Di Tella en los medios
Clarín
24/03/20

El cuadrilátero de la crisis

"Los gobiernos efectivos son aquellos que descansan sobre la unidad del Poder Ejecutivo y dan muestras en su seno de un sólido consenso", advirtió el profesor emérito del Dpto. de Ciencia Política y Estudios Internacionales a propósito de las múltiples amenazas que acechan al gobierno argentino.


(EFE/ Juan Ignacio Roncoroni)


La Argentina soporta una acumulación de crisis. A las que ya tenemos se suma ahora la alarmante presencia del Coronavirus. En los medios y en las redes se comenta que afrontamos una pandemia típica de la globalización.

Es cierto, a lo que deberíamos añadir, para ajustar el análisis, una mirada atenta hacia el lugar dentro de las naciones en que estos hechos ocurren. Tal contexto no es otro que el de las megalópolis del siglo XXI.

Las primeras noticias de este acontecimiento nacieron en la ciudad de Wuhan, en China ¿Una ciudad sin adjetivos, como suele decirse? La respuesta es más impactante: Wuhan es una aglomeración de 11 millones de habitantes que coexisten en un espacio reducido en contraste con el contorno rural.
El apiñamiento, las relaciones cara a cara, el contacto estrecho, las desigualdades persistentes (agudas entre nosotros) conforman la fisonomía de unas megalópolis que hacen las veces de arbotantes de la globalización.

La política, los mercados, el turismo, las migraciones, el deporte, el trabajo sujeto a las transformaciones tecnológicas, interactúan en ese mundo urbano en asombroso crecimiento. También lo hacen los virus.
Cualquier historiador diría que el asunto no es novedoso. Plagas, pestes en las ciudades hubo siempre, en la Atenas de la guerra del Peloponeso en el siglo V a.C., en Londres en el siglo XVII, en Buenos Aires cuando cundía la fiebre amarilla durante la presidencia de Sarmiento. Los casos abundan; lo que cambia vertiginosamente es la escala urbana y las imágenes que se difunden al instante, aunque todavía persistan epidemias rurales-urbanas (por ejemplo, el Dengue).

No es de extrañar entonces que esta pandemia se haya convertido en un eje transmisor del miedo entre megalópolis. La propagación del miedo supera pues a la propagación efectiva de la pandemia.

Quien está atemorizado no es más el campesino sin cura de la peste negra del siglo XIV, ni tampoco el de la gripe española en 1918- 1919 (la población rural era entonces más alta), sino un habitante urbano que aguarda impaciente las vacunas salvadoras, mientras se repliega en su vivienda inmerso en las redes y la televisión. Ciudades vacías: la pandemia destruye en ellas esa sociabilidad pública de antigua data en calles, plazas, cafés, espectáculos y movilizaciones.

¿Cuánto durará este paréntesis? Es obvio: hasta que baje la marea (la maquinaria autoritaria de China, que al comienzo encubrió los hechos, está ofreciendo mejores resultados); pero estos reflujos tienen ritmos diferentes.

En algunos continentes calculan que descenderá en el verano. En el nuestro, pronóstico preocupante, estamos a la espera del invierno. Ha quedado de este modo en evidencia un atributo de la política, tan escaso como necesario, que consiste en la previsión. Si gobernar, como decía Maquiavelo, es hacer creer (somos duchos al respecto) también gobernar es saber prever.

En estos días el Gobierno tuvo en cuenta experiencias negativas de países que se durmieron y reaccionó positivamente.

Enhorabuena, porque nuestro panorama sanitario, en el caso de que la propagación del virus alcance los niveles europeos, es deficiente. Para ser eficaz, la acción inmediata debe contar con el auxilio de la previsión a largo plazo.

Aun así, para medir la gravedad de la pandemia, en los países europeos que disponen de excelentes sistemas de salud pegan duro la reproducción de casos y la mortandad.

Estos datos destacan el hecho de que entre nosotros campea la imprevisión. Apostamos más al azar y al accidente que a la razón pública y a las instituciones capaces de morigerar a esos cisnes negros que surgen de improviso conmocionando los mercados mundiales. Caen los precios de nuestras exportaciones (el del petróleo lo ha hecho por otras causas) y los agentes se preguntan que destino tendrá, en semejante turbulencia, la oferta que el Gobierno hará a los tenedores privados de los bonos de la deuda, dado que con el FMI la negociación tendría otro tenor.

Como siempre, estamos en un desfiladero plagado de interrogantes que saltan a cada paso ¿Podrá disiparse el peligro de otro default? ¿O, tal vez, este sacudón planetario impulse a los mercados a aceptar las quitas que propondrá el Ministerio de Economía? Lances de quien arriesga en coyunturas que, de tan repetidas, nos sumergen en un estéril conservadurismo. La Argentina que da vueltas en un círculo que jamás se modifica. Emisores y deudores compulsivos: los fondos buitres desde luego al acecho.

De este sombrío escenario deberíamos extraer alguna conclusión que nos permita ver más allá. Las graves crisis, un lugar común, implican oportunidades. Tal vez haya llegado la hora de concebir al Estado no tanto como un objeto de posesión, guiado por el interés propio de los gobernantes, sino como un instrumento al servicio del interés general de la ciudadanía. Hoy mas que nunca necesitamos sacarnos las anteojeras y abandonar esas inclinaciones posesivas que, al cabo, generan disolución y faccionalismo.

Sabemos que el origen de las facciones es tributario de la declinación o muerte de un partido político. Pasa en todas partes: el desmantelamiento de los partidos históricos está desarticulando a las democracias. No somos ajenos a esta circunstancia que se complica más cuando el faccionalismo se instala en la entraña del Estado y erosiona los vínculos capaces de consolidar una coalición gobernante.
Esta es una advertencia que recorre buena parte de nuestro pasado.

Los gobiernos efectivos son aquellos que descansan sobre la unidad del Poder Ejecutivo y dan muestras en su seno de un sólido consenso. Lograrlo no es sencillo. Imaginemos, con tal objeto, un cuadrilátero en el cual desde cada rincón se desafía a la vocación de servicio: la amenaza del Coronavirus, el contexto de la megalópolis (entre el 60% y 70% de los contagiados por el virus reside en el AMBA) los riesgos del default y el faccionalismo. En el medio, conteniendo estos golpes, debería estar el poder presidencial cuya coherencia y autoridad es ahora imprescindible.