Di Tella en los medios
Revista Ñ
13/05/20

Destrúyeme otra vez: iconoclasia de ayer y hoy

Juan Pablo Artinian, profesor invitado del Departamento de Ciencia Política y Estudios Internacionales, fue consultado por la Revista Ñ sobre episodios de iconoclasia en la historia argentina.



Cuadros, crucifijos, bustos, estatuas, instalaciones, fotos, vitrales, afiches. La paleta de imágenes que a lo largo de la historia de la humanidad ha sido destruida de manera intencional es enorme y atraviesa todo tipo de culturas. La reciente publicación en castellano de Iconoclasia. Historia y psicología de la violencia contra las imágenes (Sans Soleil Ediciones), del académico estadounidense David Freedberg, ayuda a comprender la destrucción de aquellas creaciones.

En un sentido estricto, la iconoclasia es la eliminación intencional de imágenes religiosas; pero según la codirectora del área de Antropología Visual de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, Marina Gutiérrez De Ángelis, a ese término “hay que extenderlo más allá del ámbito religioso, porque también involucra las imágenes políticas, las artísticas, las publicitarias”. Traductora y autora del prólogo del libro de Freedberg, recuerda: “Desde el pensamiento teológico, las disputas iconoclastas, la Reforma protestante y la Contrarreforma, hasta las redes sociales como Facebook, Youtube o Twitter, la imagen ha sido objeto de reflexiones, disputas políticas y ataques diversos”.

Para hablar de la destrucción de imágenes solemos remitirnos a la iconoclasia de los siglos VIII y IV en Bizancio, que enfrentó a quienes rechazaban su uso para el culto cristiano con quienes lo defendían, el fenómeno hunde sus raíces en tiempos más lejanos. De hecho, Freedberg conjetura que los manchones en las pinturas de las cuevas prehistóricas de Lascaux y Chauvet pueden ser indicios de una temprana voluntad de eliminarlas.

Reforma y conquista americana

​El siglo XVI alberga dos procesos casi paralelos: destrucción de imágenes de los pueblos americanos por parte de conquistadores españoles como Hernán Cortés y, a su vez, la eliminación de símbolos católicos en iglesias holandesas, alemanas, inglesas, suizas y francesas. Como señala Serge Gruzinski, en La guerra de las imágenes. De Cristóbal Colón a Blade Runner. 1492-2019 (FCE): “Con el florecimiento de la Reforma, las idolatrías –las de la Roma católica– se volvió un tema de actualidad”. Tan actual que la propia conquista española se volvió iconoclasta, aplicando a los vencidos lo que sufriría el catolicismo en otras naciones europeas. Por ejemplo, Cortés desde 1519 blanqueó con cal los santuarios de los cultos locales, destruyó ídolos aztecas en México y los reemplazó por imágenes cristianas.

Mientras, en Europa, hacia 1566, estallaron revueltas iconoclastas en los Países Bajos y en otros territorios del continente, empujadas por la consideración de las imágenes católicas como gastos superficiales, supersticiones o engaños.

Influidos por predicadores protestantes, los atacantes destrozaron crucifijos, altares, cuadros y vitrales. Curiosamente –o no tanto– un predicador holandés, Jan Gerritsz Versteghe, recomendaba que las iglesias protestantes, que reemplazarían las católicas, debían tener todas sus paredes pintadas de blanco, el mismo recurso utilizado por Cortés en México.

Tiempos modernos

El primer registro en soporte visual moderno de un hecho de esas características fue el derribo de la estatua de Napoleón I, en Francia, capturado mediante una foto en 1871, durante el gobierno de la revolucionaria Comuna de París. Ya con la televisión y a fines del siglo XX, la destrucción de estatuas de Lenin y Stalin en los meses posteriores al derrumbe de los gobiernos comunistas en Europa ofreció otro repertorio iconoclástico.

