Di Tella en los medios
Clarín
29/03/19

Perogrullo al poder

Por Ezequiel Spector

"Ocurre que, sobre todo en las campañas electorales, salvo honrosas excepciones, los candidatos recurren constantemente a conceptos genéricos e ideas triviales para tratar de lograr la aceptación de todos" escribe Ezequiel Spector, profesor y director de la Carrera de Abogacía de la Escuela de Derecho UTDT.

La historia de Perogrullo es bien conocida.

Este profeta se caracterizaba por decir siempre lo que era obvio; de ahí el término “perogrullada”, para referirse a lo que es tan evidente que no vale la pena mencionar.

Perogrullo no era candidato político, pero parecía. Ocurre que, sobre todo en las campañas electorales, salvo honrosas excepciones, los candidatos recurren constantemente a conceptos genéricos e ideas triviales para tratar de lograr la aceptación de todos. Es lo que en el libro Malversados denomino “la trampa de Perogrullo”. Se da de tres formas diferentes.

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La primera consiste en expresar ideas vacías de contenido, pero con el énfasis propio de quien dice algo sustancioso. Es frecuente, por ejemplo, que los candidatos eviten asumir posiciones específicas sobre temas económicos.
Ante preguntas como qué intervenciones estatales son apropiadas, varios contestan con expresiones del tipo: “El Estado y el mercado deberían complementarse de forma pensada e inteligente”, o “Yo quiero un Estado fuerte, pero sólo donde tiene que estar presente”.

Estas respuestas son vacuas. Es tarea de los ciudadanos y el periodismo presionar a los candidatos para llevarlos al lugar más preciso posible y que no se mantengan en generalidades.
¿Qué impuestos hay que reducir (o aumentar)? ¿Piensa que hay que limitar la importación de productos extranjeros? ¿Cuáles y por qué? ¿Debe haber retenciones? ¿Piensa que hay que estatizar o privatizar empresas de algún rubro? ¿Hay que intervenir para estabilizar el precio del dólar? ¿De qué forma? Contestando éstas y otras preguntas el debate empieza a tener contenido.

La segunda modalidad consiste en establecer objetivos concretos con contenido, pero omitiendo los medios para cumplirlos.

Son metas obvias, porque todos las consideramos valiosas. Pero se evita lo más relevante: qué medios son más adecuados para alcanzarlas.

Así, los candidatos suelen señalar los problemas que tiene el país y qué ideales deben promoverse, pero sin ninguna referencia específica a cómo hacerlo. Marcan la necesidad de combatir la pobreza y la inseguridad, pero no proponen políticas públicas concretas para lograrlo; destacan la importancia de generar fuentes de empleo, bajar la inflación, lograr el crecimiento, pero no presentan esquemas precisos para que puedan ser evaluados por la ciudadanía. Todos critican el déficit fiscal, pero pocos explican cómo lo reducirían.

¿Debe el Estado buscar la forma de atender la pobreza directamente, o seguir transfiriendo dinero a través de intermediarios como organizaciones sociales? ¿Debería reducirse la carga impositiva para que los empresarios tengan incentivos para contratar más gente? ¿Hay que endurecer o flexibilizar las leyes laborales? ¿Piensa disminuir el gasto público? ¿Cómo? Sin abordar éstas y otras cuestiones, la discusión carecerá de relevancia.

La tercera forma consiste en establecer un objetivo obvio y, a diferencia del caso anterior, hacer referencia a un medio para lograrlo. Sin embargo, el medio propuesto carece de contenido: “Vamos a combatir la inseguridad con un plan integral”, “Convocaremos a un gran acuerdo nacional para lograr estabilidad económica” o “Hace falta más políticas de estado para lograr el crecimiento” son algunas de sus expresiones preferidas. ¿Es posible un debate con más contenido por parte de la clase política? Solo lo sabremos si como ciudadanos empecemos a exigirlo. 

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