Di Tella en los medios
Clarín
10/10/19

Debate presidencial: que no te engañen

Por Ezequiel Spector

El profesor e investigador de la Escuela de Derecho UTDT escribió acerca de la oportunidad que representan los próximos debates presidenciales para que los candidatos confronten sus propuestas y proyectos de país. "Un debate presidencial es útil para la gente cuando cada candidato le presenta propuestas e intenta mostrar por qué son superadoras", señaló Spector.

Los debates presidenciales que se aproximan, domingos 13 y 20 de octubre en Santa Fe y Buenos Aires, respectivamente, son una excelente oportunidad para que los candidatos confronten sus propuestas y proyectos de país.

No obstante, podría ocurrir que desaprovechen esa oportunidad y que los debates terminen siendo una ficción: una teatralización que sólo sirva para hacerle perder a la gente tiempo de domingo que podría ocupar en actividades recreativas o sencillamente en descansar.

Aunque los ciudadanos sacarán sus propias conclusiones, en este espacio ofrezco una guía que podría ayudar a saber si esta práctica finalmente resultó provechosa, y en qué medida lo fue. Son algunas preguntas que deberíamos hacernos luego de cada debate. Las respuestas nos darán la información que necesitamos para testear la utilidad de estos eventos.


Primero: ¿cuánto tiempo dedicó cada candidato a introducir ideas propias, y cuánto a hacer apreciaciones sobre otros candidatos? Una estrategia retórica usual en estos debates es intentar desacreditar a los oponentes, apelando a hechos de su vida privada, de su pasado, a qué partido político apoya o apoyó, a su estatus socioeconómico, etcétera.

Esta chicana tiene un doble objetivo: defensivo y ofensivo. Defensivo, porque oculta la falta de propuestas propia desviando la atención hacia otros. Ofensivo, porque al desacreditar a sus oponentes, genera que lo que éstos digan pierda peso frente a la audiencia.

Un debate presidencial es útil para la gente cuando cada candidato le presenta propuestas e intenta mostrar por qué son superadoras. Cuando se transforma en un espectáculo de acusaciones entre unos y otros (acusaciones que, de todos modos, ya hacen por otros medios), el evento se desdibuja y pierde su valor distintivo.

Segundo: ¿cuánto tiempo dedicó cada candidato a ofrecer propuestas, y cuánto a establecer objetivos obvios? Muchos candidatos se limitan a establecer metas evidentes que hay que alcanzar (combatir la pobreza y la inseguridad, bajar la inflación, lograr el crecimiento, disminuir el desempleo, etcétera), pero evitan lo controversial, lo más relevante, que es la discusión sobre qué medios son más adecuados para alcanzarlas. Señalan objetivos obvios, con los cuales todos estamos de acuerdo, pero no presentan esquemas para que puedan ser evaluados por la ciudadanía.

Tercero: asumiendo que se preocuparon por presentar propuestas para alcanzar tales objetivos, ¿fueron propuestas concretas, o meras propuestas abstractas con poco contenido? Es común que los políticos ocupen la mayoría de su tiempo en lo segundo. La expresión “plan integral” es una de sus preferidas cuando apelan a este recurso, con comentarios del tipo “necesitamos un plan integral de seguridad” o “proponemos un plan integral de desarrollo sustentable”. La pregunta relevante, en todo caso, es en qué consisten esos planes integrales.

Otra modalidad es apelar a metáforas que suenan bien, pero que no significan nada concreto, como “vamos a seguir por el mismo camino”, “vamos a prender la economía” o “vamos a poner dinero en el bolsillo de la gente”.

Las propuestas deben ser específicas. A modo de ejemplo, ¿debe el Estado seguir atendiendo la pobreza a través de movimientos sociales, o tiene que buscar la forma de llegar a los sectores vulnerables sin intermediarios?

¿Debería reducirse la carga impositiva para que los empleadores tengan incentivos para contratar más gente? ¿Hay que hacerle muy costoso a las empresas despedir personal para proteger a los empleados, o esa medida sería contraproducente porque desalentaría las contrataciones? Allí están las discusiones importantes.

Cuarto: si los candidatos usaron estadísticas u otros datos para basar sus argumentos, ¿citaron las fuentes de donde obtuvieron la información? ¿Son fuentes confiables? Muchas veces los políticos quieren transmitir la idea de precisión y profesionalismo introduciendo datos duros, pero no aclaran qué fuentes utilizaron. Bien podría ocurrir que la fuente no sea de fiar, o que directamente no haya fuentes y que los datos estén basados en la mera intuición o especulación.

Quinto: ¿cuánto tiempo dedicó cada candidato a tratar los temas del debate seriamente, y cuánto a recursos emocionales, como bromas o advertencias?

Es usual que los políticos intenten ganarse a la audiencia con comentarios chistosos (a veces incluso burlándose de sus oponentes) o que traten de presionar a la gente con advertencias sobre los peligros de que gane una fuerza rival. Aunque las advertencias sean hechas de buena fe, y aunque estén fundadas, no es un recurso que pueda hacerle alguna contribución a la ciudadanía en un debate presidencial.

Estos cinco interrogantes deberían servir como un test para evaluar los debates presidenciales que se aproximan. Todas las preguntas pueden resumirse en una sola: ¿presentaron y defendieron los candidatos propuestas precisas sobre temas concretos? Lo demás es, como quien diría, “pura cháchara”.

Ezequiel Spector es profesor de Derecho ( UTDT )

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