Di Tella en los medios
El País Digital
13/06/20

¿Y si la pandemia mejora la democracia?

Por Eduardo Levy Yeyati y Andrés Malamud

El decano de la Escuela de Gobierno y director académico del CEPE consideró la posibilidad de que la prepotencia de la emergencia aliente la resistencia al poder antes que la concentración del poder.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, el martes, en el Palacio do Alvorada, en Brasilia.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, el martes, en el Palacio do Alvorada, en Brasilia.JOÉDSON ALVES / EFE

“Derrape pandémico”. Así traduciríamos libremente el término (pandemic backsliding) con el que V-Dem, el mayor proyecto mundial de investigación sobre democracias, designa el riesgo que enfrenta la política a medida que avanza el coronavirus.

El argumento de V-Dem es que, si “las medidas de emergencia habilitan a los estados a restringir temporariamente libertades y controles institucionales, algunos líderes abusan de ese instrumento para erosionar la democracia de manera permanente mediante (a) la imposición de medidas desproporcionadas para la severidad de la crisis y (b) el mantenimiento de las medidas de emergencia una vez que la crisis hubo pasado”. Compilando estas medidas para 142 países hasta abril de 2020, V-Dem cuenta 48 con alto riesgo de “derrape” y 34 con riesgo medio. Moraleja: hoy la democracia no es amenazada por perdedores que no aceptan sus derrotas, sino por ganadores que no aceptan sus límites.

No son los únicos observadores que expresan esta preocupación. Por caso, Fernando Henrique Cardoso, el expresidente de Brasil, advirtió recientemente que los pobres emergerán de la pandemia aún más pobres, acentuando las desigualdades reales y percibidas y alimentando el canto de sirena de los populismos.

Sin menoscabar estos análisis y advertencias, creemos que pasan por alto un elemento esencial: la posibilidad de que la prepotencia de la emergencia aliente la resistencia al poder antes que la concentración del poder. Esta resistencia, en el mediano plazo, llevaría a los ciudadanos a demandar más deliberación y rendición de cuentas, menos imposición. En vez de un derrape antidemocrático, estaríamos ante un deslizamiento pro-democrático.

¿Demasiado optimista? Veamos.

Los beneficios secundarios del daño

El saber convencional asegura que hay dos tipos de democracias: las frágiles y las robustas. Las democracias frágiles son sensibles al daño; las robustas son inmunes. Inspirados en el estadístico libanés-americano Nassim Taleb, podemos concebir la existencia de un tercer grupo: las que obtienen algún beneficio del daño – siempre que el daño no las mate.

¿Qué tan grave es el daño?

Hay cuatro áreas en las que el Covid encuentra a América Latina con “comorbilidades”: 1) el escaso acceso al capital internacional (que tiende a huir en tiempos malos); 2) el limitado espacio fiscal (debido a altos déficits y abultadas deudas públicas); 3) los mercados laborales precarios (donde los asalariados formales representan menos de la mitad de la población activa); y 4) un desencanto difuso con la democracia. Varios de estos ingredientes están presentes en otras regiones, pero no todos juntos.

Sobre este trasfondo, la extensión de la crisis y la dureza de la respuesta son cruciales para pensar lo que viene. Por ejemplo, si –como sugiere el consenso científico– la pandemia es larga, una cuarentena intensa y precoz que agote el combustible fiscal y psicológico en la mitad de la maratón podría alimentar el descontento social en la segunda mitad. La peor combinación.

El ciclo electoral potencia esta incertidumbre. Si se vota temprano, los gobiernos más efectivos serán premiados por su desempeño sanitario; si se vota más tarde, serán castigados ante la inevitable recesión. Esto ya empezó a provocar la postergación de elecciones. En palabras de María Victoria Murillo (Universidad de Columbia), “el Covid-19 ha debilitado dos mecanismos cruciales de la representación democrática en América Latina, las elecciones y las protestas, y con ello ha fortalecido a los presidentes que actuaron decisivamente y concentraron más poder para coordinar la respuesta”.

El escenario hacia fines de 2020 es preocupante: una economía que se recupera lenta y fragmentariamente; altas tasas de desempleo, formal u oculto; compañías zombies viviendo de créditos estatales que no pueden devolver; y una creciente dualidad del ingreso entre trabajadores formales y trabajadores precarios que dependen de la asistencia social. Ahora, ¡imagínese 2021! El temor a un tsunami populista es entendible.

Sin embargo, los meses de cuarentena y el creciente malestar económico podrían tener el efecto contrario. A medida que la amenaza del virus decrece y la fatiga de la emergencia aumenta, otras instituciones gubernamentales –y la misma ciudadanía– tenderán a sobre compensar tanta concentración vertical. “Lo que no me mata me fortalece”: como un organismo biológico, la democracia puede salir fortalecida por un golpe que no la derribe.

La democracia contraataca

La sobrecompensación es la primera defensa. Cuando algunos presidentes se pasaron de la línea, los gobernadores (en países federales), el congreso y hasta el poder judicial salieron a marcar límites. En algunos casos, incluso ministros (como en Brasil) o jefes militares (como en Estados Unidos) se desmarcaron del presidente. Una investigación reciente de Tom Ginsburg (Universidad de Chicago) y Mila Versteeg (Universidad de Virginia) desmiente “las acusaciones simplistas de concentración del poder”, mostrando que los frenos y contrapesos en tiempos de pandemia han moderado a los poderes ejecutivos en casi todos los países del mundo.

El segundo factor por el cual la pandemia podría energizar a la democracia es el develamiento de la incompetencia. Coincidencia o no, algunos de los líderes más notorios en términos de retroceso democrático son también los menos exitosos en términos sanitarios. El que no pierde por autoritario, pierde por inútil.

El tercer factor es la presión internacional. Ante una amenaza planetaria, el liderazgo irresponsable daña a ciudadanos propios y ajenos. Otros estados pueden sentirse amenazados por la mala gestión de la pandemia y dar la espalda a gobernantes peligrosos –o excluir al país de las futuras “burbujas de viaje” con las que preservaremos nuestra ilusión de ser ciudadanos globales.

Las tendencias preexistentes en la región no eran, por cierto, muy favorables a la democracia: América Latina corría el riesgo de tornarse “la tierra de la democracia militarizada”, al decir de Javier Corrales (Amherst College), en momentos en que la masividad de las protestas callejeras ponía en duda la estabilidad de varios gobiernos. Si a esto sumamos que buena parte de los partidos de oposición estaban en crisis, ¿de dónde surgiría un liderazgo alternativo al potencial dictador pandémico?

Sin embargo, el futuro de la democracia en una América Latina post-pandémica no depende solamente de que los gobiernos respondan a la crisis sin erosionar las reglas, sino también de que los otros poderes, las autoridades subnacionales, los partidos políticos y la sociedad civil reaccionen ante la arbitrariedad ejecutiva. En este frente hay indicios esperanzadores.

Un “deslizamiento pro-democrático” no es inevitable, por supuesto. Nuestro argumento es que es posible. La democracia es producto de la acción humana: regímenes enfermos pueden generar anticuerpos, inmunizarse para salir fortalecidos. Así, un virus mortal podría terminar siendo la vacuna de nuestro descontento democrático.

Eduardo Levy Yeyati, economista, es decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Torcuato Di Tella e investigador no residente de The Brookings Institution.

Andrés Malamud, politólogo, es investigador principal del Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad de Lisboa, Portugal.