Di Tella en los medios
Revista Ñ
10/07/20

Andrés Di Tella: cómo filmar una historia familiar entre fantasmas

Por Roger Koza

El director del Programa de Cine de la UTDT fue entrevistado sobre su filme "Ficción privada", una reconstrucción cinematográfica de la historia de amor de sus padres.


Fotografía de Kamala Apparao y Torcuato Di Tella, padres del director. Él argentino y ella india, se conocieron mientras estudiaban en los Estados Unidos.

En el cambio de siglo, una generación de cineastas empezó a reescribir la historia del cine vernáculo. Lo mismo sucedió con los estudios y la crítica de cine, y también con los festivales. Andrés Di Tella ha sido un protagonista de ese giro y refundación. Dirigió las dos primeras ediciones del BAFICI, se consolidó como uno de los documentalistas más originales del país y recientemente abrió una vía de formación cinematográfica en la Universidad Torcuato Di Tella, en la que ilustres cineastas entran en contacto con estudiantes para asir desde las experiencias de estos los secretos de un oficio llamado cine. James Benning, Lucrecia Martel, Pedro Costa pasaron por las aulas de esa institución.

Si bien los pergaminos de Di Tella son diversos, la médula de su práctica en el cine consiste en ser un hombre detrás de cámara. Como cineasta le ha interesado la Historia (Montoneros, una historia), el retrato (Hachazos) y la novela familiar (La televisión y yo). En las películas en las que ha elegido a su familia como epicentro de sus indagaciones, las crónicas argentinas han cimentado un cruce magnífico entre la vida personal y la esfera pública. Que su madre haya nacido en la India y su padre haya sido un intelectual reconocido y un funcionario público enriquece y complejiza cualquier reconstrucción biográfica.

Ficción privada es quizás el reordenamiento decisivo de un estado de orfandad ya asumido por el cual se llega a encontrar los lugares más justos y amorosos para el padre y la madre, quienes ya pueden ser simplemente Kamala y Torcuato. Pero ellos no son sólo sus padres, son acaso fantasmas que glosan un siglo ya acaecido, que aún irradia su fulgor en una época casi inconmensurable con la que le precede.

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Andrés Di Tella, cineasta

–El título del filme induce a conjeturar que toda memoria, personal y colectiva, es una operación de montaje, más aún cuando se trata de la novela familiar de un cineasta. ¿Cómo ve la relación entre sus recuerdos, la memoria como sustancia de la identidad y el cine?

–La novela familiar es una ficción, pero una ficción inevitable, de la que es muy difícil escapar. Cada uno de nosotros es lo que es, en alguna medida, por lo que nuestros padres hicieron de nosotros. Como digo en cierto momento de la película: los padres imaginan a sus hijos y los hijos imaginan a sus padres. Yo pude llegar a conocer a mis padres sólo hasta cierto punto. Hay toda una parte de sus vidas, toda una dimensión de su experiencia, que no pude ni podré nunca conocer. No sólo porque no me lo contaron. El hecho de que Torcuato fuera mi padre y Kamala mi madre hace que no pueda verlos del todo sin el traje de “Papá” y “Mamá”. Siempre los vi a través de ese vidrio oscuro, hecho de amor, pero también de enormes malentendidos. La película es un intento de imaginar a Torcuato y Kamala antes de que fueran Papá y Mamá, casi diría: como si no fueran Papá y Mamá. Y esto creo que nos toca a todos, en algún momento. Si no somos capaces de tomar distancia y tratar de ver a los padres como seres humanos concretos, no como proyecciones de nuestras fantasías, nunca seremos nosotros mismos. No sé si es posible hacerlo, pero es una necesidad.

–¿A qué se debe la insistencia en filmar y hacer pública la historia familiar? Es evidente que en la historia de tus padres reverbera la historia del siglo XX, pero el punto de partida es la intimidad.

–La historia de mis padres es bastante única, desde el simple hecho de constituir una pareja de lo que se denominaba “raza mixta”. No era habitual en los años 50 del siglo pasado, cuando ellos se conocieron, que anduvieran juntos un argentino blanco de origen italiano y una mujer negra de la India. Donde quiera que entraran, para bien o para mal, se daban vuelta todas las cabezas. Se conocieron como estudiantes en los Estados Unidos en 1951 y hay que recordar que fue recién en 1955 que Rosa Parks se negó a ceder su asiento a un blanco en el autobús. En algunos estados, incluso, la relación entre personas de distintas razas era directamente ilegal. También era muy particular la familia de cada uno de ellos, de la cual se podría decir que estaban huyendo. Torcuato le daba la espalda al rol que se esperaba de él en la empresa de su padre y ella escapaba del destino que aguardaba a cualquier mujer hindú en 1950. En eso también estaban en una vanguardia. En otro sentido, sin embargo, con toda su singularidad, resultan representativos de todos los que necesitan afirmar su propia identidad, contra las restricciones y prejuicios de su contexto. A la vez, la historia de ellos se ha convertido, con el tiempo, en una historia emblemática del siglo XX. Anuncia lo que va a venir: relaciones entre personas de distintos orígenes y culturas, que eran casi imposibles y que, a lo largo del siglo, se hicieron posibles. Esta es la historia que está detrás, y que aparece apenas insinuada en las cartas. De hecho, las cartas son nada más que fragmentos de lo que fue la vida de ellos, esquirlas que quedan en el campo de batalla. Es como si fueran, mejor dicho, la famosa punta del iceberg. La vida real de mis padres sería el inmenso bloque de hielo sumergido, invisible debajo de la superficie.

–En el filme se enuncia una y otra vez la noción de espectros. Las fotos anónimas como portadoras de vidas ya acontecidas que se invocan al mirarlas, la lectura de cartas, la inserción de ciertos archivos fílmicos, la alusión al psicoanálisis, una tecnología del yo asociada a los fantasmas del inconsciente. ¿No cree que el cine es en sí un arte espectral y usted aquí elige vindicarlo?

–El cine es una fantasmagoría en la medida que vemos en la pantalla personas que no están presentes. Pero reaccionamos como si lo estuvieran. Si no, ¿por qué nos emocionaríamos?, ¿por qué nos asustaríamos? El cine también es una experiencia fantasmagórica porque proyectamos en la pantalla nuestros propios “fantasmas”. Sin embargo, esos fantasmas existen, son reales y tangibles, porque reflejan sentimientos y vivencias reales. La potencia del cine se expresa a veces con mayor vigor, paradójicamente, a través de lo que no se ve, de lo que está fuera de cuadro y tenemos que imaginar. Los directores del cine de terror supieron esto mejor que nadie: esconder da más miedo que mostrar. Esta disposición del cine para hacer de lo invisible, de lo que no está ahí, una experiencia real lo convierte en un vehículo ideal para tratar con lo inexplicable: hace tangibles las experiencias limítrofes, el inframundo de los sueños y la vida más allá de la muerte.

Ficción privada

​Se puede ver de forma gratuita el sábado 11 a las 20 por Cinear TV. A partir del 10 de julio y hasta el 16 de julio en la plataforma Cine.ar Play. Y desde el 17 de julio en la plataforma Puentes de Cine.


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