mercado se descompone y están al borde de una crisis. Entonces Cardoso le dice a Lula: “Necesitamos calmar esto para tu bien”, y Lula escribe una carta donde aclara que no va a dar marcha atrás, que no va a cambiar la forma en la que se maneja el Banco Central, ni empezar a emitir y generar déficit, preservar la estabilidad. Acto seguido, Cardoso le pide a su candidato que haga lo mismo. Lo más importante es que después Lula lo cumplió. Es la base de su éxito como presidente. Necesitamos hacer ese pase.

Pero acá pasa todo lo contrario... 

Es que necesitás otros actores. Si tenés actores antagonizantes y polarizantes que piensan que la razón por la cual el país es subdesarrollado es el contrincante, y que la única manera de que el país salga es eliminando al contrincante, eso es una guerra de trincheras. Necesitás a alguien que pueda realizar ese pase entre gente que piensa muy distinto. Necesitamos encontrarnos en algún lugar donde alguien diga “vamos a hacer esto” y el otro diga “no lo vamos a revertir”, porque entonces las reformas van a tener algún tipo de peso político mayor. El contraejemplo es todo lo que vimos hasta ahora. Cada tres años hacemos una reforma. ¿Cuánto va a durar la nueva fórmula previsional? ¿Ganancias, Ingresos Brutos? ¿Impuestos patrimoniales? Salvo que se demuestre de forma creíble que lo anunciado va a tener al menos 10 años de vida, es muy difícil hacer política, porque si no nadie te cree, lo único que te queda es poner dinero. Y lamentablemente la Argentina no tiene ese dinero para poner, no es Estados Unidos. No hay financiamiento ni recursos fiscales, el país está quebrado. Solo te queda convencer al sector privado.

El sector privado, por otra parte, pensando en el empresario, tiene también una mala imagen y una lucha constante con el Gobierno. ¿Por qué pasa esto?

El empresario es en realidad muchos tipos diferentes de empresarios, con diferentes opiniones ideológicas, edades... Es un colectivo muy heterogéneo. Estamos en un equilibrio malo. Si el Gobierno toma como contrincante al empresario, este va a adoptar una posición defensiva y no cooperativa, o incluso prebendaria. Es un equilibrio malo, inhibidor del desarrollo. Lo primero que tiene que hacer el Gobierno es liderar un ejercicio de cooperación. ¿Por qué primero el Gobierno? Porque el empresariado está fragmentado y, si el Estado es el coordinador natural, debería sentarse con el empresariado y decirle: “De esta salimos juntos. Yo pongo esto, ¿qué ponen ustedes?”. E invitar a la mesa a los sindicatos también, porque uno de los problemas fundamentales de la Argentina es su incapacidad de generar trabajo con una población cada vez mayor que está excluida laboral y socialmente. De esa situación, que genera déficit fiscal y crisis, solo se sale generando trabajo. Los ejercicios de estabilización necesitan de esa cooperación. ¿Quién la empieza? El Estado, porque su rol no es solo implementar el contrato social, sino coordinar a los individuos en una solución cooperativa donde todos ganen. Y lamentablemente está fallando.

¿Cómo ves al Gobierno actual en ese rol? ¿Tiene la voluntad de hacerlo?

Lo veo dudando. El Gobierno es bastante heterogéneo. Es una coalición de dos franjas llamadas peronistas pero que tienen muchas diferencias de concepto y evaluación. Sí creo que por necesidades electorales y el impacto de la crisis de la pandemia el Gobierno se ha ido deslizando a un rincón donde usa al empresario, a la clase media alta, al rico, como culpable parcial de lo que está pasando, en alguna medida para amigarse o “empatizar” con una base de votantes que ha sufrido la exclusión y está sufriendo la crisis. Pero eso se paga. Pone a unos contra otros y se queda afuera, diciendo “yo no tengo nada que ver, es puja distributiva”. Pero esa puja distributiva se ordena desde el Estado, con políticas públicas, de empleo, una reforma tributaria justa... no con alambre e improvisación. Hoy el Gobierno está muy acorralado por la crisis, tiene una elección por delante, y el Presidente está acorralado por la otra facción que es más propensa a antagonizar y está fallando como coordinador. Eso se ve en dos cosas: en la realidad económica, porque vamos a recuperar poco y no sé si el año que viene vamos a crecer, pero sobre todo en las expectativas del país. La mayoría de la gente piensa que vamos a estar peor.

¿Se están yendo cada vez más personas?

Si no fuera por la pandemia, seguramente serían más. Lo cual te hace pensar que, cuando salgamos de la pandemia, tendremos algunos efectos de la crisis más propiamente argentinos que todavía no vimos y que tenemos que prevenir antes de ver. Uno es este y otro son los despidos. Cuando se levante la prohibición, si no tenés para contraponerte a eso, vas a seguir destruyendo empleo.

Mirando hacia adelante, ¿cómo ves el desafío de generar personas con las habilidades que requiere el mercado? ¿Se puede en la Argentina?

Sí. La mejor forma de inclusión social productiva es hacer que la gente produzca y gane más dinero. Acá se puede hacer, pero es más difícil porque estamos en crisis y es más difícil crear empleo en las crisis. Y porque el empresario ha sido antagonizado; no es que no tenga ninguna culpa, pero en el peor momento de su desempeño se le pusieron restricciones que complican aún más el panorama. Pero se puede y cualquier ganancia marginal es enorme, porque aunque sea frenás la hemorragia. El año pasado escribí un proyecto de ley que presentó la bancada radical para la creación de un instituto de formación laboral continua que está en línea con muchas propuestas de acá y de otros países, que tiende a fortalecer la formación laboral de los adultos. Cursos cortos, aplicados, basados en una inteligencia sobre cuáles son las demandas en el mercado y las capacitaciones de la persona que entra.