Otro caso difundido de manera masiva, ya en este siglo, fue la destrucción de la estatua del dictador iraquí Saddam Hussein en 2003. Las cámaras retrataron la operación y, como reconoce Freedberg, fuera de cuadro pero en un rol clave, estaban los marines estadounidenses, responsables de la orquestación del acto, en la etapa final de la invasión lanzada por Washington contra Irak.

En 2001, el régimen talibán que sometía a Afganistán había dinamitado dos gigantescas esculturas que representaban a Buda, de 1500 años de antigüedad, por considerarlas “idolátricas”. Durante 2014 y 2015, el Estado Islámico (EI) destruyó el Museo de Mosul y el yacimiento histórico de Nimrud, que alojaban tesoros de la cultura asiria, con los mismos argumentos. Lo mismo hizo con parte del patrimonio del Museo de Palmira, en Siria. Las destrucciones fueron filmadas y distribuidas con verdadera pasión, tal como hacía el EI con los asesinatos de rehenes iraquíes, japoneses o estadounidenses. O sirios, como el arqueólogo Khaled Asaad, responsable del sitio histórico de Palmira durante 20 años, decapitado en 2015. Como dice Freedberg, “dejar huellas” de la eliminación de las imágenes pareciera, durante los últimos tiempos, tanto o más importante que la destrucción en sí.

Historias visuales de la Argentina

¿Qué puede decirse de la iconoclasia en nuestro país en el siglo XX? Por lo pronto, ya el golpe cívico-militar contra el radical Hipólito Yrigoyen incluyó actos de destrucción de imágenes del líder derrocado.

Durante el segundo gobierno peronista, el 16 de junio de 1955 la Marina bombardeó Plaza de Mayo y sus alrededores, matando a por lo menos 300 personas, como parte de un plan más amplio para derribar a las autoridades. Como respuesta a esa masacre, manifestantes peronistas quemaron y destrozaron altares, libros litúrgicos e imágenes de santos dentro de las iglesias. Juan Pablo Artinian, doctor en Historia de la State University of New York at Stony Brook, docente de la Universidad Torcuato Di Tella e investigador del CONICET, señala: “La noción que operó ahí es que la Iglesia Católica funcionaba como una suerte de condensación –a los ojos del Estado– de toda la oposición”. Tres meses más tarde, ya con un golpe de Estado exitoso contra Perón, la iconoclasia se descargó contra los símbolos del partido que él comandaba. En ese sentido, Artinian distingue dos procesos: el primero, inmediatamente producido el golpe, con “movilizaciones de clase media y clase media alta que se dirigen a distintas dependencias públicas, unidades básicas y destrozan imágenes de Perón y de Eva, fueran bustos o fotografías”. Y el segundo, cimentado por el decreto 4161, con una “política de destrucción sistemática de imágenes, por ejemplo a través de la quema de libros peronistas, afiches, pósters y bustos”.

En un plano general, el antropólogo visual y docente de FLACSO Carlos Masotta asegura: “En realidad siempre estarían operando fuerzas iconoclastas a la vez que productoras de imágenes. Se trata de un proceso bifronte que pone en juego no simplemente sacar las imágenes del otro e imponer las propias, sino apoderarse o ejercer hegemonía en el control y la administración del campo de lo visible”.

En cualquier caso, las imágenes no dejan indiferentes a sus destructores. Tal como recuerda Freedberg, “la voluntad de destruirlas testimonia el reconocimiento de su poder, su utilidad y el potencial de su explotación en manos de los poderosos”. Para el autor, “toda imagen despierta emociones profundas. No solo por lo que simboliza o a quién, sino por el grado en el que involucra al cuerpo y a los sentimientos del espectador”.

En tiempos digitales, las imágenes así registradas pueden eliminarse con facilidad y al mismo tiempo multiplicarse como nunca antes, un proceso paradójico que ejemplifica la sentencia de Freedberg acerca de que el amor y el odio hacia aquellas “son las dos caras de una misma moneda”.