Di Tella en los medios
Forbes
14/04/20

¿Cómo será la Universidad post coronavirus?

El profesor investigador del Área de Educación de la Escuela de Gobierno analizó cómo la virtualidad ofrece herramientas que enriquecen el sistema educativo.



La universidad es una entidad reacia al cambio, difícil de convencer, sobre todo si las necesidades no apremian. Generalmente, haciendo uso de su condición de autónoma, impone sus preferencias. Lo que no está mal, sobre todo si esto implica no rendirse a caprichos políticos.

En estos días hemos sido testigos de esa “desobediencia”. La casi totalidad de las 132 instituciones del sistema dijo no ante la sugerencia del Ministerio de Educación, aquella de suspender las clases hasta junio. Esta reacción, la de continuar, claro que en modalidad remota, exhibe a una institución que responde con vigor cuando la situación apremia. El mantenerse en pie durante épocas de crisis e incertidumbre evidencia su madurez, sabiendo que también en ella se trabaja sin pausa en pos de la vacuna que devuelva la normalidad a nuestras rutinas. Y a pesar de que la tomó desprevenida, el COVID-19 despertó lo mejor de sí. Mientras algunas se hallaban mejor equipadas que el resto para enfrentarse a una situación no tan conocida, en conjunto buscaron el norte de la opción online.

Si bien la urgencia casi no ha dado tiempo para responder a los interrogantes que hoy nos interpelan, surgen algunas preguntas para pensar el rol de la universidad en un escenario post pandemia. Por ejemplo, si la educación remota desplazará en parte a la presencial, o si la virtualidad es una opción de calidad cuestionable y, sobre todo, si de cara a un futuro más incierto, la responsabilidad social de la Universidad como institución será aún mayor a la actual.

No es fácil imaginar cómo se reconfigurará cuando las aguas se aquieten. Aun la lente del COVID-19 empaña el horizonte futuro. Sin embargo, con el cielo más claro, las universidades volverán a abrir sus puertas a la modalidad presencial, pero de manera diferente, habiendo descubierto que la “nueva” herramienta tecnológica, subutilizada en gran mediad hasta ahora, no es una sustituta sino complementaria de la forma tradicional de enseñanza.  Así, se volverá a una universidad presencial pero reconociendo que la distancia geográfica dejará de ser un impedimento para llegar a un número de alumnos que la ven como una aspiración mayúscula pero aún lejana. Seguramente el espacio universitario será uno más equitativo si no se descuidan los aspectos de calidad de la opción remota.

Asimismo, el haberse familiarizado con la virtualidad tal vez despeje muchos de los mitos que tras ella se han construido. Más allá de algunas estrategias pedagógicas que deberán aprenderse y renovarse, la calidad de un docente no mejora ni empeora por un simple cambio tecnológico. La literatura que estudia el tema no encuentra grandes diferencias al respecto. Los mejores seguirán siéndolo y el resto deberá perfeccionarse. Por otro lado, tal vez los estados nacionales habrán aprendido la lección y canalizarán más fondos de investigación en áreas críticas que hacen al desarrollo humano y social de los países. En esto, la universidad juega un papel crítico como generadora de ideas y sitio que alberga gran parte de los científicos que ayudan a avanzar la ciencia. Como institución deberá ser apoyada y protegida.

Posiblemente, la educación universitaria no sufrirá un cambio de 180 grados y para siempre luego del COVID-19. Hay rutinas que no podrán reemplazarse. Las prácticas, los talleres, la socialización entre pares que van construyendo el capital social de quienes asisten, todo esto volverá a la normalidad. Tal vez bajo otras formas, pero unas seguramente enriquecidas.