Di Tella en los medios
Clarín
25/08/19

Del rojo vivo a la derrota

El profesor emérito del Dpto. de Ciencia Política y Estudios Internacionales analizó el escenario post P.A.S.O. 2019 y las reacciones de los diferentes sectores frente a la victoria del Frente de Todos. "El Gobierno reaccióno con una mezcla de irracionalismo y ánimo de recuperación", sostuvo Botana.

En el mes de mayo dijimos en esta columna que la sucesión presidencial estaba al rojo vivo. Después del 11 de agosto esa vehemencia electoral está creciendo alocadamente impulsada por tres componentes: el pésimo encuadre institucional de las PASO; la torpeza de llevar adelante, a suerte y verdad, una polarización entre posiciones irreductibles; el talento táctico para fraguar la unidad del peronismo a despecho del faccionalismo que estallaba en sus filas.


No es reciente mi crítica a las PASO. Armadas a la ligera para resolver luchas intestinas en el peronismo luego de la derrota de 2009, las PASO fueron un aparato ortopédico que se aplicó sobre el desbande de los partidos. Lo opuesto a cómo ese mecanismo electoral se desenvolvió en Uruguay, una democracia con partidos sólidos y competitivos en el plano interno.

Ni hablar entre nosotros de competencia intrapartidaria. A contrario sensu de lo que se pretendía, el instrumento de las PASO, adosado a una frágil democracia de candidatos, no hace más que echar leña al fuego a una trama que no da respiro, transformando nuestros comicios en una posible ronda a tres vueltas.

Acabamos de pasar la primera, con unos efectos que desnudan los endebles pronósticos de las encuestas (un método en crisis en el mundo de las democracias) y la locura que, según estos vaivenes, cunde en los mercados financieros: un pequeño grupo de operadores se desplaza en pocos instantes de la euforia a la fuga en tropel de las posiciones adquiridas.

Desde luego la polarización fue el resorte que disparó este conflicto sucesorio. Polarización pensada para excluir a los terceros en discordia (en esto parecen haber tenido algún éxito) y polarización concebida desde el oficialismo como el camino que iba a dejar atrás nuestro pasado populista.

Este propósito sucumbió por dos razones principales. No tuvo en cuenta las feroces consecuencias de una recesión profunda y tampoco cayó en la cuenta de que las condenas a la corrupción y a la impunidad pueden girar en el vacío cuando la economía no responde y, por tanto, el pasado no adquiere en los sectores afectados connotaciones tan negativas. No se puede sostener el valor de una constitución moral para la República sin una constitución económica que la respalde y no dañe a grandes sectores de la población.

Si bien el daño impactó objetivamente en mucha gente desilusionada con las promesas de ayer, el concurso de voluntades que generó la derrota del 11 de agosto no hubiese sido posible de no mediar la unidad del peronismo que selló la fórmula Fernández-Fernández. Habrá que analizar, de ser factible, qué papel representó el Papa Francisco en el proceso de reconciliación entre ambos candidatos (el factor clerical, en sus diversas variantes, no debe omitirse en el análisis político del presente).

Lo cierto fue que dicha unidad aportó los sufragios indispensables para alcanzar la victoria. Fueron apoyos provenientes de las provincias, del sector de Sergio Massa, en la ocasión vuelto al redil, y del nuevo rol que asumió la ex presidente que deliberadamente se ubicó en un segundo plano y procuró no agredir.

Así, el peronismo recuperó su bastión principal –la Provincia de Buenos Aires– y con ello modificó de cuajo nuestro mapa federal. Si a partir de 2015 sucumbió en la Capital, en tierras bonaerenses y en Santa Fe (apenas conservó Córdoba sin adherir al kirchnerismo), en la actualidad, si se confirman en octubre estas tendencias, el no peronismo quedaría acantonado en su tradicional reducto porteño; veremos que pasará en Mendoza que quizás podría sumarse a Jujuy y Corrientes.

Esta expansión, que llevó al peronismo a quedarse con la mitad de los votos bonaerenses, plantea de nuevo una cuestión irresuelta durante más de medio siglo: por un lado, el peronismo, dotado de holgadas mayorías, enarbola una visión hegemónica y unanimista de la Argentina; por otro, esa ambición sufre la paradójica consecuencia de lo poco que dura un sueño de eternidad que desemboca en un cementerio de hegemonías. En un largo decurso transformista, los vetos electorales son tan recurrentes en el peronismo como las inclinaciones al faccionalismo interno que erosionan aquella robusta unidad.

De esta situación, que solo nuestro descalabro institucional es capaz de producir, derivan los sentimientos de provisoriedad que nos invaden, ¿Está en efecto todo dicho? La decisión vendrá entre octubre y noviembre aunque en la carrera de las expectativas el peronismo haya tomado la delantera, ¿Podrán quebrarse esas expectativas?

El Gobierno reaccionó con una mezcla de irracionalismo y ánimo de recuperación, sacrificando al ministro de Economía; por su parte, Alberto Fernández inyectó una dosis de moderación en medio del terremoto que sufría el oficialismo con la alteración de los mercados y un inevitable desborde de la inflación.

En vista de este panorama, cuando todo parece jugar en contra, se impone una operación imprescindible para conservar viva la porción de nuestra cultura política que representa la tradición republicana. A toda costa, hay que defender en este trance electoral el equilibrio de poderes.

Una victoria que implique el control del Ejecutivo y el Congreso, apuntalado por la complacencia de la Justicia Federal con el poder de turno, significaría volver a las andadas mediante el montaje de otra hegemonía. El equilibrio en el Congreso es, por ende, fundamental tanto como el comportamiento electoral que se abre hacia el 27 de octubre. Ambos, parece una perogrullada, están indisolublemente unidos en un contexto económico de extrema inestabilidad: cambio de políticas sobre la marcha, incógnitas con el FMI y una fragilidad fiscal aún más acentuada con medidas que han sumado otro conflicto con las provincias.

Octavio Paz solía escribir acerca del “tiempo nublado” que envolvía a nuestras naciones. Hoy esa sombra invadió de repente una sociedad maltrecha. Un enorme desafío a las luces de la razón y un llamado al Gobierno y a la oposición para compartir algún atisbo de responsabilidad.

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