Di Tella en los medios
Rev
21/11/19

La Percepción del Violeta de Nicolás Gullota

El Departamento de Arte de la Universidad Torcuato Di Tella tiene el agrado de presentar “La percepción del violeta”, una exposición individual del artista Nicolás Gullotta con curaduría de Sonia Becce y Carlos Huffmann, en la Sala de Exposiciones de la Universidad.

¿Se le escapaban las palabras que había pensado decir, la importancia de una conjunción adversativa, el matiz de un adjetivo para calificar un tanto peyorativamente el pretendido modelo universal de la percepción? -Angélica Gorodischer, “Los embriones del violeta”

La percepción del violeta nace de la intuición de que un patrullero desafectado de su uso oficial podría convertirse en una obra de arte. Transfigurándose, podría incluso generar una potencia mutante, capaz de alumbrar muchas obras más. Hoy son tres: 9875D/s, Friso y Angélica.


Cuando Nicolás Gullotta emprende la búsqueda del patrullero Chrysler Spirit 1993 que finalmente consigue en 2013, debe recorrer varias dependencias públicas y responder dos preguntas que se reiteran. Interrogado sobre cuál será el destino del vehículo, le basta con una respuesta lacónica: “Una escultura”. La otra pregunta es más sinuosa y la respuesta podría allanarle el camino de la búsqueda: “¿Sos de la Fuerza?”. Pero Gullotta no es de la Fuerza, y tampoco ningún familiar. Un funcionario de la ciudad de La Plata le aconseja dirigirse a un taller en el sur del conurbano bonaerense, dedicado al desmantelamiento de vehículos para su posterior compactación. En efecto, basta un llamado del dueño del taller para dar con el patrullero que busca. Siguiendo sus coordenadas, Gullotta encuentra el Chrysler Spirit 1993 estacionado debajo de un árbol, ofrece por él poco más que lo que pagaría por una bicicleta usada y en pocos minutos se cierra la operación.

El destino escultórico del ex-patrullero va variando entre 2013 y 2019 y presenta más desafíos que los anticipados. Una de las primeras alternativas que surge es modelar un gran jarrón ornamental de 4 metros de alto y 2 metros de diámetro con los paneles de fibra y las chapas metálicas. Pero se presenta un obstáculo, difícil de sortear: el daño al material que resultaría de este proceso eliminaría los rastros de la pintura celeste y azul del patrullero. Desde el comienzo del proyecto, Gullotta ha dado particular atención al esquema de colores utilizado por la Policía Federal y a cómo fue cambiando a lo largo de los años, razón por la cual abandona la idea y se le ocurre en cambio reciclar el patrullero en un juego de sillones de jardín. Poco después considera una alternativa más audaz: utilizar el hierro del chasis para fundir una campana que produzca un semitono más elevado que el de las que recuerda haber oído en un cementerio de la provincia de Buenos Aires. Pero los expertos de una de las pocas fábricas del país que la podrían construir lo desalientan, argumentando que el sonido de las campanas resulta de una combinación compleja de distintas tonalidades y lograr mínimos cambios es prácticamente imposible.


Lejos de darse por vencido, Gullotta imagina entonces una variante de carácter solidario: estacionar el auto en los alrededores del Jardín Botánico de Buenos Aires para que sirva de refugio a los gatos que viven en la zona. Consulta incluso a un abogado para analizar la viabilidad legal de donarle la propiedad del vehículo a uno de los gatos. La respuesta tajante del abogado -“una cosa no puede poseer otra cosa”- acaba dando por tierra su entusiasmo incipiente. Surgen más tarde otras posibilidades (forjar una barra de metal o triturar el vehículo hasta lograr una fina arena industrial), pero algo las vuelve insuficientes.

Lo que empieza a quedar claro es que el objeto parece ser refractario a las soluciones simples. Quizás porque ya no oficia como brazo fuerte del Estado, sino que se ha transformado en un nudo de materia simbólica y real en transición: ni herramienta activa del poder ni detrito residual de la producción industrial de la década del 90. El espectro de lo que el auto fue o representaba no parece desmantelarse tan fácilmente, ni siquiera con su destrucción material. Los posibles destinos descartados ya son parte de su historia y el único camino a la vista parece ser perseverar en ensayos de nuevas metamorfosis.

Gullotta tiene entonces una suerte de iluminación: recurrir a la ciencia ficción como programa que habilite futuros especulativos como justificativos de acciones concretas en el presente. Lee y lee cuentos fantásticos de escritores argentinos y finalmente, en Los embriones del violeta, un relato de la rosarina Angélica Gorodischer, aparecen los ingredientes de un programa. En el cuento, “el violeta” es una entidad nativa del planeta extrasolar Salari II, capaz de concederle los deseos más extravagantes a los que se bañan en su fulgor, siempre y cuando puedan satisfacer una condición: sentir hasta en lo más profundo de su ser los aspectos íntimos de aquello que añoran. El destino de los visitantes de este planeta, como es de imaginar, oscila entre el éxtasis solipsista del cobijo uterino y los excesos orgiásticos de un autócrata que vive eternamente en el cenit de su poder.

Alentado por el relato, Gullotta conjura un mundo en el cual los objetos inanimados se personifican y adquieren voluntad. El patrullero se transfigura así en 9875 D/s, (rebautizado con el número de móvil policial y el tramo correspondiente a Dominación-Sumisión dentro de la sigla BDSM), tras despojarlo de la insignia, el motor y su función, y enfundarlo en una crisálida de látex, un traje-máscara con arneses, anillos de acero, cierres, cadenas y hebillas dispuestos estratégicamente, disponible para una práctica de disciplinamiento extático y feliz. Una piel artificial cubre a la otra, capaz de desquiciar los sentidos y enloquecer la percepción. El talento del patrullero para la coerción violenta vuelve resocializado en instrumento de una práctica erótica consensuada, resultado de una trasmutación inquietante, alquímica, que desarticula un objeto sombrío y lo vuelve deseante.

Pero en ese futuro imaginario, por añadidura, el poder analógico de la brutalidad policial se ha vuelto obsoleto gracias al perfeccionamiento exponencial de los algoritmos publicitarios. Friso crea un sistema de data mining de información biométrica sofisticado y preciso con el que el Estado podría prevenir los impulsos violentos y antisociales de la población a fuerza de un entumecimiento provocado por la saciedad del consumo. Y más: Angélica, una asistente virtual, colabora con una moderna red neuronal, alimentando los algoritmos de Talk to Transformer con fragmentos de Los embriones del violeta. La inteligencia artificial reescribe y reconfigura el cuento mediante fragmentos y sintagmas extraídos de infinitas bases de datos, de modo tal que la entidad “el violeta”, ese misterioso color extraterrestre, pueda volverse real. Cuando lo logre, demostrará que la materia no tienen ninguna relación de dominio sobre la energía y el lenguaje. A fuerza de convicción y suma de inteligencias, la energía y el lenguaje habrán doblegado a la materia.