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Perfil.com
21/08/19

Gobierno y mercados: ¿sobró irracionalidad, o faltó cordura?

Por Alejandro M. Estévez y Mariano Boiero

Con herramientas de la Ciencia Política, Alejandro M. Estévez, profesor de la Escuela de Gobierno UTDT, y Mariano Boiero analizan el accionar estatal respecto del comportamiento de los mercados tras las PASO.

Luego del resultado de las PASO, tanto desde el bando de los ganadores como de los perdedores de los comicios, existe un punto en común: una honda y legítima preocupación por el comportamiento de los mercados frente a los vaivenes de la política argentina. Las reacciones de los principales indicadores (dólar, bonos, tasa de interés y riesgo país) se movieron de manera extremadamente sensible a las decisiones que se toman en el gobierno. Y de manera similar, han sufrido alteraciones y cambios conforme las declaraciones del frente ganador. Todo parece estar sumido en una gran incertidumbre. Un caos, que de ninguna manera es casual. Las razones de este embrollo pueden rastrearse con herramientas de la Ciencia Política, que permitan analizar el accionar estatal respecto del comportamiento de los mercados.



Viernes 9 de agosto: se publica una encuesta que da empate entre Juntos por el Cambio y el Frente de Todos. Los mercados reaccionan eufóricamente. Lunes 12 de agosto: luego de la derrota del gobierno, el dólar llega a 60 pesos, y se desata la hecatombe; apuro en tomar medidas para controlar mercados. Cambios de gabinete, reuniones entre gobierno y oposición, y una enorme incertidumbre respecto del Mercado. Preocupación por las decisiones del gobierno. Igual o mayor preocupación por las declaraciones desde la oposición. Ambos actores encarnan un comportamiento desde el Estado que muestra una débil capacidad de acción e influencia sobre el Mercado. Cuestión que no es puntual de Argentina, y parece ser el indicador de un fenómeno mayor. las corridas cambiarias de 2018 en los mercados mundiales, han mostrado que organismos otrora poderosos como el FMI, el Banco Mundial y los gobiernos más fuertes del planeta no pueden controlar estampidas cambiarias, ni comportamientos díscolos de Wall Street o de cualquier bolsa del Mundo. Entendemos que resulta necesario revisar y repensar la decisión estatal en políticas públicas, y reconocer la existencia de limitaciones a su racionalidad.

¿Racionalidad estatal? Para el caso de las PASO, el gobierno tomó decisiones basado en los guarismos de las encuestas de opinión. Procesó información de la big data y estudios de focus group, que indicaban un virtual empate con el partido opositor. Miró los indicadores de los tableros de control y los balanced scorecard, sopesando la información dura arrojada por los sistemas informáticos situados en la cúspide de sus burocracias. Operando sobre las variables cuantitativas de la macroeconomía, y mostrando eficiencia y eficacia en la ejecución de los planes milimétricamente elaborados por los especialistas del FMI, los mercados iban a responder favorablemente. No podía fallar: al gobierno le resultó esta estrategia en el pasado, y no había razones objetivas que demostraran que nada podía salir mal. Sin embargo, todo o casi todo salió mal. La última palabra la tuvo el electorado, que reaccionó de modo imprevisible en las urnas, que mintió o se comportó de modo equívoco para las encuestas de opinión jugando a engañar a encuestadores, y resistiendo operaciones de manipulación o de formación de opinión. Comportamiento subjetivo y probablemente muy poco racional, que culminó con un resultado que nadie esperaba, al menos en la brutalidad de los números finales.

¿Racionalidad de los mercados? En principio el Mercado decide racionalmente: opera según números, algoritmos y ecuaciones de enorme complejidad. Las matemáticas mueven las palancas decisorias en las principales compañías, fondos de inversión y agencias de bolsa. Costosos y enormes sistemas informáticos y poderosos sistemas de procesamiento datos sustentan la compra y venta de bonos y acciones; aumentan o disminuyen el riesgo de países y de sus compromisos. Sin embargo, la palabra final está sobre los hombros de personas que miran, en un horizonte de corto plazo, un futuro imaginario donde anclar sus decisiones. Construyen sobre un futuro virtual que resulta a todas luces imprevisible.

Es acá donde el aporte de la Ciencia Política cobra importancia. ¿Por qué? Porque consideramos que es necesario pensar esta situación desde la mirada de autores que han estudiado las racionalidades y los comportamientos decisorios. Es tiempo de leer nuevamente a Max Weber, a Herbert Simon y a Jürgen Habermas, por citar a algunos pensadores.

