Di Tella en los medios
Letra P
13/01/20

Eduardo Levy Yeyati: "Sin crecimiento, el equilibrio de la coalición es difícil de sostener"

Por Leandro Renou

El decano de la Escuela de Gobierno y el director académico del CEPE fue entrevistado en Letra P sobre el rumbo económico del Gobierno a treinta días de la asunción del presidente Alberto Fernández.



“Se pueden vislumbrar intenciones”, dijo Eduardo Levy Yeyati en el inicio de la charla con Letra P, refiriéndose a los primeros treinta días de Alberto Fernández en el poder. El economista y decano de la Escuela de Gobierno de la Torcuato Di Tella, dentro de este carreteo de la gestión de Todos, analizó como positivo el rol del ministro de Economía, Martín Guzmán, al que consideró “una continuidad que es innovación” en una Argentina “pendular”. Pero aclaró que los resultados económicos condicionan la estabilidad política de la alianza de gobierno.

También aseguró que la inflación puede “sorprender a la baja en enero”, pero admitió que si el descenso no es rápido, cuando haya que actualizar dólar y tarifas, “volverá con creces”. 

-En un mes de gobierno, ¿se puede vislumbrar algún rumbo económico?
-Se pueden vislumbrar intenciones, con la salvedad de que todo gobierno acomoda sobre la marcha. En lo económico, veo dos enfoques en los dos grandes ministerios económicos, que no necesariamente son complementarios. En Hacienda, la intención de estabilizar la economía, reestructurando la deuda sin un default desordenado y equilibrando las cuentas públicas con un ajuste fiscal centrado en el campo y la clase media y los adultos mayores. En Producción, la intención de reproducir la política orientada al mercado interno, con administración del comercio y de los precios y con crédito subsidiado, que fue central en el segundo gobierno de Cristina (Fernández de Kirchner). El rumbo político es más difícil de encuadrar, aunque lo veo al Presidente haciendo equilibrio en una coalición heterogénea de kirchneristas, peronistas y gobernadores. Sin crecimiento, ese equilibrio es muy difícil de sostener.

-¿Ve alguna diferencia concreta con la articulación ministerial y de toma de decisiones de Cambiemos?
-Varias, siempre teniendo en cuenta que no hay un programa que sintetice a un gobierno; hay expresiones que los analistas atan a posteriori en un relato. Cambiemos apostó al comienzo a las políticas de oferta para crecer: desregular y desgravar para que florezcan los espíritus animales del capitalismo argentino, para mejorar la competitividad externa y relajar la restricción de dólares que está detrás de nuestras crisis. Y, paradójicamente, a las políticas de demanda, maniobrando con el dinero y la tasa de interés, para bajar una inflación que era fundamentalmente de oferta, ya que reflejaba la devaluación, el aumento de tarifas y la indexación pasiva. Este gobierno insinúa que va a hacer lo contrario: política de precios y salarios para la inflación y protección y subsidio para la industria. Una regresión completa a 2015. Hay un punto, afortunadamente, en el que, más allá de la retórica, coinciden: el déficit fiscal no es financiable y hay que equilibrar las cuentas públicas. En ese sentido, Guzmán representa una continuidad que es una innovación frente a la oscilación pendular de los últimos años.

-Escribió mucho sobre trabajo y empleo. Este gobierno parece querer reactivar la contratación con un repunte de las fábricas convencionales. ¿Es suficiente?
-Ojalá lo fuera. Hay una parte de la caída del empleo industrial que es cíclica, por la crisis. Pero hay una tendencia declinante que es más larga y creo que estructural. No es inevitable: en los países desarrollados el porcentaje de asalariados de convenio es muy alto y no necesariamente cae. Pero, en la Argentina, el Gobierno enfrenta un dilema de asignación de recursos públicos: puede subsidiar empresas no competitivas para preservar esos trabajos que durarán lo que dure el subsidio; subsidiar nuevas empresas en crecimiento para crear nuevos trabajos, lo que requiere reentrenar a la fuerza laboral desplazada de los sectores no competitivos; proteger el ingreso del trabajador que busca empleo mediante un seguro de desempleo y programas de entrenamiento; regular y formalizar el trabajo independiente, que es el único que crece en el país. De todas, la primera es la salida más fácil y la menos eficiente.

