Di Tella en los medios
Clarín
14/10/20

Meritocracia y capitalismo

Por Ezequiel Spector

El profesor de la Escuela de Derecho propuso una tercera posición en el debate entre los defensores y detractores de la meritocracia.


Ilustración: Daniel Roldán

Mucho se ha hablado en las últimas semanas sobre la meritocracia. De acuerdo con este ideal, las desigualdades socioeconómicas están justificadas sólo si surgen del mérito que hizo cada uno en su vida, y no de factores tales como el trasfondo familiar o social.

Así, es justo que haya personas más ricas que otras sólo si es el resultado de que algunos son más talentosos y se esforzaron más que otros. Estas diferencias, en cambio, son injustas cuando son producto de que algunos tuvieron la suerte de tener padres más adinerados o crecer en un entorno más aventajado.

Por un lado, quienes critican la meritocracia sostienen que es un ideal tan fantasioso que resulta peligroso, porque para que funcione es necesario que todas las personas arranquen en el mismo punto de partida y en igualdad de condiciones, lo que no ocurre en Argentina, donde la mitad de los niños son pobres y nacen en contextos sumamente desfavorables, arrancando así con mucha desventaja en la “carrera de la vida”.

Por otro lado, quienes defienden la meritocracia argumentan que, por más que en Argentina ésta no exista, el ideal como tal es valioso, y debe servirnos como guía para diseñar las instituciones. En lugar de criticar la meritocracia, dicen, debemos trabajar para que Argentina sea una sociedad más meritocrática, de modo que todos empiecen en la misma línea de largada.

Mi tesis es que ambas partes están equivocadas, porque descansan en una premisa falsa: que la vida en sociedad es necesariamente como una carrera. En una carrera, la forma de ganar es adelantarse y dejar atrás a otros, de modo que la ganancia de uno implica la pérdida de otros. Afortunadamente, no es necesario que la sociedad devenga en esto.

La vida en sociedad puede ser una carrera o no, dependiendo de cómo estén definidas sus reglas. Si las instituciones están adecuadamente diseñadas, el progreso de uno suele traducirse en beneficio para otros. De hecho, cuando las instituciones están diseñadas apropiadamente, la principal forma de progresar es beneficiando a otros.

El diseño apropiado consiste en tres condiciones básicas: una democracia constitucional con plena vigencia de libertades políticas y civiles; servicios públicos de calidad; y una economía de mercado que facilite el ahorro y la iniciativa privada, donde el Estado se abstenga de otorgar privilegios y facultades monopólicas a empresarios amigos del poder, y de aplastar con impuestos y regulaciones a pequeños y medianos empresarios.

En resumen, un esquema en el que las relaciones estén basadas en el consentimiento y no en la fuerza, donde la gente tenga derecho a decir “no” y buscar otras alternativas.

En este tipo de sociedad, el progreso personal no pasa por dejar atrás a otros en una supuesta carrera, sino por acercárseles y ofrecerles un bien o servicio que necesitan o que desean, a un precio que puedan pagar. Las personas están tan ansiosas por servirse mutuamente que literalmente compiten por hacerlo.

Allí no se puede progresar pensando sólo en uno mismo: hay que pensar en el otro, ponerse en sus zapatos e imaginar cómo se le puede facilitar la vida. Así funcionan las economías modernas, y el resultado es bastante bueno, en comparación con socialismos como el de Venezuela, donde la vida en sociedad sí es una carrera, porque la gente de a pie tiene que correr al supermercado para tomar lo poco que queda.

En una genuina economía de mercado, el éxito personal no ocurre por hacer perder a otros, sino por interactuar constantemente con otros para llegar a acuerdos mutuamente beneficiosos. A modo de ejemplo, ese nuevo producto que un empresario fabricó se encuentra a disposición de la gente, y su éxito dependerá exclusivamente de que la gente lo valore.

En tal caso, se habrá enriquecido por haber estado al servicio de otros. Y si el precio es muy alto, habrá enviado la señal a otros empresarios de que allí hay una oportunidad para progresar; señal que sirve, a su vez, para que la oferta aumente y los precios bajen.

De forma similar, esa idea innovadora que se le ocurrió a un emprendedor será imposible de implementar sin ayudar a otros; por ejemplo, empleando gente que busca trabajo. Mucha gente busca empleo porque quiere empezar a insertarse en el mundo laboral.

Es la oportunidad que necesitan para arrancar. Y celebramos, además, que un estudiante de medicina, de la clase social que sea, se haya destacado y recibido con todos los honores, porque el día de mañana estará en el prestigioso hospital público atendiendo a quienes lo necesiten.

Cuando todo esto se multiplica por millones, la sociedad no tiene mucho que ver con una carrera, sino con un esquema cooperativo para el beneficio mutuo. El objetivo de la sociedad no tiene que ser medir la performance relativa de las personas, como si fuera un deporte, sino volverse un lugar más seguro y habitable para todos, donde nadie necesite ganar, y nadie esté condenado a perder; donde todos dependan de todos, pero nadie esté a merced de nadie.

Ezequiel Spector es Profesor Investigador Escuela de Derecho Universidad Torcuato Di Tella


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