Estamos ante una limitación de la racionalidad estatal principalmente de sus burocracias, que para autores como Max Weber (1864-1920) constituían la cumbre de la racionalidad instrumental. Los principios de eficacia y eficiencia como dogmas incuestionables, y el uso de tecnología y ciencia cuantitativa no permiten explicar los comportamientos del mercado o del electorado, que están orientados por otros motivos, o por principios orientados a valores, o que responden a cuestiones cualitativas, subjetivas e imprevisibles. Pretender cubrir esa brecha con mayor insistencia sobre la cuestión racional puede ser la causa del problema. Tal vez esta brecha deba ser cubierta por otros mecanismos, o simplemente deba ser considerada como un punto que no puede solucionarse, al menos por el momento. Es necesario reflexionar sobre los distintos tipos de racionalidad de la acción social que propone Weber, como disparador de un debate respecto de los fines del accionar estatal, sus alcances, posibilidades, limitantes, facilitantes y obstaculizantes.

Por otro lado, la tensión y el conflicto probablemente radique en pretender tomar decisiones racionales, de limitado alcance, sobre actores que desde la sociedad civil se comportan de modo imprevisto, y muchas veces poco racional. Y que desde el mercado estos actores operan en una construcción que podríamos llamar realidad, a todas luces imprevisible, porque está considerada y construida a futuro, que es en gran parte incierto. Herbert Simon (1916-2001) premio Nobel de Economía y generador de la teoría del límite a la racionalidad, postuló en 1947 que la decisión humana no puede ser perfecta, y tiene límites que deben ser tenidos en cuenta. A pesar de los intentos de que las decisiones estén lo más lejos posibles de la arbitrariedad y de la subjetividad, las personas toman decisiones limitadas cognitivamente: por falta de tiempo, por incapacidad de procesamiento de información en volúmenes, y porque el componente emocional es imposible de ser extirpado del todo cuando se opta por un rumbo de acción, respecto de otro. A pesar de la tecnología existente, persiste un componente irracional en toda decisión: un elemento subjetivo que se resiste a ser cuantificado. No toda decisión es producto de sistemas informáticos complejos, ni está regido por variables cuantitativas: hay decisiones por olfato o corazonada muy exitosas, pero que no pueden explicarse matemáticamente. Los sistemas más complejos de información no pueden dar cuenta de toda la información existente. Y el humano decisor tampoco puede procesar la totalidad de data existente en el Mercado o en el Estado.

Pero lo más interesante del pensamiento de Simon está relacionado con las organizaciones como conjuntos cognitivos, y como constructoras de conocimiento, y probablemente de acuerdos sobre los que se pueden construir mejores alternativas. La dinámica de una organización es producto de la evolución de las decisiones de los agentes involucrados. En los 60, Simon criticaba las decisiones basadas en criterios de poder y autoridad delegada (propias de la racionalidad burocrática weberiana). La fortaleza de una organización estaba en la posibilidad de deliberar abiertamente los medios para tomar decisiones que afecten positivamente los intereses de los miembros. No son las decisiones tomadas en la cúspide del Estado las que resuelvan los problemas, ni es la pericia de las burocracias políticas las que son las más exitosas para la tarea. Por el contrario, el camino para resolverlos pasa por la construcción de un ambiente deliberativo y cooperativo, con una filosofía de la acción colectiva de los miembros (Simon, 1991).

Finalmente, esta coyuntura de alta volatilidad de los mercados, llama a la prudencia tanto a gobierno como a oposición. La discusión positiva, el intercambio real de opiniones, el respeto por el adversario, la participación, son postulados que Jürgen Habermas (1929) acuñó bajo el término democracia deliberativa. La discusión franca y abierta del diálogo político entre actores permite no sólo la formación de voluntades, sino que también es un modo de enfrentar la conformación de una opinión pública mayoritaria, manipulada por los intereses de los grandes capitales privados, de los mercados y de unos pocos consorcios de la comunicación masiva (Habermas, 1962). Iniciativas como la de tender puentes de comunicación entre equipos técnicos de todas las facciones, las dos reuniones mantenidas entre los principales candidatos tras las PASO, orientan el juego hacia la construcción de consensos, que pueden estar dando signos de un progreso, y de señales a la ciudadanía de que, efectivamente, se entendió el mensaje que el votante parece haber enviado: bajar los decibeles de la política competitiva, y elevar los de la colaborativa, al menos en los términos de esta etapa de gobernabilidad/transición o como se prefiera llamar. Un buen principio para la construcción de pactos al estilo de la Moncloa española, que son deuda pendiente en nuestro país desde el retorno de la democracia.

Entendemos que el debate está iniciado.