-¿Hay industrias que no son competitivas?
-Acá hay que ser precisos: por industria hablo de actividades. Separar campo, industria y servicios es arcaico. ¿Cómo asignarías los sectores que intervienen en una botella de malbec en un supermercado asiático? Por otro lado, dentro de cada actividad, hay competitivos y no competitivos. Conozco firmas textiles que importan tela, confeccionan localmente y exportan, o sea, son competitivas, aunque si no pueden importar la tela, ya no lo son. La competitividad varía entre firmas y entre eslabones de la cadena de producción: los países desarrollados exportan, sobre todo, bienes intermedios dentro una industria. Digo todo esto porque el lector tal vez piensa que exportar es hacer y vender un producto o un servicio final, piensa en zapatos y autos y, si bien eso también existe, no es lo más representativo. Y porque la competitividad también depende del resto de la cadena: en muchos países en desarrollo, la producción de bienes intermedios y servicios usados como insumo en muchas cadenas está concentrada, e incluso hay casos en lo que están protegidos, lo que los encarece a expensas de otras actividades. Dicho todo esto, no es el gobierno el que tiene que decidir si una actividad es competitiva, eso depende de cada empresa. La sola complejidad del concepto de competitividad haría imposible la confección de esa lista. Lo que el gobierno hace es detectar actividades en declinación y decidir si las preserva con subsidios o ayuda a reorientar esos recursos hacia actividades más dinámicas. 

 
-¿Cómo sería un esquema más equitativo? El Gobierno repite que el que tiene más debe pagar más. El propio FMI había pedido subir retenciones al campo.
-Sin ser un experto fiscal, se me ocurre que deberían pagar los que no pagan, teniendo cuidado de pensar formas intermedias para que tributen según su capacidad de pago; grabar a todos con un mismo régimen rígido favorece la informalidad. A partir de ahí, la discusión se vuelve cultural. En general, el impuesto más progresivo es el de ingresos o ganancias, que suele cubrir más aportantes y tener una pendiente más alta (empezar con alícuotas más bajas y terminar con alícuotas más altas que en la Argentina), pero en la Argentina bajar el mínimo no imponible o agregar categorías más altas es unánimemente impopular, tal vez porque no se lo ve como el costo de reducir otros impuestos sino como un aumento de la ya alta carga tributaria. Las retenciones son un impuesto de emergencia. Yo estaba en el Banco Central en enero de 2002 cuando lo pusimos y sus razones no fueron tributarias: el fisco necesitaba fondos y, sobre todo, dólares. La misma razón por la que el FMI, y varios economistas, sugeríamos esto ya en 2018. Es un impuesto distorsivo de emergencia, inferior a ganancias o a un impuesto a la tierra.

-¿Es posible que haya crecimiento si las paritarias escalan en pedidos que compensen la inflación pasada y la que viene?
-Hay que entender que la inflación obedece a factores de demanda y de oferta. Si emitimos a mansalva o regalamos dinero, la demanda recalienta la economía y hay inflación. Si devaluamos o ajustamos tarifas o recibimos listas de precios de insumos con el 40% de aumento, también hay inflación. En la Argentina, la economía está fría y es el segundo grupo el que domina. Hoy el Gobierno está atrasando el dólar y las tarifas, anclando un IPC que viene con la inercia de la indexación a la inflación pasada y asumiendo un riesgo: si la inflación no baja rápido, cuanto haya que acomodar las tarifas y el dólar volverá con creces. Hasta ahora la inercia ha sido alta, pero esperemos que enero sorprenda a la baja.