Di Tella en los medios
Clarín
13/02/21

Abrir las escuelas: un poderoso reclamo

La profesora del Área de Educación de la Escuela de Gobierno e investigadora asociada al CEPE estimó el impacto del cierre de las escuelas en 2020 y analizó los alcances de los reclamos por su reapertura.


Ilustración: Fidel Sclavo

El año pasado, los chicos iban a la escuela, pero del lado de afuera. Se juntaban para jugar a la pelota frente a la puerta cerrada de su escuela en el partido bonaerense de La Matanza. Sin distancia, ni barbijo, ni nada. La escuela, aún clausurada, era el lugar de encuentro.

Al principio eran pocos, pero a medida que la primavera avanzaba se fueron sumando. Para noviembre ya eran muchos para organizar los picaditos. A veces la pelota rebotaba en el portón de chapa de la escuela que, cerrado bajo mil cadenas, devolvía un sonido seco, sordo, triste, tan distinto a la campana que llama a clases.

El portón, lleno de marcas de pelotazos embarrados, ¿intentos inútiles por abrirlo?, siguió cerrado todo el año para que los chicos no se junten, para que no se toquen, para que ni se vean. Pero los chicos iban igual y miraban la escuela con la ñata contra el vidrio.

Antes de fin de año, Ángela Merkel y Emmanuel Macron admitían frente al mundo el error de haber mantenido las escuelas cerradas un par de meses y empezaban a conocerse estudios sobre los graves impactos psíquicos y sociales que la privación escolar producía en niños y jóvenes. Y Europa se lanzaba a remediar el error, sabiendo que los daños de mantener las escuelas cerradas eran mayores que los riesgos de abrirlas.

Aquí, luego del decreto presidencial que cerró todas las escuelas, la reapertura no fue tema para nuestras máximas autoridades. Cuando las condiciones epidemiológicas mejoraron, el gobernador de la Provincia de Buenos Aires, el distrito educativo más grande, no buscó nuevos argumentos para justificar la decisión de mantenerlas cerradas; fue a lo fácil: las escuelas no se abren porque el regreso a las clases presenciales es un despelote, dijo. Enseguida la vicegobernadora anticipó que era muy dudoso que se volviera en marzo.

Marzo se acerca. Los chicos no dejaron de juntarse, bajo el sol del verano y sin derechos. Como sabemos, en un año creció la pobreza y la brecha de desigualdades entre los chicos argentinos se profundizó.

Más de un millón perdieron toda conexión con la escuela y es probable que no vuelvan. Muchos otros tuvieron contactos débiles y esporádicos. Todos aprendieron menos. Probablemente también se acrecentó la distancia entre nuestro sistema educativo y los de aquellos países que pudieron asegurar educación por tener mejores condiciones y políticas más inteligentes.

Las evaluaciones internacionales de la calidad educativa mostrarán el tamaño del impacto desigual de la pandemia en los aprendizajes.

El escenario para recuperar las escuelas está complicado. Un ministerio nacional de opiniones sinuosas y contradictorias. Un coro de pedagogos oficiales que acompaña los vaivenes ministeriales. Dirigentes sindicales que exigían la vacunación de todos los docentes como condición para volver a las aulas, pero se oponen a definirlos como trabajadores esenciales.

Gobiernos provinciales responsables de reabrir las escuelas que, con condiciones muy desiguales, deben organizar el regreso como puedan.

Finalmente, directores y docentes que, no sin temores, tendrán que poner el cuerpo en aulas muchas veces indignas que no resisten ningún protocolo. Nada de esto sorprende.

Sin embargo, algo nuevo sucedió. La ciudadanía de manera incipiente y poco orgánica todavía, comenzó a reclamar que se abran las escuelas, porque percibía el clima enrarecido, los intereses en conflicto, la falta de voluntad política para volver a las aulas.

En las redes, en medios periodísticos, en cartas abiertas, en pequeñas manifestaciones presenciales, en nombre propio o a través de más de cien organizaciones, los ciudadanos se pronunciaron. Una encuesta reciente afirmaba que el 69% de los argentinos quería clases presenciales. Y entonces la reticencia para abrir las escuelas retrocede y el Presidente anuncia que la educación es importante y que se volverá a clases.

Es un año electoral y a la política le conviene escuchar e interpretar bien. ¿Qué se reclama cuando se grita “Abran las escuelas”? Sería erróneo reducir la expresión sólo a su literalidad, va mucho más allá.

Es un llamado a la sensatez, a honrar un derecho, es un reclamo por un lugar social para nuestros hijos en el presente, pero es también exigencia de futuro, aprendizajes, oportunidades, responsabilidad política y técnica.

Quizás esas voces ciudadanas logren construir expectativas más sofisticadas sobre la calidad, porque las escuelas deben mejorar. El curriculum, la enseñanza, la organización del tiempo y el espacio escolar, el presupuesto educativo, todo necesita ser revisado y la demanda social va a seguir siendo crucial para el cambio.

Especialmente la demanda de acceso a conectividad y dispositivos tecnológicos para todos los docentes y alumnos, condición necesaria para sostener, con equidad, la combinación entre presencialidad y virtualidad en lo inmediato e indispensable para educar en el siglo XXI.

Por ahora es lo básico: abrir las escuelas y hacerlo con todos los cuidados. Los ciudadanos reclaman y el reclamo cuando es justo es poderoso. El camino es por ahí.

Claudia Romero es Profesora e investigadora de la Escuela de Gobierno de la Torcuato Di Tella


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