Di Tella en los medios
La Nación
1/03/20

Por favor, se ruega no molestar: el suave despertar de la economía del sueño

Por Sebastián Campanario

María Juliana Leone, integrante del Laboratorio de Neurociencia, habló sobre su proyecto Crono Argentina, que relevó hábitos de sueño de 22.000 personas. "En la Argentina hay un déficit de sueño colectivo elevado, porque somos una sociedad de hábitos nocturnos", dijo.


Test rápido para saber si uno tiene déficit de sueño: ¿siente que necesita seguir durmiendo cuando suena el despertador a la mañana? ¿Su cerebro no puede funcionar normalmente hasta el mediodía sin haber tomado nada de cafeína?

Si la respuesta a alguna de las dos preguntas es sí, es muy probable que usted esté durmiendo menos de lo que su cuerpo y mente precisan. Al menos, esto es lo que asegura el neurocientífico Matthew Walker, un reconocido divulgador de la temática de sueño, preocupado por alertar sobre lo que él considera que es una "verdadera epidemia de insomnio" a nivel global.

¿Exagerado? Al igual que otros males modernos, el deterioro del sueño en todo el planeta tiene una trayectoria exponencial. En los Estados Unidos, hace 100 años, menos del 2% de la población dormía menos de seis horas por noche. Hoy ese porcentaje supera el 30%.

"Es un problema claramente subestimado", cuenta a LA NACION la científica María Juliana Leone, experta en sueño del Conicet, la Universidad Torcuato Di Tella y la Unqui. Leone integra el proyecto Crono Argentina, junto al biólogo Diego Golombek y otros colegas, que ya relevó los hábitos de sueño de 22.000 personas. "Pronto tendremos los primeros resultados. Nuestra hipótesis es que en la Argentina hay un déficit de sueño colectivo elevado, porque somos una sociedad de hábitos nocturnos -se cena más tarde que en los Estados Unidos o en Europa- y eso reduce la cantidad de horas de descanso".

Walker publicó dos años atrás Por qué dormimos, que recientemente editó Paidós en castellano, y que fue uno de los libros de no ficción más vendidos en los últimos dos años en los Estados Unidos. Hay otros divulgadores famosos de esta temática, como Ariana Huffington, autora de La revolución del sueño.

En un lento despertar, esta toma de conciencia sobre la verdadera dimensión del problema llegó al foco de interés de los economistas. Hay un campo emergente de "economía del sueño" que está cuantificando costos a nivel micro: cuántas horas de trabajo se pierden por menor atención o cuántas vidas se cobran los accidentes de tránsito relacionados con el déficit de descanso (Walker afirma que los choques por falta de sueño son peores, en cantidad de víctimas, que los producidos por drogas o alcohol, porque en estos últimos casos las reacciones se retardan, mientras que en un estado de "microsueño" por cansancio, directamente se suprimen).

Y también a nivel macroeconómico. LA NACION conversó con Marco Hafner, economista de Rand, un centro europeo que ya midió el costo del déficit de sueño sobre el PBI de cinco países. En Japón se encontró el peor resultado, con una pérdida estimada de 2,92% del PBI (casi 140.000 millones de dólares al año). En los Estados Unidos la pérdida estimada fue de 2,28% del PBI; en Inglaterra, de 1,86%; en Alemania, de 1,56% y en Canadá del 1,36%. Si la población durmiera bien, la riqueza adicional creada equivaldría a todo un presupuesto de educación, por ejemplo.

Hafner está ampliando la muestra a otros países y cree que este año podría tener datos para América Latina. Su esposa es colombiana y Hafner tiene la misma intuición que Leone: probablemente en la región este problema de falta de sueño sea peor, por los hábitos culturales nocturnos. Cualquier avance en el sentido de lograr que se duerma mejor tiene carácter inclusivo: hay estudios con miles de casos en barrios muy pobres de la Argentina y de la India que muestran una relación directa entre poco sueño y bajos ingresos, en un círculo de pobreza que se retroalimenta. También hay alta correlación entre zonas de elevada inseguridad y déficit de sueño, y esta dinámica es aún más perversa para las mujeres.

