Di Tella en los medios
Clarín
24/03/19

Navegar en la incertidumbre

"Haya o no definición de su parte para una tercera candidatura, las facciones peronistas deberían encarar cuanto antes una oferta superadora de las recetas populistas de tiro corto que han ensayado durante doce años", escribe el profesor emérito del Dpto. de Ciencia Política y Estudios Internacionales UTDT.

Hay cuatro componentes en estas inciertas elecciones, cuya intensidad se acrecienta semana tras semana. Primero, el reeleccionismo ejecutivo que caracteriza nuestra política: presidentes y gobernadores buscan ser reelectos en comicios escalonados (la primera prueba se verificó hace poco en Neuquén).

Segundo, pese a que se destacan dos grandes candidatos, Macri ya proclamado y CFK aún pendiente de adoptar una decisión, sigue extendiéndose el crepúsculo de los partidos mientras aflora el faccionalismo. El impacto de la fragmentación partidaria es paradójico porque coincide –tercer componente– con una polarización entre posiciones irreductibles.


Por fin, entre estos extremos se perfila una tercera vía, que se condensa en la búsqueda de un tercer hombre (me apropio del título de un cuento clásico) que pueda romper el entramado de la polarización. En este cuadro, las facciones se agitan, los gobernadores calculan y el Poder Ejecutivo sopesa si una irrupción semejante puede afectar una estrategia de polarización que, según algunos consultores, conviene al oficialismo; se verá si estos expertos tienen razón.

Estos cuatro componentes, obviamente no son los únicos, se refieren, por otra parte, al gran asunto de la representación política. Tal vez sea este uno de los argumentos sobresalientes en la política democrática en el siglo XXI. Abarca, en efecto, a muchos regímenes que, hasta hace poco tiempo, gozaban de una razonable estabilidad. Argentina no es ajena a esta erosión de antiguas certezas.

¿De qué certezas se trata? La más evidente probablemente provenga de un descontento generalizado ante la fáustica transformación del mundo del trabajo y del aumento de las desigualdades que están generando la globalización, la mutación tecnológica y las crisis financieras. Todo ello combinado y en ebullición.

Esta convergencia de innovaciones y obstáculos tiene entre nosotros peculiaridades propias, pues seguimos empantanados sin poder sortear las trampas de una fallida constitución económica y de una anémica constitución moral. Son trampas mortíferas; bloquean una visión apetecible del porvenir y dejan a la ciudadanía, a la dirigencia y a la administración de Justicia sin referentes confiables.

En materia de corrupción, sobre un subsuelo de agentes fabricantes de sospechas y conspiraciones, parecería que nada es creíble: la manera más eficaz de sumergir a todos en una misma cloaca. Estas maniobras denotan el pobre apego que nuestra democracia tiene al sentido público inherente al régimen republicano. La cosa pública está maltrecha por ese enjambre secreto que ningún gobierno ha sido capaz de desmantelar.

Esto se debe a que carecemos de inteligencia para ponernos de acuerdo en los temas cruciales vinculados con la estructura básica del Estado. En ese vacío campea una democracia electoral inhábil para transmutarse en una democracia institucional que transmita sentimientos de seguridad tanto en la dirigencia como, en general, en la sociedad. Claro está que una empresa de este tipo, que venimos reclamando desde hace décadas, requiere un mínimo de confianza entre las partes y un deseo de compartir valores. Por ahora, esa vivencia cívica sigue en veremos.

Lo que en cambio se impone es la puja entre facciones. Estas tensiones se advierten en el oficialismo y en la oposición. Si bien Cambiemos ha constituido fórmulas en distritos claves –Santa Fe, La Rioja, Tucumán– el espectáculo que ofreció el radicalismo en Córdoba dejó a la deriva una provincia que podría seguir en manos del justicialismo.

Al echar por la borda una tradición de elecciones internas en la UCR, el partido está nuevamente tentado por otra tradición negativa que, prácticamente desde su irigen, ha impulsado divisiones sucesivas y sin fin. No es una buena noticia. Señala dificultades en una coalición gubernamental que no ha logrado consolidarse y nos advierte acerca de la atracción que pueda tener una tercera vía si, desde luego, se logra formar.

Estos quiebres ya son moneda común en el mundo peronista. Tienen, por cierto, el objetivo principal de apoyar o cuestionar el liderazgo de CFK ¿Lo podrán hacer? ¿Tendrá la tercera vía la aptitud suficiente para ocupar ese espacio vacío que no apoya a ninguno de los dos extremos de la polarización?

Mucho de esto depende de las decisiones de CFK que, luego de su viaje a Cuba y de representar otra vez su papel de víctima mediática, se aproxima de más en más al eje que la isla conforma con Venezuela.

Pero aún así, haya o no definición de su parte para una tercera candidatura, las facciones peronistas deberían encarar cuanto antes una oferta superadora de las recetas populistas de tiro corto que han ensayado durante doce años (un campo minado que Cambiemos, con defectos propios, no ha logrado todavía desmontar).

Dicho de otra forma: lo que el transformismo peronista debería asumir en esta etapa es una respuesta en procura de un pacto macroeconómico y de una recuperación de nuestras exportaciones que den sustento a reformas en la productividad, la distribución del ingreso y el trabajo. Curiosamente, esto es lo que también pretende Cambiemos, pero lo hace sin puentes de comunicación ni áreas institucionales donde estas cosas puedan discutirse y ponerse a punto. Si estas metas del buen gobierno siguen clausuradas, una parte del país se encontrará de nuevo prisionera del pasado o de la falsa conciencia que, a grandes segmentos de desvalidos e indigentes, provee la ilusión de un paraíso perdido.

En rigor, no perdimos ningún paraíso sino que abonamos un ciclo de decadencia que se realimenta a medida que se suceden gobiernos de diverso pelaje.

Acaso sea este el signo más doloroso de nuestra declinación: una ineptitud para salir del atolladero y centrar exclusivamente la política en una lucha por los despojos, cada vez más escasos, que arroja el poder ¿Habrá tiempo todavía para levantar la mira? Una cosa es evidente: ningún gobierno, por más éxitoso que sea, podrá llevar adelante esta tarea en soledad.

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