¿Y en términos de la educación hacia el futuro?

En la Argentina, siempre hubo un debate en Sarmiento y Alberdi. Sarmiento utilizó la educación como movimiento integrador, sobre todo quienes venían de diferentes partes del mundo e idiomas. Alberdi proponía una educación para la producción, para el trabajo. Las dos tienen razón, porque se pueden y deben hacer las dos cosas. Pero en la Argentina ganó Alberdi. Entonces, vos hablás de educación para el trabajo, dual, formación profesional, en el ambiente educativo y genera reacciones negativas. Esa cultura hay que cambiarla, porque al final del día terminás con educación secundaria o incluso universitarios con personas que invierten mucho tiempo en eso y no consiguen trabajo o consiguen empleos muy por debajo de su calificación. En la Argentina hay mucha sobreeducación. Hay que dar esa batalla cultural para que estén los dos aspectos de la educación en la formación. 

Hacia adelante

 ¿Qué perspectiva tenés para este año respecto del crecimiento?

Ya estuvimos aquí en otros años electorales, como 2013. Solo de arrastre estadístico, si durante 2021 no crecieras nada mes a mes, el crecimiento anual daría por arriba del 6%. Creo que vamos a crecer más o menos eso. Tenemos pocas vacunas y vamos a tener restricción en la economía por la segunda ola. Y por un problema mucho más básico: en la Argentina nadie quiere invertir, por todas las razones que mencionamos. Con un gobierno sin capacidad de dar un impulso fiscal, porque no tiene financiamiento ni recursos, y un sector privado sin incentivos para invertir y que está pensando en cómo descapitalizarse, no hay forma de crecer. El año que viene, salvo que haya un cambio de políticas creíble, no veo el motor de crecimiento. Soy bastante pesimista en términos de crecimiento.

¿Y con respecto a la negociación con el FMI?

No está ni siquiera iniciada. No hay nada, ni un indicio de negociación, y mi impresión es que ambas partes se resignaron a dejarlo para después de las elecciones. Cada una tiene sus intereses. El Fondo no tiene apuro en negociar porque sabe que de alguna forma u otra le vamos a pagar, como en otras ocasiones. Va a seguir en el limbo, con viajes y comunicaciones sin ningún contenido.

¿Deberían hacerse las PASO? 

Hay discusiones incluso dentro del Gobierno. El cristinismo está a favor de hacerlas, los gobernadores están en contra porque abren el juego a otros dirigentes. Cuestiones de política. Para mí deberían hacerse tal como se pactaron, por ahí postergar algunas semanas como en otros países. Pero va a ser una discusión entre fuerzas políticas.

¿Cómo analizás la realidad cambiaria?

El tema cambiario es el tema de la inflación. Va a seguir hacia arriba porque había una inflación contenida por la pandemia y a medida que la gente sale el dinero circula más rápido. Se esperaba. El dólar va a responder a la inflación: cuanta más haya, más se va a retrasar. Lamentablemente es transitorio y a costa de perder reservas. El Gobierno interviene, no en el mercado oficial, sino en el MEP, haciendo el rulo inverso de los compradores, para llegar a las elecciones; como siempre, los planes económicos en la Argentina son ganar la próxima elección. Pero, una vez que uno desbalancea y desalinea los precios o tarifas, ¿cómo se hace la convergencia? Las últimas veces que pasó hubo ajustes dramáticos, como en 2014. A fines de este año o el que viene se van a ver los costos de haber desalineado estos precios. ¿Pueden llegar a la elección? Sí, por el nivel de control que tiene el Gobierno de las variables económicas y la falta de escrúpulos para desalinearlas. Pero, cuanto más contranatura sean las medidas, mayor va a ser la asignatura pendiente el día después. El foco de riesgo sigue estando el día después de la elección.

¿La pandemia dejó al descubierto problemas previos?

Es muy difícil opinar sobre hechos contrafácticos. La pandemia “benefició” al Gobierno porque no podemos decir qué hubiera pasado. Yo no era optimista con el Gobierno y pensaba que no íbamos a crecer. La pandemia da una justificación más poderosa de por qué no lo hicimos. Pero la crisis es mucho más profunda y la gestión subóptima del Gobierno en varios de los frentes principales (el económico, el sanitario y sobre todo el de la comunicación) debilitó a la facción de Gobierno de la coalición. Uno de los efectos de la pandemia es que se acelera la cristinización o kirchnerización. Al poner al Gobierno contra las cuerdas y debilitarlo se abren más espacios para que la otra facción empiece a tomar las riendas. El impacto en ese sentido fue más político que económico. Sí la pandemia aceleró y profundizó la huida. Hay un goteo lento de riqueza y de capital humano que se ralentizó un poco porque es más difícil moverse, pero convalidó esa expectativa que hay que revertir, la visión de que la salida es irse. La pandemia generó un sentimiento de fin de época que es difícil de revertir pero letal y no podemos darnos el lujo de perder capital físico y humano, porque lo necesitamos para refundar el país. 

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