Di Tella en los medios
Clarin.com
28/08/19

Brasil: todos tenemos responsabilidad por el Amazonas

"Los incendios en Brasil son un recordatorio vergonzoso de que el destino del medioambiente y de los seres humanos están estrechamente relacionados", escribió Hayley Stevenson profesora especializada en cambio climático y medio ambiente del Dpto. de Ciencia Política y Estudios Internacionales.

Los incendios en Brasil son un recordatorio vergonzoso de que el destino del medioambiente y de los seres humanos están estrechamente relacionados. Los científicos advierten que la destrucción de la selva Amazónica se está acercando a un punto de transformación sin retorno. Esto significa que superará cierto nivel de humedad y terminará transformándose en una sabana. Además, la pérdida de bosque nativo aumentará la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera que agrava el problema de cambio climático global.


Es fácil apuntar con el dedo a Bolsonaro. Su actitud y desempeño hacia el medio ambiente son deplorables. Sus planes para abrir el Amazonas al desarrollo y el agrocomercio no son un secreto. Durante su campaña presidencial, prometió que debilitaría las protecciones ambientales en su país, y es precisamente lo que ha hecho.

La promesa de ayuda financiera para proteger el bosque no le interesa a Bolsonaro. Desde una perspectiva ecológica, su postura es descabellada e irresponsable. Pero desde una perspectiva económica, es lógica. Bolsonaro sabe que Brasil puede ganar mucho más vendiendo productos agrícolas y forestales en los mercados en lugar de recaudar fondos internacionales para conservar el bosque. Bolsonaro no es el único que efectúa tal cálculo. Muchos países buscan maneras de compatibilizar el desarrollo económico con la preservación ambiental. Pero ninguno está dispuesto a sacrificar el crecimiento económico por el bienestar ecológico.

El G7 ha indicado su gran preocupación por el impacto de los incendios. Ya han prometido $20 millones para ayudar a los países afectados. Pero ofrecer migajas es fácil. E insuficiente. Lo que es más difícil, aunque imprescindible, es que la comunidad internacional reconozca su parte de la responsabilidad por la deforestación, tanto en Brasil como en otros países donde todavía queda bosque nativo, incluso Argentina.

Es un tabú diplomático hablar del consumo en las reuniones internacionales. Pero no se puede abordar la cuestión de los impulsores demográficos y económicos de la deforestación sin prestar atención al consumo. La “moda rápida” (fast fashion) que requiere grandes cantidades de textiles (sobre todo viscosa y rayón) es un problema. Otro es la demanda por madera y papel.

Pero el impulsor dominante de la deforestación es la producción de alimentos para humanos y para animales destinados a transformarse en carne. No es una cuestión de convertir la población global en veganos. Tal estrategia seguramente fallaría. Pero el desafío queda en alinear las dietas humanas con las condiciones ecológicas que pueden sostenernos al largo plazo. La clase media global está creciendo y a la vez la demanda por carne y productos lácteos está creciendo. Esta dieta requiere mucha más tierra que dietas basadas en los cereales y verduras. Un estudio muestra que las exportaciones de carne y soja representan 30% de las emisiones de carbono dióxido producidas por la deforestación. Los consumidores domésticos son fundamentales para mitigar el problema, pero los consumidores globales tienen su parte de la responsabilidad.

Aun con un gobierno comprometido con la conservación del bosque, es muy difícil controlar la deforestación. Los productores de soja, ganaderos, y madereros siempre encuentran maneras de esquivar las reglas. Por eso, tenemos que encontrar maneras de limitar la demanda, en vez de enfocarnos en la producción y oferta. Si los países europeos realmente quieren salvar el planeta, podrían empezar con medidas para limitar la demanda en mercados internacionales. Minimizar esta demanda mientras la población mundial crece será un desafío gigantesco, sobre todo si también queremos reducir la pobreza y aumentar el estándar de vida de los que menos tienen. Si los países más ricos no están dispuestos a limitar su propio consumo, sus criticas y angustia serán pura hipocresía.