Di Tella en los medios
Clarín
12/09/19

Ser político tiene sus privilegios

Por Ezequiel Spector

El profesor de la Escuela de Derecho UTDT se pregunta por qué usamos estándares diferentes para confiar y elogiar a los políticos a los que usamos con actores privados. Spector define esta actitud como "injustificada" e "inapropiada". "No solemos criticar cuando un gobierno dilapida nuestros recursos; sólo cuando alguien lo hace en el sector privado", afirma.

Nadie tiene la misma actitud en todos los contextos. Todos tenemos diferentes facetas. Con nuestro jefe en el trabajo nos comportamos distinto que con nuestros amigos un fin de semana. No le hablamos de la misma forma a un agente de tránsito que a nuestra pareja. Nunca trataríamos a un vecino con la misma calidez que a nuestros hijos.

En algunas ocasiones, sin embargo, este doble estándar es injustificado. A veces, cambiar la actitud es inapropiado. Aquí quiero concentrarme en uno de esos casos, y plantear el siguiente interrogante: ¿Por qué el estándar que usamos para confiar e incluso elogiar a los políticos es tan diferente al que usamos en el sector privado con quienes nos ofrecen sus servicios?


No me refiero a cuando votamos con escepticismo o cautela, ni a cuando pensamos que nuestro candidato no es el ideal sino el mejor dentro de lo que hay.

Me refiero a cuando apoyamos con entusiasmo a políticos que tienen actitudes por las que, si fueran profesionales en el sector privado, dejaríamos de contratarlos inmediatamente.

Si los políticos vienen a ofrecernos sus servicios (y además son los servicios más importantes dado que constituyen nuestros derechos), ¿por qué apoyamos y hasta admiramos actitudes que en el sector privado nadie podría adoptar sin fundirse a los pocos días? Veamos tres ejemplos.

El primer caso es el de los mensajes vacíos. En las campañas electorales, muchos candidatos dan discursos o entrevistas en las que establecen metas obvias, pero sin explicar los medios para cumplirlas. Señalan qué problemas tiene el país y qué ideales deben promoverse, pero sin ninguna referencia clara a cómo hacerlo.

Hablan de combatir la pobreza y la inseguridad, pero no proponen políticas públicas concretas para lograrlo; destacan la importancia de bajar la inflación y lograr el crecimiento, pero casi no presentan medidas específicas al respecto. Sin embargo, a veces nos entusiasmamos y los aplaudimos.

Imaginemos ahora que queremos adelgazar y recurrimos a un nutricionista. Una vez en el consultorio, el profesional nos dice: “Usted está excedido de peso. Es importante que adelgace porque de lo contrario puede enfermarse. Que tenga buenas tardes” (y llama al siguiente paciente).

Es la misma modalidad: nos da el diagnóstico, establece un objetivo obvio, pero no nos da una dieta para seguir ni explica ningún tratamiento. Seguramente, no volveríamos a pisar ese consultorio (o, al menos, no lo haríamos con mucho entusiasmo). ¿Hay diferencias con el escenario político? No muchas: tanto un mal político como un mal profesional pueden causar daño.

El segundo caso es el de las actitudes erráticas. Por un lado, hay políticos que han dado mensajes totalmente incoherentes, no sólo sobre lo que quieren hacer sino sobre lo que piensan que es bueno para el país. Primero apoyan una gestión; luego la critican haciendo las acusaciones más graves; y finalmente vuelven a apoyarla y a aliarse con quienes en su momento consideraron enemigos de la patria. Por otro lado, algunos referentes han declarado públicamente que la inflación era un problema fácil de solucionar. Hoy, hacen un diagnóstico completamente diferente y reconocen la gravedad de la situación. Y muchos seguimos ilusionados y elogiándolos. No tratamos igual a otros profesionales en el sector privado.

Supongamos que contratamos a un arquitecto para que diseñe un edificio. Nos presenta un plano. Empieza a trabajar sobre él durante varios meses. Luego nos comunica que ese plano no sirve y empieza otro. Finalmente, después de un largo tiempo, nos dice que prefiere volver al plano original. O imaginemos que un día señala un problema grave en el proyecto; al otro día nos dice que se está solucionando, para luego comunicarnos que el problema no sólo persiste, sino que además ahora es más serio. Probablemente, no volvamos a contratar a este arquitecto (salvo que pensemos que todos los demás son peores, en cuyo caso seguiremos contratándolo, pero al menos sin ovacionarlo).

El último caso es el de las decisiones irresponsables. Como ciudadanos, raramente nos preocupamos por el déficit fiscal, hasta que los efectos, como la inflación, empiezan a impactar en nuestra vida. Pero ahí ya puede ser demasiado tarde. La historia se repite una y otra vez.

No es la misma actitud que tendríamos si nuestro socio estuviera despilfarrando los recursos que compartimos, o alterando sustancialmente los balances. No solemos criticar cuando un gobierno dilapida nuestros recursos; sólo cuando alguien lo hace en el sector privado.

Algunos dirán que la analogía no funciona porque a veces el gobierno debe dejar de lado el equilibrio fiscal para poder atender los derechos. No obstante, como estamos viendo actualmente, esa total despreocupación por el equilibrio fiscal termina, más temprano que tarde, violando todos esos derechos e incluso más. No hace falta que nadie nos enseñe a evaluar a los políticos; basta con aprender de nosotros mismos en la vida cotidiana.

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