"Una de las dificultades más grandes que tenemos es conseguir datos comparables de sueño. En general se hacen con encuestas y la gente tiende a mentir: sobredeclara sus hábitos saludables y subdeclara los no saludables", explica Hafner. También es clave entender que la calidad del sueño es tan importante como la cantidad de horas dormidas, y eso solo se puede determinar con estudios costosos, que incluyan polisomnografías a gran escala y que vayan más allá de las encuestas.

Mientras tanto, los economistas apelan a muestras y a algunas variables aproximadas: días atrás se conoció un estudio que muestra que los jugadores de básquet de la NBA que tuitean a altas horas de la noche tienen una peor performance que los que no lo hacen.

La sociedad del cansancio

En La sociedad del cansancio, el autor surcoreano Byung-Chul Han, que da clases sobre estudios culturales en la Universidad de Berlín, alude a poblaciones con exceso de estrés, fatiga y agobio. Una forma de contar la historia de los últimos 100 años es la de una batalla que vamos perdiendo contra enemigos del sueño (estrés laboral, proliferación de pantallas y contenidos, etcétera).

La avanzada de la tecnología contra el sueño se da por múltiples vías. Es famosa la frase del CEO de Netflix, Reed Hastings, de abril de 2017, respecto de que el mayor enemigo de su compañía no era HBO u otra plataforma, sino el sueño. Pero también la economía de plataformas, que promueve un trabajo independiente y sin horarios, conspira contra el buen dormir, que requiere de ciclos regulares. El estrés por agarrar todos los encargos mientras se está preocupado por conseguir ingresos para el siguiente mes y por cobrar los de los meses anteriores es una constante de la denominada gig-economy.

La regularidad en los horarios de sueño es una recomendación central de los expertos en esta materia. Semanas atrás, Leone y sus colegas publicaron un estudio en Nature que demostró que los adolescentes argentinos sufren de manera masiva un jet lag debido al horario escolar, que la mayor parte de las veces se aleja de su ciclo natural de sueño. Walker insiste mucho en acostarse y levantarse durante el fin de semana en los mismos horarios que de lunes a viernes: lo contrario equivale, a nivel de impacto en el cuerpo y el cerebro, a hacer un viaje por semana a otro huso horario.

Pero más allá de las recomendaciones puntuales y de los recetarios de autoayuda, los especialistas coinciden en que esta epidemia solo se revierte con soluciones sistémicas que involucren políticas públicas y cambios masivos de hábitos en la cultura de las empresas. ¿Cuáles? Evitar los mails de trabajo después de un determinado horario o adaptar la jornada laboral al cronotipo de cada empleado, o no fijar reuniones demasiado temprano.

Por qué dormimos a veces se vuelve demasiado técnico y repetitivo, y no está escrito con la pluma de otras obras de divulgación médica como Ser mortal, de Atul Gawande, o El emperador de todos los males: una biografía del cáncer, de Siddhartha Mukherjee (ambos autores ganadores de premios Pullitzer). Pero tiene una potencia enorme para que tomemos conciencia de la importancia de los hábitos saludables de sueño. Si tenemos una sola bala para mejorar nuestra salud física y cognitiva, afirma Walker, esta debería concentrarse en sumar horas de sueño de modo consistente (y sin pastillas). Las siestas cortas son mejor que nada, pero no reemplazan al sueño nocturno.

Hay una contraindicación a tener en cuenta: para quienes dormimos menos de lo recomendado, enterarnos de lo dañino de este déficit puede implicar más ansiedad. En mayores de 45 años, las chances de un ataque cardíaco se duplican para los que duermen menos de seis horas por día. Uno se termina despertando a las cuatro de la mañana y a las inquietudes habituales se suma la de notar cuánto tiempo de vida se resta por no descansar lo suficiente.


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