Di Tella en los medios
Clarín
30/06/19

En busca de otro rumbo

El profesor emérito del Dpto. de Ciencia Política y Estudios Internacionales escribió acerca de "la incapacidad para fomentar sólidas coaliciones de gobierno en el Poder Ejecutivo" a lo largo de la historia argentina y el reciente "detrimento de una democracia de partidos".


En nuestra historia se cruzan dos tendencias. Por un lado, en la más visible sobresale una excluyente confrontación (es la imagen corriente de una Argentina agitada por dualismos irreductibles); por otro, de tanto en tanto emerge una inclinación acuerdista que, en siglos anteriores, ilustraron Urquiza, Mitre, Roca, Frondizi, Perón y Balbín en sus últimos años, el mismo Alfonsín con sus reiteradas apuestas por el consenso.

Ambas tendencias arrojaron sentimientos de frustración propios de una obra incompleta. Su signo más saliente ha sido la incapacidad para formar sólidas coaliciones de gobierno en el seno del Poder Ejecutivo. Al cierre de las precandidaturas para las PASO, este dato es relevante.

Se formaron dos grandes coaliciones electorales y otra por ahora más reducida al influjo de la dispersión del peronismo. Concomitante con ello (asunto que vengo señalando desde hace un tiempo) se va acentuando el perfil de una democracia de candidatos en detrimento de una democracia de partidos.

Ignoramos cuanto durará este crepúsculo de la democracia de partidos, extendido por Europa y América, tal como la conocimos en épocas anteriores a la mutación política y tecnológica que actualmente nos envuelve.

Lo que sí podemos advertir es la intensidad que cobra el reemplazo de aquel sistema de partidos fuertes y organizados que, desde la derecha y la izquierda, ocupó el espacio del centro político. Entre nosotros, esa sustitución ha quedado en manos de facciones personalistas que operan en un espacio fragmentado.

Estas facciones, que se acomodan y reacomodan según la oportunidad, persiguen un súbito y también movible apoyo popular. Con duradero implante en nuestras provincias, las facciones son desprendimientos de partidos que antaño fueron verticalistas.

Obviamente (el pasado resiste a desaparecer), requieren el voto masivo merced a mañas vetustas y no menos eficaces que las novedosas técnicas electorales: por ejemplo, la compra indirecta de votos en Tucumán y Formosa en los comicios para Gobernador. Es cierto que algún partido persiste, el ejemplo más notorio es el de la UCR, aunque lo hace al precio de no presentar ningún candidato a los cargos de Presidente y Vicepresidente. Salvo Macri y candidatos menores, el factor que impregna estas elecciones es el faccionalismo peronista.

Esto no significa que nuestra política haya sido capturada por outsiders al modo de Trump en los Estados Unidos o como ahora se intenta llevar a cabo en las elecciones uruguayas. A estos actores del nuevo siglo los podríamos llamar cazadores de partidos. Así capturó Trump al Partido Republicano y así acontece en Uruguay con un candidato surgido de la nada, dotado de enormes recursos materiales, dispuesto a conquistar la candidatura a Presidente del histórico Partido Nacional. Confiemos en que no se llegue a mayores, gracias entre otros motivos a la ejemplar campaña que, desde el Partido Colorado, está protagonizando Julio María Sanguinetti.

Entre nosotros en lugar de outsiders hay cristalización. Se enfrentan contendientes harto conocidos que cambian de vestimenta y repertorio en sintonía con el estilo, ya probado en otros momentos, del transformismo peronista. No obstante, la dispersión tiene un límite.

Al día de hoy los desplazamiento de dirigentes se insertan en una pugna que, como ya hemos dicho, opone dos tipos de regímenes: uno de hegemonía política, mechado de anacronismo económico, y otro, aun en pañales, que procura consolidar una democracia con contenido republicano encaminada a la modernización del país (tema pendiente desde hace décadas).

Esta frontera atraviesa las facciones y nuestra estructura federal. La competencia que se avecina tiene pues dos referentes: la pugna por la primacía en la megalópolis porteña y del Conurbano, y la disputa por atraer el mayor numero de provincias a ese eje central. En una esfera se juega el combate de fondo; en la otra, los apoyos indispensables sin los cuales –léase la provincia de Córdoba– Macri no hubiese ganado en 2015 (el papel de Miguel Pichetto en este campo será estratégicamente relevante).

En medio del tira y afloje para armar las listas de candidatos, importa señalar el porqué de las expectativas que despiertan estas dos coaliciones encabezadas, respectivamente, por CFK con la variante de Alberto Fernández y la fórmula sorpresiva de Macri-Pichetto. Si la primera ofrece volver al ejercicio de una gobernabilidad sujeta a un liderazgo dominante apoyado en el séquito fiel de los legisladores de La Cámpora, la segunda pretende ubicarse en las antípodas proponiendo un liderazgo de concertación que abreva en diversas fuentes.

El cemento que debería unir este conglomerado es la conciencia compartida de que las reformas de fondo requieren ampliar su base de sustentación, tanto en el plano parlamentario como en el ejecutivo. Esta clase de consenso amplio, guiado por una ética reformista indemne a la corrupción y a la impunidad, no fructificó en estos años de democracia, incluido este periodo presidencial.

En su lugar tuvimos hegemonías, gobiernos con programas a medio hacer y fracasos sucesivos. Hay pues, una exigencia histórica para salir de este pantano. Tal vez sea este el sentido de esa inclinación acuerdista que hoy, en circunstancias muy difíciles, soportando el desaire de una recesión económica, busca renacer y alcanzar la delantera.

Se trata de un proyecto que supone un franco reconocimiento de la realidad. La pregunta que deberíamos hacernos no solo apela a los ideales de la triple reforma política, social y económica que nos debemos, sino a los medios, a la masa crítica necesaria, conducentes a tal fin.

Por consiguiente, necesitamos conjugar fines y medios. Con respecto a estos últimos, es difícil vislumbrar estas metas reformistas sin la presencia activa de liderazgos adaptados a los cambios de este siglo, provenientes de antiguas configuraciones partidarias. De lo contrario, aferrados a un pasado agónico, seguiremos el curso de la decadencia. 

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